Volver a Kobane - parte III

Patrizia Fiocchetti estuvo en Kobane para abrir la Academia de Mujeres. ANF publica sus reflexiones sobre la visita.

Patrizia Fiocchetti termina su artículo sobre su viaje a Kobane. La primera parte se puede leer aquí y la segunda aquí.

Dejar atrás esta tierra no es fácil. Tan pronto como una se va, dejando atrás a Kobane, la sensación de pérdida es tangible. Lo que se recibe en términos humanos y políticos es mucho más de lo que se ha dado a través de fondos para su reconstrucción: una comunidad en la que las diferencias significan riqueza y la solidaridad es la columna vertebral de una cotidianidad que hace que la experiencia de Rojava sea única en la historia contemporánea.

Hospitalidad, diferencia, solidaridad. Las palabras ofendidas y degradadas de nuestra realidad florecen en cambio en la región del Éufrates, enraizadas en la práctica diaria del cuidado del otro en el que los límites, físicos o conceptuales, no tienen cabida.

Los kurdos y los árabes viven juntos en Kobane y sus aldeas, así como los refugiados de Afrin o Raqqa que también forman parte de esta cotidianidad en tanto que son parte activa y responsable de la misma, en su corrección y en su mejora.

En esta parte del mundo se formó la primera sociedad humana organizada, una comunidad matriarcal que acogió y redistribuyó los regalos de la cosecha. Las mujeres han recuperado aquí su rol evolutivo, y lo han vuelto revolucionario.

La Academia de Mujeres – El sentido de un proyecto compartido – 15-18 de junio de 2018

El 17 de junio de 2018 será difícil de olvidar, especialmente para Carla Centioni, amiga y presidenta de la Asociación Ponte Donna de Roma con quien viajé: es el día de la apertura de la Academia de Mujeres, un proyecto financiado por la Iglesia de Valdese con la participación de la provincia autónoma de Bolzano. Un proyecto por el que Carla se comprometió personalmente desde 2015 hasta después de nuestro regreso en la misión en Kobane.

Por la mañana, la entrada ya está llena de mujeres, hombres, niños y periodistas. Muchos se detienen a mirar la señal que domina la puerta de la entrada. Sobre un fondo morado, la imagen de una mujer joven sonriente. Al lado, la inscripción ‘Akademiya S. Silan Kobané’, en la que ‘S’ significa ‘shahid’, mártir, y Silan se corresponde con el nombre de la primera mártir de la ciudad de Kobane (asesinada en el Kurdistán iraquí). La Academia está dedicada a ella.

Llegan las representantes políticas del cantón: la co-presidenta acompañada por la ministra de las Mujeres; el co-alcalde junto con su hermana (los conocimos en Suruç en febrero de 2015); exponentes de Kongreya Star (Movimiento de Mujeres) y la Fundación de Mujeres de Kobane. Sonrisas y palabras para enfatizar la alegría del evento.

Arjin, nombrada directora de la Academia por el Movimiento de Mujeres del cantón, se acerca a Carla junto con una señora mayor vestida con ropajes tradicionales y un pañuelo blanco en la cabeza: “Te presento a la madre de Silan”. Y Carla la abraza, sorprendida y conmovida.

Las tres se dirigen hacia la entrada donde espera la cinta inaugural. Sus manos se unen a las de la madre de Silan agarrando las tijeras para cortar la tira amarilla y morada entre los flashes de las cámaras.

Reconstruir la Casa de Mujeres, bombardeada por el Daesh durante el ataque al cantón, parecía un “proyecto utópico casi imposible de realizar”, recuerda Carla en su discurso inaugural.

“Fue el fruto de una determinación que está en la naturaleza de las mujeres”. Se han superado los obstáculos y las dificultades imprevistas: “Espero que una vez que se vuelvan a abrir las fronteras, muchas delegaciones internacionales puedan venir a la Academia de Mujeres de Kobane para aprender de vosotras”.

Los representantes de las instituciones y asociaciones de Kobane se ponen de pie uno por uno dando su testimonio sobre la importancia que este lugar adquiere para ellos.

Las palabras de la ministra de Mujeres son particularmente reveladoras: “Todas las mujeres que han venido aquí y han cumplido con su promesa, se han convertido en parte de un vínculo muy concreto que es esencial para nosotras”. Las mujeres construyen lazos, cada milímetro de la Academia es un testigo tangible.

Entre aplausos y agradecimientos a Carla y Ozlem, la asamblea se disuelve. Mientras en la planta baja nos paramos a mirar el trabajo en las paredes de madera marrón de más de 70 artistas italianos e internacionales dedicados a la Academia respondiendo a una iniciativa lanzada por Ponte Donna en 2016, Arjin informa, sin dejar de sonreir, que la apertura de los cursos está programada para el próximo 25 de junio. Aunque el primer piso de la casa de huéspedes todavía tiene que ser completado.

Nos muestra el programa: derechos de las mujeres, jineolojî, sociología de la liberación... “Por el momento solo comenzarán los destinados a las mujeres, pero también estamos organizando cursos para hombres”, para reafirmar el significado de la educación como inclusión y cambio.

