“Me sentenciaron a ‘Guerra contra Dios’, que significa muerte, ejecución. Sin juicio, sin interrogatorio, sin nada, sin haber pisado ni una vez el juzgado, sin permitirme tener un abogado”. Ashkan Morovati cuenta a RTVE.es su periplo de los últimos cuatro meses desde un lugar que no puede revelar por seguridad. “Sé que la República Islámica está intentando localizarme por todos los medios. Soy el único condenado a muerte que ha huido de Irán y habla sin miedo”, afirma en su primera entrevista con un medio de comunicación español.
Ashkan es kurdo, deportista, tiene 27 años. Su historia ha impactado al pueblo iraní: en un país donde muchos asumen que las manifestaciones acaban en el cementerio, él se ha negado a evitar a las autoridades. Y es que se enfrentó directamente a más de una docena de agentes de la Guardia Revolucionaria, el ejército paralelo que dirige el líder supremo iraní para “defender los valores de la Revolución Islámica”, lo que incluye acallar cualquier protesta.
Un enfrentamiento viral
Ashkan eligió una zona muy vigilada, una plaza céntrica de Sanandaj, la capital del Kurdistán iraní. “Tenía un objetivo, me quité la camiseta como un símbolo, para decir ‘aquí me tenéis’. La gente teme a los guardias revolucionarios, están armados hasta los dientes y no tienen compasión; pero quería demostrar que en realidad son unos cobardes. Si para eso tenía que dar mi vida, no me importaba”, afirma.
El enfrentamiento fue grabado y las imágenes pronto se volvieron virales. En ellas, Ashkan les grita y, en cuestión de segundos, se ve rodeado de guardias revolucionarios. Él saca un cuchillo “en defensa propia, solo para mostrar cómo se asustan”, asegura. Durante un momento, los guardias revolucionarios dudan, se apartan. Cada vez acuden más, acaban rodeándole y Ashkan tira el cuchillo. Con los brazos en alto, cae al suelo, se oyen disparos. Los iraníes con los que hemos hablado reconocen que compartieron el vídeo pensando que ese “héroe anónimo” había muerto.
“Me golpearon, me dispararon dos balas. Aquí (en el costado derecho) me dieron un tiro de gracia, hasta los médicos lo confirmaron. Llegué con 200 perdigones en el cuerpo… Tenía el pulmón agujereado por los perdigones”, detalla mientras se señala las heridas. Ashkan recuerda y agradece la ayuda recibida del personal sanitario que, según su testimonio, luego sufrió represalias.
“El régimen pensaba que no sobreviviría y cuando se dieron cuenta de que sí, 29 días después, vinieron a sacarme de la UCI para llevarme a la cárcel. Me habían operado, estaba muy grave y me querían llevar a la cárcel, donde no hay medios, para verme morir”, denuncia. Para mucha gente, salvar a Ashkan Morovati era sinónimo de menoscabar al régimen. Por eso, convocados por redes sociales, se concentraron a las puertas del hospital de Sanandaj. Evitaron así que las autoridades se lo llevaran en el primer intento; pero, de madrugada, volvieron para llevarlo a la cárcel.
Condenado por la ‘Guerra contra Dios’
Fue en su celda donde Ashkan se enteró de que el régimen ya había decidido mandarle a la horca. Es el castigo para los condenados por “moharabeh”, un delito poco concreto que se traduce como “Guerra contra Dios”. Fue incorporado al código penal hace más de cuatro décadas, con el nacimiento de la República Islámica del ayatolá Jomeini.
El delito de “Guerra contra Dios”, igual que el de “corrupción en la tierra”, se usa habitualmente para aplicar la pena capital a manifestantes o personas críticas con la teocracia. A menudo, tras la celebración de juicios que organizaciones por los derechos humanos como Amnistía Internacional (AI) califican de “farsas” por la falta de garantías y las confesiones “obtenidas bajo tortura”.
Ashkan denuncia que, en su caso, la condena le llegó por escrito, sin haberse celebrado un juicio. Pero confiesa que, por la repercusión que había tenido su caso, tenía claro que la suya no sería una ejecución dentro de la norma: discreta, en la cárcel, al alba, con la primera llamada a la oración de fondo. “Me había llegado la noticia de que iba a hacerse en público”, subraya.
Ya condenado, por su débil estado de salud, le trasladaron a un hospital militar, donde denuncia no haber recibido tampoco un buen trato. “Me tenían atado a la cama, sin poner medios para curarme”. La única opción era que su familia hiciera “muchos papeles” y pagara “una fianza altísima” para tratarse en otro hospital. “Me liberaron 20 días bajo vigilancia, todos los móviles de mi familia estaban controlados, bloquearon todas mis pertenencias. Me quitaron mi vida, me quitaron todo. Yo tenía una buena vida”, cuenta.
Ashkan no puede desvelar cómo consiguió burlar la vigilancia e irse del país durante esos días de permiso. “Nosotros, los kurdos, conocemos las montañas y podemos salir más fácilmente. Pero en ese momento estaba en muy malas condiciones, sangrando mucho. No quiero decir que me escapé porque yo volveré a Irán”, señala.
Desafío al régimen y lucha por los derechos de las mujeres
Consciente de lo llamativo del principio y el final de la historia que protagoniza, Ashkan Morovati huye de los personalismos. Dice que en los últimos cuatro meses sus prioridades han cambiado: quiere dedicarse a luchar por la libertad de Irán. Las secuelas físicas han frustrado su sueño de triunfar en el boxeo. Ahora está convencido de que hablar es el peor golpe que le puede asestar a la teocracia.
“He vivido toda mi vida en las calles de Irán, he visto los crímenes que el Gobierno comete contra su propia gente. Lo hace en el Kurdistán, pero también en todo el país y ahora estamos todos unidos. Ha habido muchas protestas, pero esta vez sé que es diferente por la unión que tenemos”, sentencia.
Ashkan reconoce que el papel de las mujeres y las niñas está siendo fundamental, y se muestra muy preocupado por las últimas noticias que hablan del envenenamiento a más de un millar de alumnas en escuelas femeninas. “No hay duda de que la República Islámica está detrás, intenta meter miedo a las chicas. Esta revolución se ha iniciado con nombre de mujer y pronto la ganaremos”, pronostica.
Muchas ahora hacen activismo escribiendo frases de manifestantes asesinados en la horca que llegan a buzones y terrazas en papeles de colores. “No le digas nada a mamá”, fueron las últimas palabras de Mohammad Mehdi Karami, de 22 años. Se lo dijo por teléfono a su padre antes de ser ejecutado, en enero. Esas palabras escritas a mano animan a seguir luchando. “La teocracia quiere hacer ver que ya está todo tranquilo, que no pasa nada, pero la lucha no ha acabado”, aclara Ashkan.
Desde septiembre y hasta finales de año, Irán vivió unos meses explosivos: miles de personas salieron a las calles en unas movilizaciones contra el régimen que han hecho historia. Según Naciones Unidas, al menos 14.000 manifestantes fueron encarcelados; un dato que asciende a 18.000, según el Center for Human Rights in Iran (CHRI). Además, se contabilizan 300 muertos por la represión en las manifestaciones en las calles, incluidos 41 menores de edad.
FUENTE: Ana Baquerizo / RTVE /Edición Kurdistán América Latina