El nuevo paradigma de las revoluciones
El revolucionario de hoy no es solo quien desafía al poder, sino quien reconstruye el tejido de la sociedad y siembra el cambio en las mentes, la cultura y la vida cotidiana.
El revolucionario de hoy no es solo quien desafía al poder, sino quien reconstruye el tejido de la sociedad y siembra el cambio en las mentes, la cultura y la vida cotidiana.
"No he cambiado realmente. Sigo siendo un socialista y uno de los defensores más radicales de una sociedad moral y política. Lo que ha cambiado, lo que se ha transformado, es la época misma: el tiempo, las sociedades, las clases, las herramientas y los métodos usados en la lucha. Simplemente me di cuenta del desequilibrio entre lo que escuchaba y lo que veía, y esto me llevó a una nueva fase de lucha. Quienes cuestionan o critican esto, quienes afirman que es rendición, deberían primero examinar qué han hecho ellos mismos, dónde están y si han logrado mover siquiera una piedra en nombre de la evolución..."
La transformación social no puede entenderse solamente a través de cambios en las condiciones económicas o políticas; también debe rastrearse a través de las rupturas que ocurren en el ámbito humano del pensamiento. Desde la crisis de la modernidad hasta la confusión de la posmodernidad, desde el colapso del socialismo real hasta el auge de la autogestión democrática, los paradigmas radicales siempre han buscado llevar las voces de los históricamente marginados hacia el futuro. En este contexto, el Llamado a la Paz y a una Sociedad Democrática de Abdullah Öcalan representa una visión intelectual que va más allá de los límites de los modelos revolucionarios clásicos.
Pensar desde la ciencia social
Para entender correctamente el Llamado a la Paz y a una Sociedad Democrática de Abdullah Öcalan, debe abordarse desde el prisma de la ciencia social y el espíritu de la época. Es esencial adoptar una perspectiva fundada en las condiciones de la era, su tiempo y espacio. Cada época lleva dentro tanto crisis como potencial. Interpretar este llamado mediante perspectivas desfasadas, fórmulas desgastadas o conceptos memorizados sin analizar críticamente la época misma, intentando explicarlo a través de referencias históricas selectivas, es un error desde el principio. El lenguaje y la intención de este llamado deben verse no solo como discurso político sino como el momento fundacional teórico de una nueva forma de existencia social.
Desde ese mismo punto de vista, también es erróneo reducir el paradigma del señor Öcalan, su perspectiva socialista o su enfoque de la revolución mundial a un collage de citas de este o aquel sociólogo, de esta página o aquel párrafo de algún libro. Tales interpretaciones suponen una mala lectura del señor Öcalan y resultan en una desviación fundamental. No se trata simplemente de una postura teórica, sino de renovar la conciencia revolucionaria a nivel metodológico.
El espíritu de la época y el cambio de paradigma
Lo que realmente importa no es evaluar a Abdullah Öcalan a través de ideologías y afirmaciones teóricas desfasadas que tuvieron significado en siglos pasados pero que ahora son irrelevantes. En cambio, debemos acercarnos a él con perspectivas enraizadas en el espíritu de la época, con nuevas ideas ideológicas, estrategias revolucionarias y paradigmas. Ver las cosas al revés es negar la vida y la realidad tangible. El tiempo nos cuenta historias completamente diferentes ahora, y la época en la que vivimos habla de asuntos mucho más allá de lo que se ha dicho antes. Frases como “el análisis concreto de condiciones concretas”, “la teoría es gris, pero el árbol de la vida es verde”, o las expresiones de Heráclito “todo fluye” y “lo único constante es el cambio”, ofrecen respuestas profundas a quienes siguen apoyándose en conceptos centenarios como si nada hubiera cambiado. Lo que se necesita no es nostalgia, sino dirección. Hay que superar teorías obsoletas y corroídas, ideologías rígidas, estrategias estáticas y métodos dogmáticos que ya no sirven a esta época y hacerlo sin miedo. La flexibilidad revolucionaria, fundada en la realidad material e intelectual de nuestro tiempo, se ha convertido en una necesidad, no en lealtad a fórmulas ideológicas congeladas.
