Para los kurdos, es una escena familiar. Militantes yihadistas, respaldados por un notorio Estado patrocinador del terrorismo, atacan a los miembros de una minoría asediada. Se desbocan, desfilan y abusan de las mujeres capturadas, pisoteando sus cuerpos desnudos en la calle.
Otra escena familiar: un poder autoritario, militarizado y muy superior se esconde tras un inquietante muro fronterizo, defendido por sensores de alta tecnología y ametralladoras automatizadas, mientras los drones zumban sobre sus cabezas. Las colonias de colonos se adentran en territorios ancestrales, mientras las abuelas son despojadas y humilladas en puestos de control que imponen un apartheid del siglo XXI. Armado e instigado por sus aliados occidentales, el ocupante castiga a los civiles con el control y el encarcelamiento de por vida, la destrucción total de las infraestructuras humanitarias y un sinfín de campañas de bombardeos punitivos que matan a civiles en un número mucho mayor.
El asalto inesperado y sin precedentes a Israel lanzado por Hamas el pasado 7 de octubre, y la respuesta de guerra total de Israel, han dividido fuertemente a la opinión kurda. Figuras destacadas como Diliman Abdulkader, del grupo de presión Amigos Estadounidenses del Kurdistán, han repetido hasta la saciedad la afirmación de que “Hamas = Turquía = ISIS”, utilizando la retórica de la “guerra contra el terror” de Estados Unidos para equiparar a Turquía, partidaria de Hamas, con Irán y presentar a los kurdos como el mejor escudo de Occidente contra el terrorismo islamista. Por el contrario, un comunicado de la organización paraguas del movimiento militante kurdo Unión de Comunidades del Kurdistán (KCK) destaca las luchas compartidas y los lazos históricos con los palestinos. Acusa a Turquía de hipocresía al condenar a Israel mientras lleva a cabo su propia campaña de bombardeos de guerra total al estilo israelí contra las regiones kurdas.
Esto no se debe únicamente a la polarización política interna kurda. Más bien, los kurdos, la nación sin Estado más grande del mundo, han sufrido los dos tipos de violencia que tipifican el actual conflicto entre Israel y Palestina.
Mecanismos de proyección
Gran parte de los comentarios occidentales sobre el conflicto se han caracterizado por el cumplimiento reprimido de los deseos en torno a la violencia política. Atormentados por la impotencia, pero incapaces de asumirla realmente, muchos parecen atenazados por lo que los críticos inspirados en Walter Benjamin denominan “melancolía de izquierdas”. Los izquierdistas sueñan con pasadas luchas de liberación anticolonial respaldadas por las potencias comunistas del mundo real, en lugar de aceptar su realidad actual, más limitada.
Gran parte del discurso antiimperialista contemporáneo está marcado por la fetichización de la resistencia armada y la repetición cansina de eslóganes pertenecientes a un pasado en el que las luchas antiimperialistas aún podían rehacer el mundo. Esto proporciona una especie de mecanismo de defensa que permite a la izquierda evitar un doloroso ajuste de cuentas con la hegemonía capitalista global. Las rápidas (y rápidamente retractadas) proclamas de júbilo por el ataque de Hamas traicionan la falta de voluntad para reflexionar sobre lo que la cooptación de la lucha palestina por el islamismo autoritario significa para el pueblo palestino, o para la causa más amplia del internacionalismo socialista.
Mientras tanto, la derecha se entrega a su propio deseo de liquidar autoritariamente a las poblaciones nacionales disidentes y subalternas. Esto se disfraza con el lenguaje de los derechos humanos y la preocupación por el antisemitismo doméstico, a menudo por aquellos que llevan agua para los antisemitas en otros lugares. Israel, al igual que los kurdos en su lucha contra ISIS, se ha convertido en un cómodo depositario de las fantasías más horribles de la derecha sobre la violencia racial y la subyugación.
Pero en el caso de los kurdos se da la tendencia opuesta. Una asociación mimética los alinea con las víctimas, no con los ejecutores, de la violencia actual. Desde este punto de vista, no es difícil entender la marcada división entre los kurdos que empatizan con las víctimas civiles de la violencia islamista y los que lo hacen con las víctimas palestinas de la brutal ocupación israelí, posturas que he oído expresar con igual convicción en conversaciones con muchos políticos, civiles y militantes kurdos. Esta gente que sufre puede empatizar con las víctimas individuales de un atentado terrorista concreto, o con otra nación que también es víctima de una violencia sistemática.
Es fácil apoyar o incluso animar a cualquiera de las dos naciones. Es bastante más difícil, sobre todo en la niebla de la guerra, imaginar una respuesta genuinamente socialista-internacionalista al conflicto. Pero esto es precisamente lo que debemos perseguir, y lo que el movimiento kurdo ha logrado articular a menudo. El internacionalismo no debe despreciarse desdeñosamente como “bipartidismo”, estableciendo falsas equivalencias entre fuerzas profundamente incomparables o absteniéndose por completo de juzgar. Por el contrario, es un llamamiento a disolver los cimientos de la ocupación y el imperio, permitiendo a los pueblos reprimidos de todo el mundo luchar por la autodeterminación en el sentido más amplio. No sólo una autodeterminación nacional llevada a cabo en beneficio de una élite nacional, sino una emancipación más profunda, que disuelva no sólo las fronteras, sino la estratificación económica y social. Mientras Israel se prepara para reducir Gaza a escombros -diciendo a los civiles que no tienen a dónde huir que deben hacer precisamente eso-, se podría replicar que ahora no es el momento para tales conjeturas utópicas.
