El periodista español Ferran Barber fue encarcelado un mes por el KDP

El periodista fue detenido el pasado 8 de agosto en el norte de Irak por la Policía del Gobierno Regional Kurdo y encerrado en un centro penitenciario de la ciudad de Erbil sin que le informaran de los cargos en su contra.

El periodista español Ferran Barber ha vivido la que sin duda ha sido la experiencia más traumática de toda su vida tras pasar cuatro semanas confinado de forma arbitraria y sin acusación formal en un centro de detención en la ciudad de Erbil, capital del Kurdistán iraquí. Este reportero freelance, colaborador habitual de Público y de otros medios, especializado en el conflicto kurdo y profundo conocedor de la zona, donde ha viajado en numerosas ocasiones, fue detenido el pasado 8 de agosto por la Policía kurda, la llamada Asayish, cuando se dirigía desde el valle de Nahla a la población de Rojava mientras trabajaba en la realización un reportaje sobre milicianos españoles y alemanes del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) para una televisión germana. No fue liberado hasta el pasado 4 de septiembre, tras pasar 27 días retenido en condiciones deplorables en lo que él mismo ha definido como "un auténtico centro de tortura". Un infierno del que en los peores momentos de su reclusión pensó que no saldría nunca.

Afortunadamente, puede contarlo. "He vivido una situación indeseable que no provoqué. Yo he sido secuestrado por la policía política, por una cleptocracia de rateros", denuncia Barber desde la habitación de un hotel de Erbil, ciudad que ha abandonado este mismo domingo para regresar a su casa de Barcelona. Allí descansará y podrá pensar con claridad en todo lo sucedido desde que a mediados del pasado mes de julio viajara a Irak, en concreto a la ciudad de Sinyar, en el oeste del Kurdistán iraquí.

Aún aturdido y físicamente afectado –"He perdido 12 kilos de peso", asegura–, Barber narra que tras varios días de trabajo en Sinyar, el 3 de agosto decidió trasladarse él solo al valle de Nalah, en el norte del país, una zona controlada por las milicias del PKK y fuera del control del Gobierno Regional Kurdo (KRG), el organismo autónomo que gobierna en el Kurdistán iraquí y con el que el PKK está enfrentado. "Nahla es un recóndito valle en las montañas del norte de Irak. Allí voy con regularidad porque tengo muchos amigos. Estuve cinco días, hasta que me llamaron mis compañeros alemanes para que me fuera a Rojava porque allí habían contactado con un grupo de milicianos que me podía interesar", prosigue Barber.

Al olor de la noticia, Barber partió el 8 de agosto por la mañana. Iba tranquilo: tenía un permiso del KRG para ir a Rojava y conocía bien la zona. Pero ese día todo se torció desde el principio. Barber no tenía coche ni nadie que le pudiese llevar, así que empezó a caminar por una pista de tierra con el objetivo de alcanzar la carretera principal y ya desde allí llegar al próximo pueblo kurdo para procurarse un taxi u otro medio de transporte. Caminó durante cinco o seis horas, pero se quedó sin agua. Ya cerca de la carretera se topó con un miembro de los peshmergas, las fuerzas armadas del KRG. En ese momento comenzó su odisea.

"Yo estaba deshecho porque llevaba sin agua ya bastante tiempo. El peshmerga me dijo que él me llevaría hasta un taxi. Me subí a su vehículo, pero a los 15 kilómetros  paró en tierra de nadie. De pronto, apareció otro vehículo con cuatro o cinco militares fuertemente armados. Se identificaron como Policía de fronteras, pero en realidad eran miembros de Asayish, la policía del KRG. Es un cuerpo policial que funciona al más puro estilo de la Stasi, una policía política a la que han denunciado por su brutalidad instituciones como Human Rights Watch o Amnistía Internacional. Estos hombres me rodearon y me metieron sin contemplaciones en su vehículo. Ahí supe que las cosas iban definitivamente mal”, recuerda Barber.

"Me metieron en una celda como una mala bestia" 

Cada celda tiene 50 metros cuadrados y sólo en mi celda había 138 personas de todas las edades. Aquello era un agujero negro, un pudridero"

"Me llevaron a un cuartel del Asayish. Me acusaron de ser amigo de terroristas y me preguntaron incluso por mis anteriores visitas a zonas controladas por el PKK. Yo creo que venían a por mí desde el principio", sostiene el reportero.