Ahora está ampliamente entendido que las revoluciones de esta nueva era no pueden hacerse con las mismas herramientas usadas en el pasado. Con los tiempos cambiantes, todo ha cambiado: ideologías, paradigmas, estrategias, estructuras económicas y sociales, relaciones de producción, las clases y grupos laborales involucrados en el proceso, todos se han transformado. En su lugar, han surgido nuevas dinámicas, clases y capas intermedias. Las revoluciones tecnológicas han ocurrido una y otra vez; nuevos descubrimientos han alcanzado las profundidades del espacio. Ahora entramos en una nueva fase llena de un inmenso potencial revolucionario, provocado por avances en inteligencia artificial como ChatGPT.
Todos estos desarrollos influirán en las revoluciones sociales. Si las clases y estructuras de producción han cambiado, entonces las estrategias revolucionarias también deben cambiar. Si las clases que hacen la revolución han cambiado, entonces naturalmente nuevas fuerzas entrarán en juego. La lógica, el estilo, el camino y los métodos de la revolución también deben transformarse. Si uno intenta lanzar una revolución sin tener en cuenta estas nuevas condiciones, entonces inevitablemente quedará atrapado en el pasado, en paradigmas agotados, y no podrá ofrecer soluciones efectivas a los problemas contemporáneos.
Para poder abrir nuevos caminos hacia el futuro, es indispensable que el movimiento revolucionario incorpore el aprendizaje histórico, pero también la creatividad, la innovación y la capacidad para adaptarse a las nuevas realidades. Sólo así podrá dar voz a las demandas reales de las sociedades actuales, y no repetir simplemente fórmulas antiguas que ya no se ajustan a la complejidad de nuestro tiempo.
Por lo tanto, la importancia del Llamado a la Paz y a una Sociedad Democrática radica en que propone un marco teórico y práctico que intenta superar las limitaciones de las viejas ideologías, y que busca construir un modelo de transformación social acorde a las nuevas realidades históricas, políticas, económicas y culturales. Este enfoque ofrece una nueva visión del socialismo y la revolución, centrada en la democracia, la coexistencia, la igualdad y la libertad, todo ello pensado desde las condiciones concretas de nuestro tiempo.
Este enfoque no se basa en las fórmulas santificadas del pasado, sino que abraza visiones abiertas y plurales para el futuro. Él afirma que reemplazar las revoluciones basadas en la fuerza y la violencia por otras arraigadas en el pueblo, y sustituir las estructuras de poder construidas sobre la dictadura del proletariado por administraciones colectivas enraizadas en una sociedad democrática, requiere la construcción de un sistema completamente nuevo.
Si hablamos de revoluciones populares, de democracia, de igualdad y fraternidad, entonces la revolución debe ser realmente una revolución del pueblo. La democracia debe ser una verdadera democracia popular. La igualdad en la economía debe ser una economía comunal. Una llamada revolución que no se base en el pueblo, una fundada en un puñado de fuerzas armadas, asfixiada por la burocracia donde todo se concentra en manos de unas pocas élites, no puede ser una revolución real, una verdadera forma de gobernanza o un sistema de justicia económica. Porque la igualdad no debe ser solo instrumental, también debe ser producida estructural y culturalmente. Las revoluciones hechas en nombre del proletariado o de la liberación nacional, si no están arraigadas en el pueblo, son en última instancia solo la otra cara de las revoluciones burguesas.
La repetición del pasado no es revolución
Miremos la historia: la revolución soviética centrada en Rusia se llevó a cabo en nombre del Estado y un proletariado puro. Como resultado, se despegó del pueblo, careció de democracia y se basó enteramente en la dictadura. ¿Y qué pasó? Después de 70 años, colapsó por razones internas. Los países que libraron luchas de liberación nacional eventualmente se convirtieron en Estados-nación y, uno tras otro, fueron absorbidos por el sistema capitalista. Hoy en día, no existe ni una sola sociedad socialista en el mundo. ¿Puede esto ser una coincidencia? Primero, destruir el viejo sistema. Luego construir uno nuevo en su lugar, reemplazar un Estado por otro, sustituir la producción capitalista por relaciones de producción socialistas y, sin embargo, tras solo unos pocos años, cada uno de ellos colapsa y vuelve a formar parte del orden capitalista. Esto ilustra claramente cómo los errores estratégicos se repiten históricamente de manera sistemática.
