El plan político, económico y militar que se cierne sobre los pueblos de Turquía desde hace 20 años logró, por estos días, una nueva bocanada de aire fresco, con la reelección del presidente Recep Tayyip Erdogan en el balotaje que se realizó el domingo 28 de mayo. El mandatario, que en dos décadas supo sintetizar nacionalismo e islamismo, no sólo tendrá otros cinco años de gobierno, sino que el Parlamento quedó a su disposición, alcanzando la mayoría entre los escaños obtenidos por su partido, el AKP, y las fuerzas de extrema derecha aliadas a su administración, con los partidos MHP y Huda Par como representantes de las ideas más extremas dentro del país.
El futuro en Turquía no se vislumbra próspero, salvo para Erdogan y sus aliados, ya sean políticos como empresariales. Aunque el presidente llegó a estas elecciones con fuertes críticas internas debido a los terremotos que asolaron el sudeste del país en febrero, donde se multiplicaron las denuncias por corrupción por las construcciones de edificios sin respetar las leyes vigentes y el posterior colapso de las edificaciones, los sectores más conservadores de la sociedad le respondieron lo necesario para triunfar en la segunda vuelta.
Hasta ahora, el gobierno de Erdogan se caracterizó por una fuerte represión interna a la oposición –principalmente contra el movimiento político kurdo-, un descalabro económico que tiene al país entre los de mayor inflación a nivel mundial y una política exterior que apuesta al pragmatismo más despiadado y un guerrerismo que –otra vez- tiene como blanco principal al pueblo kurdo que habita la propia Turquía, pero también Rojava (norte de Siria) y Bashur (norte de Irak). Un ejemplo de esto último es que, mientras las fuerzas insurgentes kurdas llamaron a un alto el fuego durante la campaña electoral y los comicios posteriores en Turquía, la administración de Erdogan continuó bombardeando las regiones kurdas de esos países vecinos.
Para estos cinco años, el presidente reelecto seguramente redoble sus políticas de discriminación, principalmente contra las mujeres y la comunidad LGTBIQ+, como lo dejó en claro durante toda la campaña electoral. Por supuesto, a esto, se sumará la persecución contra dirigentes opositores, periodistas, artistas y académicos, algo que también ordenó en plena campaña. Erdogan saca sus fuerzas del apoyo interno, pero también del silencio internacional. Más allá de sus diatribas públicas con Occidente, Estados Unidos y la Unión Europea (UE) se cuidan mucho de “molestar” a un aliado que también es codiciado por Rusia. Ante este panorama, Erdogan juega todas sus fichas al pragmatismo más crudo, negociando con unos y con otros, y obteniendo réditos económicos y militares. La UE ya le dio al gobierno turco millones de euros en un acuerdo-contrato para que Erdogan mantenga en el territorio a más de tres millones de refugiados y refugiadas sirias. Aunque desde Europa todavía rechazan el ingreso de Ankara a la UE, saben que cuentan con un “buen amigo” que, con el correr de los años, se convirtió en el carcelero de los y las refugiadas.
En uno de los lugares donde más fue festejado el triunfo de Erdogan es en el cantón kurdo de Afrin, en el Kurdistán sirio, ocupado ilegalmente por mercenarios al servicio de Turquía desde 2018. Desde ese año, Afrin pasó de ser la zona más pacífica en toda Siria a convertirse en una sucursal del infierno en la tierra, donde abundan los asesinatos, los secuestros extorsivos, el robo de viviendas y campos de cultivos, con el único fin de producir un cambio demográfico, expulsando a la población kurda que, hasta la ocupación, era mayoritaria. La periodista Lindsey Snell publicó una serie de videos en los que se vieron los “festejos” de islamistas y mercenarios que regentean Afrin, y que demuestran la violencia que implantaron en ese territorio.
El movimiento político kurdo de Turquía, que en estas elecciones se presentó como Partido de la Izquierda Verde (YSP) e integró la Alianza Trabajo y Libertad –junto a otras organizaciones políticas de izquierda-, logró 61 diputados y diputadas para el Parlamento. Aunque la alianza de Erdogan apenas perdió escaños y mantiene la mayoría absoluta, para el YSP, el resultado obtenido no es una cifra menor, teniendo en cuenta el nivel de represión y persecución sufrida por el movimiento kurdo durante la campaña electoral. Igualmente, el YSP al igual que el Partido Democrático de los Pueblos (HDP) deberán ingresar en un momento de reflexión y crítica y autocrítica, porque desde algunos sectores remarcaron las falencias que permitieron un retroceso dentro del Parlamento y –más importante aún- una desconexión con las necesidades concretas del pueblo kurdo en Turquía (unas 20 millones de personas) y cierto repliegue en las calles. Quien demandó una fuerte autocrítica fue el ex copresidente del HDP, Selahattin Demirtas, encarcelado injustamente desde 2016 bajo acusaciones falsas de vínculos con organizaciones terroristas.
Nada bueno sobrevuela a la Turquía de hoy. Aunque las denuncias por violaciones a los derechos humanos y hechos de corrupción se acumulan contra el gobierno de Erdogan, el mandatario reelecto parece más fortalecido que nunca. A su asunción el sábado pasado, concurrieron 80 presidentes y primeros ministros de todo el mundo. Desde América Latina, los jefes de Estado saludaron, felicitaron y hasta calificaron de “hermano” a un presidente que no duda en reprimir a los pueblos que habitan Turquía. El amplio movimiento de mujeres del país y la resistencia histórica del pueblo kurdo pueden convertirse, una vez más, en el muro de contención de un régimen que parece decidido a ir por todo y contra todos y todas.
*Por Leandro Albani para La tinta / Foto de portada: Dylan Martínez – Reuters.