Al final del primer mandato de Donald Trump, el mayor premio geopolítico no alcanzado era el establecimiento de relaciones normalizadas entre Arabia Saudita e Israel. Esta cuestión ha sido un foco central de la política regional en los últimos años, ya sea impulsada a través de proyectos como el Corredor Comercial India-Europa, o socavada, como lo ejemplificó el ataque de Hamás del 7 de octubre de 2024.
Tras una reunión entre el presidente de Estados Unidos y el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, el 5 de febrero, surgió la perspectiva de que Tel Aviv reevaluará este “gran premio” desde la perspectiva israelí, en particular, la normalización de las relaciones con Arabia Saudita. El plan de Trump de desplazar a la población de Gaza abrió, en opinión de algunos, la puerta a ambiciones israelíes que van más allá de la normalización con Arabia Saudita: la eliminación permanente de la población de Gaza, de una manera que supera incluso el desplazamiento realizado al margen del Tratado de Lausana de 1923. Este último, al menos, implicaba un intercambio de población; en contraste, el escenario propuesto para Gaza se asemeja a un modelo turco implementado por primera vez en la masacre de Wadi Zilan, en 1930, seguida por la de Dersim, en 1937, y en el Kurdistán rural a principios de los años 1990. El uso de armas químicas en Halabja y la campaña iraquí de Anfal contra los kurdos brindan otros ejemplos. Si tuviéramos que trazar el curso de la limpieza étnica y los desplazamientos masivos en la región, Medio Oriente ofrecería una cruda ilustración de la persistencia de la barbarie en la política contemporánea, incluso en la era moderna.
A menos que Trump abandone el plan de desplazar a la población de Gaza y transformar el territorio en complejos turísticos imaginarios, un renovado conflicto entre Israel y Hamás es inevitable.
¿Un Estado palestino después del 7 de octubre?
Netanyahu abandonó su habitual cautela al hablar de Arabia Saudita, afirmando que el reino posee grandes extensiones de tierra suficientes para establecer un Estado palestino. Esto no es sólo un acto audaz, y enfureció a los saudíes, que ven que la normalización tiene un precio árabe-islámico además de los beneficios nacionales, que de hecho es el establecimiento de un Estado palestino.
A pesar de su anterior deseo de mantener la puerta abierta a posibles relaciones, las declaraciones de Netanyahu tras reunirse con Trump marcan un cambio radical, ya que confirmó su rechazo a la creación de un Estado palestino como precio de la normalización con Arabia Saudita, afirmando que Israel no firmará ningún acuerdo que no tenga en cuenta los riesgos que amenazan su seguridad. Descartó la idea, al decir: “¿Un Estado palestino después del 7 de octubre?”.
Con esta posición, Netanyahu está estableciendo una nueva base para las relaciones con Arabia Saudita, fundada en el principio de “relaciones para las relaciones”, no “relaciones para un Estado palestino”.
Si Tel Aviv mantiene esta postura, Medio Oriente podría sufrir una reorganización de sus ya frágiles equilibrios regionales, lo que podría llevar a Arabia Saudita a retirarse de su “presunta” alianza con Israel. Este escenario es notable por su función asumida: competir con el eje turco-qatarí en la división de territorios desocupados por Irán en Medio Oriente.
En cualquier caso, Israel desempeñó indudablemente un papel fundamental en la contención del “chiismo político” iraní en la región, lo que automáticamente fortaleció al “sunismo político”. Sin la participación de Israel en este conflicto, toda la región podría haber caído bajo el dominio de Irán y Turquía, dos potencias regionales que compiten por la distribución en lugar de por el control unilateral. Este detalle es fundamental para comprender las limitaciones históricas a la rivalidad entre estas dos naciones.
Mientras Israel siga limitando la influencia iraní, el vacío de poder creado por nuevos actores (por ejemplo, en Siria) aumenta las preocupaciones sobre la seguridad israelí. Es probable que la aceptación por parte de Netanyahu del plan de Trump demore una normalización más amplia con los Estados árabes y empuje a Arabia Saudita hacia una posición más central en medio de bloques rivales. Vemos esto en Siria, donde el reino saudita surge como un contribuyente independiente a la estabilidad, que opera al margen de una agenda compartida turca o israelí.
Un cambio de esa naturaleza en la postura de Arabia Saudita podría frenar la integración de Israel en la región, es decir, su aspiración de convertirse en un Estado local de Medio Oriente, objetivo que parecía alcanzable después de que Israel debilitara el eje iraní en Gaza, Líbano y Siria. Por el contrario, Turquía se beneficiaría de la postura más neutral de Arabia Saudita, lo que le daría una ventaja sobre Tel Aviv.