Esto refleja un grave error estratégico, una profunda falla de perspectiva y un fracaso ideológico y teórico para romper con la ideología burguesa. De lo contrario, ¿cómo es que las revoluciones se hacen solo para que todo colapse en ruinas poco después? Socialistas, revolucionarios y quienes se llaman a sí mismos pioneros no pueden ignorar esto ni fingir que el problema no existe. Durante un siglo, socialistas, revolucionarios y autodenominados comunistas han estado dando vueltas en el mismo lugar. A pesar de apoyarse en armas, violencia y fuerza, han permanecido como un pequeño puñado, sin avanzar más allá de posiciones marginales. Esta es la realidad concreta, independientemente de las intenciones. El sacrificio ha sido inmenso, pero los resultados son inexistentes. Hay lucha a nivel de grupos aislados, pero no hay realidad de popularización masiva ni victoria.
Muchos movimientos revolucionarios permanecerán atrapados en sus condiciones actuales mientras continúen con la misma mentalidad, métodos y visión revolucionaria antigua. Aunque pasen otros cien años, nada cambiará; no podrán avanzar más allá de su etapa actual. Lo vivido en el siglo pasado seguirá repitiéndose: una repetición de repeticiones. Este encierro en ciclos históricos convierte la lucha en nostalgia en lugar de resistencia. Estos son los resultados inevitables de torcer el arco en la dirección equivocada.
Construir una sociedad democrática: un método más allá de la violencia
La crítica y solución propuesta por Abdullah Öcalan se dirigen precisamente a este punto. El nuevo paradigma que ha construido se asienta en este eje, completamente desvinculado de estructuras elitistas, burocráticas y no populares. Imagina un sistema enraizado en el pueblo, donde el pueblo se convierte en la encarnación de su propia voluntad; un sistema en el que el pueblo tanto hace como sostiene la revolución, tanto gobierna como administra todos los aspectos de la vida mediante medios comunales y democráticos. Como antítesis del socialismo real, que fue construido como una imagen espejo del sistema capitalista, burocrático, estatista, elitista y alejado de la sociedad, ignorando condiciones sociales, identidades y creencias, él defiende el socialismo democrático y se redefine como pionero de este nuevo paradigma.
Este paradigma exige una redefinición del sujeto revolucionario y una inversión del concepto de poder, alejándolo del centro y llevándolo a las bases de la sociedad. En este contexto, se hace cada vez más evidente que la transformación revolucionaria no debe centrarse únicamente en el aparato estatal, sino también en el tejido interno de la sociedad, particularmente en los ámbitos de la cultura, la ética, las relaciones sociales y la vida cotidiana. Una verdadera revolución social debe transformar no solo las instituciones, sino también las mentes y las formas de relacionarse.
Una nueva forma de organización: la unidad de las identidades
En el mundo actual, el objetivo ya no es derrocar un Estado para construir otro, ni reemplazar una dictadura burguesa por una proletaria. Abdullah Öcalan sostiene que construir un Estado socialista o un Estado-nación ya no es una meta revolucionaria viable. En cambio, propone un sistema socialista democrático que sea flexible, comunal e incluso acomode formas de propiedad familiar. En este contexto, ofrece no solo una alternativa a las formas organizativas clásicas del pasado, sino también una redefinición del propio concepto de poder.
Öcalan enfatiza que en regiones donde coexisten múltiples identidades étnicas y religiosas en un mismo territorio, organizar movimientos separadamente basados en fragmentos identitarios solo conduce a la división y a la reproducción del nacionalismo local. Tal fragmentación, dice, inevitablemente provoca contradicciones y conflictos entre los oprimidos. Su alternativa propuesta es una organización unificada que reúna a todas las clases y sistemas de creencias oprimidos bajo un único marco. Subraya que así como la burguesía internacional y los poderes hegemónicos construyen estructuras conjuntas, los oprimidos también deben construir sus formas colectivas de organización. Sin esto, afirma, no será posible construir una sociedad democrática, un socialismo democrático ni una nación democrática. Esta visión de organización colectiva está en el corazón de una política moderna de solidaridad.