Geopolíticamente, el conflicto está claramente imbricado tanto con la lucha kurda como con la crisis más amplia de Oriente Próximo. El apoyo de Turquía a Hamas está bien documentado, y tanto Turquía como los principales partidarios de Hamas en Teherán han intentado erradicar el proyecto de autodeterminación dirigido por los kurdos en el marco de la Administración Autónoma del Norte y Este de Siria (AANES), construida en torno a la región kurda conocida como Rojava.
Fundamentalmente, el apoyo turco a Hamas y la captación del voto islamista por parte del presidente Recep Tayyip Erdoğan (incluso entre una parte considerable de los kurdos rurales religiosos) mediante ataques verbales a Israel no se traduce en ningún interés material en resolver la ocupación a favor de los palestinos. Estas contradicciones se manifiestan en el campo de batalla. En el conflicto actual, es probable que la financiación y el apoyo turcos hayan permitido a Hamas atacar a soldados israelíes que llevaban equipo suministrado por Turquía, incluso cuando Turquía utiliza tecnología militar israelí para atacar a los kurdos. Del mismo modo, es un mito pensar que Israel tiene algún interés en la visión kurda de desmantelar el Estado-nación autoritario o romper con una concepción etnonacionalista de la autodeterminación.
Más bien, como ha escrito el líder político kurdo Abdullah Öcalan, Israel “no tolera la solución alternativa a la cuestión kurda” que propone su movimiento. La forma de Estado no sólo se entiende como paradigmática a la hora de garantizar un futuro seguro para el pueblo judío, sino que, a través de la autoconcepción israelí como “la única democracia de Oriente Medio”, se representa como capaz de proporcionar derechos, seguridad y emancipación a todos los ciudadanos, a pesar de la evidencia del conflicto actual. Por definición, el Estado israelí se opone a la autodeterminación comunitaria más amplia de lo que el movimiento kurdo denomina una “nación democrática” (“netewa demokratîk”) de pueblos diversos.
En el norte y el este de Siria se ha demostrado que es posible que comunidades que en su día se vieron envueltas en una brutal violencia interétnica compartan el pan y operen políticamente en el mismo sistema federal. De hecho, a pesar de las graves dificultades, al movimiento kurdo le ha resultado más fácil reconciliarse con las comunidades árabes en las que ISIS ejercía su dominio, que lograr la desaparición de la frontera turco-siria que aún separa a las comunidades, familias y patrias kurdas. En octubre, los ataques aéreos punitivos y sistemáticos de Turquía acabaron con toda la infraestructura energética de la región, matando a docenas de personas y dejando a dos millones de civiles sin electricidad, agua ni hospitales que funcionaran con seguridad. Apenas es necesario subrayar los paralelismos con Gaza.
Nada está escrito en piedra
Adaptando un conocido mantra anticapitalista, vivimos en una era de realismo estatal, en la que es “más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del Estado”. Pero como han sugerido los grandes estudiosos del nacionalismo, Eric Hobsbawm y Benedict Anderson, “el búho de Minerva vuela al anochecer”, y la forma de Estado-nación, asumida durante mucho tiempo como necesaria, inevitable y permanente por pensadores desde G. W. F. Hegel hasta Francis Fukuyama, sólo puede entenderse plenamente cuando entra en una era de crisis en espiral. Si las imágenes que surgen de Gaza nos parecen apocalípticas, eso a su vez debería recordarnos que ningún orden está grabado en piedra.
De hecho, el análisis de Öcalan recuerda la valiente posición de Ernst Bloch, el marxista judío, místico y profeta de la esperanza en tiempos desesperados. Al escribir menos de diez años después de la liberación de Auschwitz, en el contexto de su propia huida de una muerte segura en la Alemania nazi, sitúa audazmente el verdadero Sión no en el naciente Estado israelí, sino en la lucha antisionista. “El sionismo desemboca en el socialismo, o no desemboca en absoluto”, escribe, afirmando en términos típicamente audaces que la predicción bíblica del lobo que se acuesta con el cordero ha sido traicionada por “el Canal de Suez y el petróleo de Mosul, la tensión árabe y la esfera de influencia británica, el imperio que se hunde y el monstruo estadounidense”. La valentía de tal posición, en tal momento histórico, difícilmente puede exagerarse.
Del mismo modo, el verdadero espíritu del internacionalismo socialista deshace todos los nacionalismos, incluso los que puedan servirle de vehículo durante un tiempo. El movimiento islamista-autoritario antiisraelí y antioccidental que une a Irán con Hezbolá, Hamas, el gobierno de Bashar Al Assad y otros actores políticos regionales se autodenomina, con artículo definido, “la resistencia”. En cambio, el movimiento kurdo se organiza bajo el lema “la resistencia es la vida”. Aquí, “resistir” no es una oposición estática y definida negativamente al imperio, sino más bien un verbo, un acto constante de hacer y deshacer. La resistencia es vida: y, por tanto, la vida es resistencia.
No se trata de poner a los kurdos en un pedestal: ellos también han cometido errores y los palestinos también han recorrido el largo y duro camino de la resistencia. Se trata más bien de señalar una vez más el papel fundamental que debe desempeñar la resistencia palestina en la determinación de su propio futuro, en la elección de un camino más allá no sólo de la ocupación israelí, sino también de la reproducción de la violencia estatal en microcosmos. Como sugiere Bloch, toda lucha y resistencia llevan en sí las semillas de la futura transformación social. Pero precisamente por eso importan la forma de la lucha y las reivindicaciones de la resistencia.
FUENTE: Matt Broomfield / Jacobin / Traducción y edición: Kurdistán América Latina