La Academia parece ser un poco como la casa madre de los muchos centros para mujeres que se encuentran en cada distrito de Kobane y en cada aldea que compone el cantón, reconstruido inmediatamente después de la expulsión de las milicias negras del territorio.

Y mientras en Roma e Italia, uno tras otro, los centros de mujeres son amenazados con desalojos y clausura, cancelados de un solo golpe burocrático, las mujeres de Rojava reconstruyen y construyen lugares inclusivos para estudiar y practicar experiencias comunitarias.

Jinwar – La aldea de las mujeres

La vista es sugerente. El azul del cielo es aún más poderoso debido al sol del mediodía en la tierra roja salpicada de edificios bajos tradicionales desde una sombra más oscura situada en un semicírculo de una gran estructura central.

Si Jinwar es "la tierra de las mujeres”, la naturaleza es su base.

Dejamos atrás Qamislo y ponemos rumbo de vuelta a nuestro mundo. El paisaje que nos acoge forma parte de la última etapa de este viaje cargado de emociones, que devuelve la otra piedra angular del confederalismo democrático: vivir en nombre del respeto por el medio ambiente.

 Nujin, una joven alemana de 27 años de edad miembro del Comité Constituyente de la aldea, nos da la bienvenida. Nos sentamos en unos bancos, con agua fresca para calmar la sed, mientras nuestros ojos deambulan por el trabajo realizado por las mujeres en la tierra, de donde sacarán los ladrillos para las casas, los verdes campos y el huerto.

“Hoy sólo me encuentro yo” –nos dice Nujin sonriendo– “Las demás están en Kobane para atender las entrevistas de selección de las mujeres que han pedido ingresar a Jinwar”.

Son muchas pero los criterios son precisos: se dará prioridad a las viudas de los caídos en la batalla, a las víctimas de la violencia machista y, finalmente, a quienes estén motivadas con seguir este camino.

La idea de un lugar que las mujeres puedan construir con sus propias manos se remonta a 2015.

En 2016 se formó el Comité en el que estuvieron representadas las diversas asociaciones de mujeres de Rojava.

Su objetivo era establecer los principios sobre los que una experiencia de tal magnitud pudiera cobrar vida. El 25 de noviembre del mismo año, el día internacional contra la violencia machista, se dieron las primeras noticias sobre proyecto en una rueda de prensa.

“El cuerpo central ya existía y se usa como espacio común”. Las paredes están decoradas con frescos de símbolos femeninos. Uno en particular llama nuestra atención: una figura femenina con las palmas de las manos hacia arriba desde donde brotan árboles en miniatura.

“Habrá 30 casas en total. Luego se construirá una escuela para niños, una academia en la que también habrá cursos para hombres y un centro de medicina natural. Viviremos de forma ecológica”.

No se permitirán las unidades familiares ni los hombres solteros en Jinwar, pero una mujer casada que decida mudarse con o sin sus hijos será bienvenida.

“Queremos experimentar con una nueva idea de las relaciones, no solamente en el plano de pareja sino contemplando la elección por parte de la mujer de un modelo de vida independiente, más allá de los sentimientos y las obligaciones, que ponga en el centro un camino de vida libre en términos sociales”.

La naturaleza se convierte en un elemento central en está relación cotidiana. “Trabajar con ella significa vivirla como fuente de evolución. En la academia se llevarán a cabo cursos de economía relacionados con la ecología. La tierra, el agua y el trigo son esenciales para crear esos ladrillos que construirán nuestros hogares. Y las frutas entrarán en la economía de Jinwar, para nuestro sustento y también para ser vendidas a los mercados de los pueblos vecinos”

Nujin nos guía en una breve excursión: el área donde los ladrillos se están secando; el patio de la academia frente a la piscina –“las mujeres no tenían un lugar para ir a nadar. Por lo tanto, lo construimos. El agua se usará para los campos”–; la terraza colocada para cubrir la casa patronal (matronal, más bien).

Cuando bajamos, una mujer con un vestido tradicional floreado nos está esperando. “Antes de comenzar el trabajo, una vez que la tierra fue declarada libre y otorgada por la administración local, fuimos a hablar con las familias de los pueblos vecinos. Hablamos con hombres y mujeres para explicarles el significado del proyecto y les dijimos que eran bienvenidos si querían ayudar”, explica Nujin.

“Ella tiene nueve hijos y un esposo. Nos preguntó de inmediato si podía venir a ayudarnos. Ahora está en el Comité; llega temprano por la mañana y regresa a su casa por la noche. Incluso sus hijos vienen a trabajar y su esposo ayuda con lo que puede, desde el campo. No vivirá aquí, pero es parte integral de este lugar”.

En la tierra de las mujeres, la inclusión y la apertura al otro son realidades concretas, y mientras nos vamos, le preguntamos a Nujin si, en el caso de recibir demasiadas solicitudes, piensan convertir la aldea de las mujeres en una ciudad de mujeres.

Ella se ríe: “En ese caso, tendremos que pensar en construir un Jinwar en otra parte de Rojava”. Muchas tierras de mujeres, quizás en diferentes áreas del mundo.