Öcalan examina críticamente las teorías, tácticas y estrategias obsoletas formuladas como tesis revolucionarias hace 100 o 200 años. Declara claramente que intentar aplicarlas en el contexto actual es una forma de regresión, un acto de conservadurismo desconectado de la nueva era. Persistir en la práctica revolucionaria sin comprender la naturaleza de la época actual solo genera ciclos infructuosos bajo la sombra del pasado. En su nuevo manifiesto, Öcalan presenta una estrategia comprensiva que abarca nuevas tácticas, métodos, modelos organizativos y formaciones adaptadas a nuestra época, formas que abren el camino hacia una sociedad democrática.
Reconociendo las contribuciones de pensadores clásicos como Marx, Engels, Lenin, Stalin, Mao y otros teóricos marxistas, Öcalan argumenta que sus tesis no pueden simplemente transplantarse a nuestra era actual. Lo que fue válido bajo las condiciones de su tiempo ya no puede conciliarse con las realidades de hoy. Si todo ha cambiado, entonces las estrategias para la revolución también deben cambiar. De hecho, propone que no hablemos de revolución sino de evolución. En su más reciente Manifiesto por la Paz y la Sociedad Democrática, enfatiza que ni el socialismo ni la democracia pueden lograrse quemando lo viejo, estableciendo nuevos Estados, ampliando ejércitos o monopolizando la economía bajo control estatal. Esto marca un cambio radical de una visión centrada en el poder de la revolución a una comprensión centrada en la sociedad de la transformación.
Mediante tales métodos obsoletos, los movimientos construyeron Estados-nación en nombre del socialismo y, al hacerlo, agrandaron el Estado mientras suspendían la sociedad democrática. Según Öcalan, la sociedad democrática debe construirse no a través del Estado, sino en oposición a él — mediante la lucha legal y política contra las prácticas antidemocráticas del Estado, sus leyes excluyentes y las políticas represivas del Estado-nación basadas en la negación, la prohibición, el nacionalismo, el sexismo, el dogma religioso y el cientificismo. Aquí, la democracia no se deriva del Estado, sino que surge como un terreno fundamental donde la pluralidad social se expresa. En este sentido, una sociedad democrática debe construirse sin destrucción; los principios de la nación democrática deben confrontar y superar a los del Estado-nación. La cuestión kurda también encontrará su resolución dentro de este marco.
La lucha y resistencia continuas han transformado la cuestión kurda en una realidad innegable y la han llevado al escenario global. Basado en la creencia de que la libertad del pueblo kurdo solo puede realizarse a través de la liberación colectiva de las cuatro partes del Kurdistán, Abdullah Öcalan ha emitido su llamado por la Paz y una Sociedad Democrática. Esto sitúa la libertad del pueblo kurdo dentro de un marco que evita tanto el esencialismo étnico como el modelo clásico del Estado-nación. En cambio, insiste en una forma pluralista, democrática y localmente organizada de vida comunal.
Ninguna revolución es posible sin un cambio de paradigma
No olvidemos: el revolucionario de hoy no es simplemente alguien que busca el poder, sino quien toca los corazones del pueblo y ayuda a tejer de nuevo el tejido social. La revolución ya no germina solo en las calles; arraiga en las mentes, en la cultura y en los ritmos de la vida diaria. Ningún movimiento que no comprenda el espíritu de la época puede hacer que la transformación social sea duradera.
Cualquier lucha que no pueda trascender la mentalidad centrada en el poder del pasado nunca traerá una transformación duradera para la libertad del pueblo. La revolución no es simplemente cambiar quién detenta el poder, es crear un nuevo orden moral, nuevas formas de relaciones sociales y nuevas visiones de la vida.
El punto de partida para este proceso es un cambio radical de paradigma. Sin tal transformación, la revolución solo reproduce la sombra del pasado; crea repetición, no verdad.