Tras pasar una noche en el calabozo y sin ninguna explicación, el día 9 de agosto a las 6.00 horas de la mañana, Barber fue trasladado a Erbil. Allí ingresó en un centro de detención por el que, apunta el periodista, "han pasado muchos españoles". Y es que, de repente, Barber estaba sufriendo en primera persona los abusos que él siempre ha narrado desde el otro lado, desde el lado del periodismo.

Aquí empieza la parte más dura de su relato. Aún se le entrecorta la voz al recordar las pésimas condiciones de su confinamiento: "Me metieron en la celda número cuatro como una mala bestia. Yo no quería entrar, pero amenazaron con pegarme. Cada celda tiene 50 metros cuadrados útiles con un solo baño. El día que llegué, sólo en mi celda había 138 personas de todas las edades, incluso menores; cuando salí éramos 160. La comida en muchos casos estaba podrida y era escasa; el hedor era insoportable; estábamos a 50 grados de temperatura y no teníamos espacio para movernos ni para tumbarnos y dormir, algo que era imposible. El aire era casi irrespirable por la falta de ventilación. Había palizas. No había asistencia médica. Fue una brutalidad absoluta. Aquello era un agujero negro, un pudridero. Muchos sólo podían desear la muerte".

Durante ese hacinamiento, Barber, además, recuerda ver a hombres desesperados: unos lloraban, otros se daban cabezazos contra la pared. Él mismo estuvo a punto de perder la esperanza en algún momento: "Al principio pensé que no había nadie que pudiera ayudarme, que nadie sabía que yo estaba ahí y asumí que podría estar encerrado un mes, un año o que incluso podrían tirar la llave de mi celda. Eso es lo más desolador de todo".

Barber explica, ya desde la comodidad de su habitación, que estas condiciones infrahumanas de los presos son fruto de una estrategia bien diseñada. La cadena CCN ha documentado recientemente que en todas las cárceles de Irak se utiliza el el hacinamiento extremo como medio de tortura . "Es lo que allí dentro se denomina El sistema, una red de represión brutal. Utilizan el hacinamiento como instrumento de tortura para reprimir a los opositores políticos. Hay gente que lleva siete u ocho años viviendo en un metro cuadrado sin que sus familiares sepan dónde están. Hay muchas personas de origen árabe que son acusadas sin pruebas de pertenecer al ISIS", explica Barber.

Pero además, el hacinamiento en las prisiones kurdas es un negocio redondo, según Barber: “El Gobierno de Irak paga entre 12 y 14 dólares al KRG por preso, pero las autoridades kurdas sólo se gastan un dólar por cada uno. La diferencia se la quedan ellos".

Un limbo legal

Barber también siente impotencia por la arbitrariedad y la falta de garantías jurídicas de las que han sido víctimas tanto él como muchos de sus compañeros de reclusión. "La mayoría estábamos en un limbo legal. En teoría, el centro de detención es un lugar donde no puedes estar más de 72 horas a la espera de que un juez decida si te manda a la cárcel o no. En mi caso, no me informaron de los cargos que había en mi contra, ni tuve derecho a un abogado. No sabía cuánto tiempo iba a permanecer allí".

Al final permaneció 27 días. Gracias a sus amigos y a la embajada de España en Irak, que se movieron con celeridad, pudo salir de aquel infierno. Le dijeron entonces que había sido "castigado" por cruzar la frontera entre el territorio controlado por el PKK y el dominado por la KRG. "Me dijeron también que voy a ser deportado y que me prohíben volver a entrar en el país".

"Los que estuvieron conmigo me han implorado que no les olvide, que cuente lo que está pasando ahí dentro y eso es lo que voy a hacer"

Barber es consciente de que tardará mucho tiempo en volver al Kurdistán iraquí; es probable incluso que no pueda regresar nunca a esta parte tan querida del mundo para él. "Llevo años comprometido con las minorías y las gentes de estas tierras. Es todo muy triste".

Para aliviar esa tristeza, Barber se lleva un puñado de historias que escribirá y contará con el corazón: "Los que estuvieron conmigo me han implorado que no les olvide, que cuente lo que está pasando ahí dentro y eso es lo que voy a hacer. He sentido lo que sienten estas gentes. He adquirido un compromiso con ellos. Estoy físicamente muy debilitado pero no en lo psicológico. Tengo claro por qué he estado allí: para ejercer el periodismo de forma independiente y denunciar todos estos abusos”.

Fuente: publico.es