Brotes de la revolución
Una mirada latinoamericana de la revolución de Rojava que hoy está amenazada por grandes potencias y defendida en la calle por jóvenes que crecieron en ella.
Una mirada latinoamericana de la revolución de Rojava que hoy está amenazada por grandes potencias y defendida en la calle por jóvenes que crecieron en ella.
Después de cinco días de viaje, cruzo desde Sulaymaniyah (Kurdistán iraquí) hacia Rojava (Kurdistán sirio) para registrar una manifestación de jóvenes que apoyan esta revolución. Un precario puente divide la frontera, allí está el Tigris, uno de los pocos y grandes ríos en la zona. Luego de horas de burocracia presentando papeles y credenciales, e intentando vencer las barreras idiomáticas, logro cruzar a la siguiente frontera que está a 500 metros. “Bi xêr hatî Rojava”, me dice un policía; es quizás la primera vez que tengo confianza viendo a los ojos a un uniformado. Con ayuda de un traductor, le pregunto cómo llegar a una ciudad donde me tengo que encontrar con periodistas de la zona para cubrir la manifestación. Luego de preguntarme de dónde soy, se ofrece a llevarme. Digo que sí. Es la segunda vez que, como periodista, subo a la camioneta de la policía; la primera, mejor olvidar. En el camino, me mira y sonríe. “Argentina, Argentina”, y suelta palabras en kurmanji que no puedo entender.
Un niño camina de la mano con su abuelo y mira unas letras prendidas fuego. Levanta su pequeña mano y, con los dedos, hace una “v”. Las letras son las iniciales del Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK). Ese partido, creado hace más de 40 años por Abdullah Öcalan, fue la principal influencia para que, en 2012, en el marco de la Primavera Árabe que conmocionaba a todo Medio Oriente y el Magreb, el pueblo de Rojava (Kurdistán sirio) liberara los territorios del norte del país. Ese levantamiento que desbordó al gobierno de Damasco fue por libertades básicas, pero que, hasta ese momento, estaban vedadas para los y las kurdas: el derecho a habitar y cultivar sus tierras, hablar su propio idioma, ejercer sus derechos políticos y culturales.
A finales de mayo, el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, volvió a amenazar a los pueblos de Rojava: anunció una nueva etapa en la invasión militar contra el norte y el este de Siria. Como ya lo hizo en 2018 y 2019, Erdogan destina todo el poderío del Estado turco para destruir el proyecto social y político en Rojava compartido por cinco millones de personas, ya sean kurdos, árabes, armenios, asirios, musulmanes, cristianos o yezidíes.
Mientras Erdogan invade y destruye, ninguna potencia internacional hace nada.
En respuesta a esta amenaza, miles de jóvenes del Movimiento Juvenil Revolucionario y de la Unión de Mujeres Jóvenes organizaron una marcha de tres días, desde la ciudad de Qamishlo hasta Derik, otra localidad ubicada a 150 kilómetros de distancia. Durante la larga marcha, se levantó una sola consigna: “Únete a la guerra de liberación contra ocupantes y traidores”.
El sol pega y la tierra se siente en la garganta. Un joven se me acerca y pregunta: “¿Tu ji ku dere ki?“ (¿De dónde sos?). Cuando digo “ez ji argentina me”, me mira y comienza a nombrar al Che Guevara, a Maradona, a Messi. Después me abraza, me da dos besos y me dice: “Serkeftin” (¡Hasta la victoria!).
En la marcha, veo cómo hombres y mujeres bailan. Hasta hace pocos años atrás, esa costumbre milenaria, como también lo es el canto y la música, estaba prohibida para el pueblo kurdo de Rojava. Las horas caminando por el desierto no desalientan a nadie. Bailes, voces, cantos se funden, otra vez, como resistencia.
Un joven “cuadro”, como llaman aquí a las personas que forman parte del PKK y han estado por varios años formándose políticamente, se acerca, se sienta en cuclillas y nos sirve agua a todos los que estamos ahí, y cuando termina, no le queda para él. Se ríe, le queremos dar la nuestra y no acepta. Por suerte, hay un internacionalista alemán que habla kurdo y español, y me cuenta lo que dice. Empieza por lo simple: hoy dejas sin agua a alguien, mañana te hacen falta cosas materiales para estar bien, pasado sos tu enemigo. Al mundo se lo cambia desde simples gestos, es muy importante que actuemos de esta manera, porque alguien que no actúa de esta manera y habla de revolución es incoherente, quién le va a creer a un burgués que predica lo que no hace. Su sonrisa es atrapante, en sus ojos hay seguridad, pienso que, cuando fue la revolución, habrá tenido 9 años.
En el camino, me ofrecen incontables veces agua y comida, me alagan mis tatuajes y me preguntan con cara de confusión por qué tengo un aro en la nariz. Los vecinos que no participan de la marcha sacan mangueras para que los jóvenes tomen agua y se mojen la cabeza. El pañuelo, en el mundo árabe, tiene muchos significados; uno de ellos es cubrirte del sol. Mi cabeza lo comprende enseguida. Consigo un pañuelo el segundo día y no lo soltaré en los días que esté acá.
La revolución en Rojava es constantemente amenazada por diferentes intereses. Además, es literalmente bombardeada por Turquía. En las últimas semanas, tanto el ejército de Ankara como los grupos que son sus aliados en el terreno redoblaron los ataques contra aldeas y ciudades del norte de Siria.
Rodeando a los jóvenes, las unidades de milicianas custodian la marcha. Ese ícono que llegó a occidente de mujeres con armas se transfigura cuando dos niñas se acercan a saludarlas con dos besos y un abrazo.
No veía tantos jóvenes agrupados luchando por una causa desde el movimiento de mujeres en Argentina. ¿Será esa la causa por la que sea tan difícil para los enemigos acabar con esta revolución? Con diez años de avances, resistencias y miles de desafíos por delante, el movimiento político que liberó Rojava continúa plantando las semillas para reforestar la tierra donde crece esperanza que, desde hace décadas, intentan aniquilar.
Fuente: Mauricio Centurión para La tinta / Imagen de portada: Mauricio Centurión