…y un viaje de vuelta

Historias de regugiados, la problemática de la frontera en Bielorrusia y Polonia, y el regreso al campamento de refugiados: la historia de Hussein Khodr y su familia.

Tras tres semanas en los glaciales bosques de la frontera entre Bielorrusia y Polonia, Hussein, su esposa y su madre han vuelto al campo de desplazados de los kurdos yezidíes en Irak.

De vuelta al campo de desplazados yezidíes cerca de Dohuk, en el Kurdistán del Sur (Bashur, norte de Irak), la familia fue repatriada el jueves pasado junto con 400 refugiados, en su inmensa mayoría kurdos.

Entre visados, vuelos y gastos diarios, Hussein Khodr y familia han gastado más de 10.000 dólares sin lograr su objetivo.

“Intentábamos cruzar las vallas de espinas pero había detectores que alertaban a la policía polaca”, narra este treintañero que ha vuelto al campo de Sharya.

La familia acampó durante una veintena de días en un bosque húmedo y helado. “Teníamos hambre, sed y frío”, resume Hussein, de 36 años.

Sus siete camaradas yezidíes -kurdos que practican una religión esotérica y sincrética entre el islam y el zoroastrismo persa- han conseguido llegar a Alemania. Pero el reuma de su madre, Inaam, de 57 años, les impedía hacer largas marchas.

“No buscábamos lujos sino escapar de una vida miserable”, llora la matriarca, que recuerda los años en los que la población yezidí fue masacrada y esclavizada sexualmente por el califato del Estado Islámico (ISIS), que les tachaba de seguidores del diablo. Su relato es un resumen de la historia contemporánea de Irak.

“Volveremos”

Viuda a los 20 años, Inaam tuvo que criar sola a su recién nacido tras la muerte de su marido en la guerra entre Irán e Irak. En 2005 y 2007, su hijo sobrevivió milagrosamente a dos atentados.

La matriarca recuerda cómo huyó en el verano de 2014 del avance de los yihadistas del ISIS. Y el retorno imposible a su hogar tras los combates, al estar su casa destruida.

Para huir de Irak, Hussein tuvo que endeudarse y vendió el oro de su mujer y de su madre. Desde hace siete años, viven en una tienda de campaña, abrasadora por el calor en verano e inundada por las lluvias torrenciales en invierno. “Tenemos miedo a un cortocircuito que nos queme dentro”, dicen.

Por ahora, trabaja ocasionalmente reparando portátiles. “Todavía no tenemos dinero, pero cuando lo consigamos nos iremos otra vez”, asegura, para insistir en que sigue pensando en emigrar. Sabe que ya no será por Bielorrusia. “Nos han prohibido volver en los próximos cinco años”, sostiene.

Falta de futuro

Al pie de la ciudadela de Erbil, capital del Kurdistán del Sur, Ramadan Hamad, un zapatero kurdo de 25 años, coincide en que “si tuviera oportunidad me iría hoy mismo, sin esperar a mañana”.

A falta de un taller, Hamad arregla una suela en la acera, una imagen que resume su situación: “No hay futuro y la situación económica es muy difícil”.

“Soy consciente que si te embarcas en la emigración clandestina tienes un 90% de probabilidades de acabar muerto. Pero, al menos, durante el viaje, viviría en una sociedad que respeta a la persona”, afirma.

Hamad señala que, además de las dificultades económicas, influye en el éxodo en futuro sembrado de incertidumbres geopolíticas: retirada estadounidense, resurgir yihadista, conflicto entre Turquía y el PKK.

Pero el principal motivo es que “hay una sola clase que tiene acceso a todo”, resume el analista Adel Bakawan. “Un joven kurdo no puede irse de vacaciones ni comprar una casa ni estudiar en inglés, ni siquiera tener un empleo digno”, constata.

FUENTE: Gara/Kurdistán América Latina