16 de marzo de 1988: Recordando la masacre de Halabja

Hoy se cumplen 34 años desde que Saddam Hussein masacró a miles de personas de su propio pueblo en un ataque químico contra la ciudad de Halabja.

El régimen Baaz de Irak, bajo el mando de Saddam Hussein, dejó una gran marca negra por medio de un ataque con gas químico contra civiles en Halabja hace 34 años.

El ataque causó la muerte de más de 5 mil personas, miles quedaron discapacitadas y otras miles se vieron obligadas a emigrar.

El bombardeo estaba calculado para matar al mayor número posible de gente. La primera andanada rompió los cristales protectores de las ventanas de toda la ciudad, asegurando que el gas llegara a sus objetivos.

Se eligió un cóctel especial de productos químicos para lograr el máximo impacto. Uno de los gases tenía un aroma fuerte y dulce, como el de las flores de manzano, dijeron los supervivientes, con la intención de hacer que la gente inhalara profundamente para averiguar la causa del olor. Otro producto químico se utilizó como agente paralizante, haciendo que la gente se desplomara en el suelo.

Se utilizó un tercer gas letal más pesado que el aire; cualquiera que se cayera, se agachara por seguridad o se refugiara en un sótano acabaría inhalándolo.

Murieron en cuestión de minutos. Hombres, mujeres y niños murieron indiscriminadamente mientras el gas tóxico se filtraba en sus casas, a través de las ventanas rotas, llenando los espacios donde se habían refugiado.

Hasta 5.000 personas perecieron ese día. Otras miles resultaron heridas, la mayoría de ellas civiles.

Un anciano superviviente de aquel día, Abdurrahman Reşit Emin, contó a ANF que perdió a su madre y a dos hermanos en la masacre, que describe como “momentos de una lucidez que no terminaba”. Emin dijo que el aire estaba cubierto por el olor de las manzanas: “Estábamos estupefactos. El cielo de Halabja se agitaba con los sonidos de los aviones de guerra, de los que había unos 10-15, no recuerdo el número exacto. Todo sucedió muy rápido. Miles de personas exhalaron su último aliento en diez minutos. Había cadáveres por todas partes. El resto abandonó la ciudad y tomó la ruta migratoria. Los abandonados a la pobreza y la enfermedad eran tantos como los muertos. Todos se volvieron miserables. Algunos se quedaron ciegos, otros perdieron la cabeza”.