Las opciones de Israel en medio de un declive en la normalización
Israel tiene varias opciones para responder a estos posibles acontecimientos –en concreto, la posibilidad de que aumenten las tensiones con Riad–, entre ellas reforzar su presencia en zonas de competencia regional, especialmente Siria, y buscar vínculos más estrechos con actores más pequeños, dadas las menores perspectivas de normalización con Arabia Saudita.
Cabe señalar que las menores perspectivas de una normalización inmediata entre los dos países se deben a que Netanyahu no entiende los “arquetipos de personalidad de Medio Oriente”. No puede dirigirse a los saudíes como lo hace, como si pudiera simplemente dictarles sus acciones con respecto a un Estado palestino si priorizan sus propios intereses. Además, Netanyahu no puede hablar de Arabia Saudita como si fuera Donald Trump.
Desde otra perspectiva, un cambio de postura de Arabia Saudita hacia la neutralidad entre bloques regionales podría llevar a la retirada de Israel del conflicto entre suníes y chiítas, lo que, a su vez, podría reequilibrar la dinámica militar si Irán opta por centrarse únicamente en los conflictos dentro de las naciones musulmanas, en lugar de en la liberación de Palestina.
Incertidumbre y posibles nuevos desarrollos
No se puede descartar esta posibilidad como algo imposible. Irán puede elaborar una fórmula que le asegure evitar actividades que amenacen la existencia de Israel. Si esto ocurre, Israel puede distanciarse de apoyar las expresiones sunitas contra Irán, basándose en una transformación ideológica en Teherán, que lo lleve a buscar un nuevo adversario para legitimar su gobierno en lugar de Israel. Israel también podría formular escenarios de seguridad integrales para contrarrestar a una “nación enojada” que lo rodea pero que no recibe apoyo ni financiación de Irán.
En medio de estas variables, la situación sigue siendo inestable. Todavía no se ha concretado ninguna ecuación sobre la que construir, y la ambigüedad persistirá hasta que se aclare la naturaleza de las relaciones entre Arabia Saudita e Israel y la redefinición del Estado de Israel por parte de Irán.
En consecuencia, pueden surgir nuevos paisajes geopolíticos, de los cuales los kurdos podrían ser los beneficiarios potenciales. Han comenzado a escapar de la “caja cerrada”, término acuñado por Talat Pasha en relación con las acciones del gobierno del Comité de Unión y Progreso en Anatolia y las regiones orientales; Pasha declaró que esas regiones serían efectivamente una caja cerrada, lo que implicaría confinamiento.
Turquía y Kurdistán: ¿acuerdo o confrontación?
Las opciones políticas kurdas no están garantizadas en términos de resultados y beneficios y están sujetas a posibilidades contradictorias. Kurdistán –o la zona geográfica kurda– es parte del turbulento Medio Oriente, no la parte que necesariamente triunfará en todos los casos. Áreas kurdas importantes y centrales, como Afrin, siguen bajo ocupación turca directa.
En este contexto, Turquía y Kurdistán se enfrentan a dos opciones:
1- Adaptarse a la nueva realidad y responder a una iniciativa de paz justa, que permita a ambas partes emprender un camino político conjunto que se extienda hacia el sur, hasta el Levante, y llegue hasta el Arabistán (la península arábiga en la cultura kurda). Este proceso comienza con la reconstrucción de la identidad de la República.
2- La confrontación y la continuación del conflicto, lo que impulsa a los kurdos a no rechazar la alianza ofrecida por Israel.
Las contradicciones turco-israelíes no son existenciales, pero conllevan mucho daño mutuo y es probable que definan los contornos de las estrategias regionales en la cuenca mesopotámica.
El Kurdistán de hoy se encuentra en una situación histórica similar a la que se vivió entre 1500 y 1520, cuando el resultado del enfrentamiento entre safávidas y otomanos en la batalla de Chaldiran, en 1514, fue decisivo. La alianza de los emires kurdos con el sultán Selim I rompió las fronteras geográficas del Imperio otomano, que había estado confinado durante dos siglos al río Éufrates, y le dio la capacidad de expandirse hacia el este y luego hacia el sur. La base social de la expansión otomana hacia el sur no sólo estaba en Anatolia, sino también en una masa política y social compartida desde Anatolia hasta Kurdistán.
La alternativa a un acuerdo turco-kurdo audaz y justo sería sufrir nuevas pérdidas importantes que convertirían la región en un campo de batalla durante otro siglo, reabrirían vulnerabilidades mutuas, y conducirían a un nuevo desgaste tanto en Kurdistán como en Anatolia.
FUENTE: Hussain Jummo / The Kurdish Center for Studies / Traducción y edición: Kurdistán América Latina