La policía es feminicida porque el Estado es patriarcal, la policía es racista porque el Estado es colonial, la policía es clasista porque el Estado es capitalista.
Por ende, ¿qué son ellos si no solo la fuerza mercenaria que el Estado usa para controlar y mantener el sistema patriarcal-colonial-capitalista?
El feminicidio político de Jina (Mahsa) Amini en Irán, tras ser detenida por la “policía de la moral”, ha causado revuelo a nivel internacional como dentro del mismo país. Grandes protestas dejan ver la rabia y el horror de las mujeres frente a este hecho, al que la policía de Irán calificó como un hecho “desafortunado” y que, a la vez, respondió con violencia y represión para frenar las manifestaciones. La opinión internacional ha centrado la discusión siguiendo el guión establecido por el mundo occidental: “todo lo que no es Occidente -norte global- es bárbaro, malo, anti-democrático y contra la libertad”. Sin embargo, este hemisferio global dónde supuestamente reina la modernidad, no se encuentra exento, ya que tanto aquí como allá la policía y el Estado se han mostrado iguales.
En Ecuador, el feminicidio de María Belén Bernal dentro de la Escuela de Policía, así como la seguidilla de hechos relacionados a la investigación del delito ha causado y despertado la furia de las personas, quienes se han convocado en plantones y marchas para exigir verdad y justicia. Al igual que en Irán, aquí la policía y el Ministro de Interior han calificado al hecho como un acto ejecutado por “malos elementos”, a la vez que atacan a quienes los denuncian -como es el caso de Eli, madre de María Belén; lo mismo que sucedió en Colombia cuando “manzanas podridas” (haciendo referencia a elementos de las fuerzas armadas) secuestraron y violentaron sexualmente en grupo a una niña de 12 años perteneciente a la comunidad indígena embera-chamí (1); como pasó con el asesinato en pleno luz del día de George Flyod; de igual forma cuando salen a la luz investigaciones o noticias en las que la policía y el ejército se han visto inmersos dentro de otros casos de extorsión, asociación con bandas criminales y mafiosas, asesinatos, secuestros, robos y otro tipo de delitos frente a los que se supone su trabajo es actuar. Por solo mencionar algunos ejemplos.
Esto deja notar que no se trata de casos aislados, sino de un problema estructural que no se soluciona con aislamiento, separación de la institución o con cursos de formación en derechos humanos para quienes integran sus filas -salida fácil y nada efectiva de los gobiernos populistas para calmar el descontento social-. La policía y las fuerzas armadas son un pilar fundamental para el Estado-nación. El Estado tiene el monopolio de la violencia, es el único que puede usarla “legalmente” y lo hace a través de estas instituciones. Históricamente estos aparatos han servido para mantener y proteger los privilegios de las élites, los intereses del gran capital y, por ende, la propiedad privada.
De ahí que la violencia dentro de su forma de actuar es inherente a la naturaleza de la propia institución sin importar el gobierno, tiempo o lugar. No podemos olvidar las dictaduras y masacres dónde la policía y los militares han tenido un rol principal ¿no fueron estas instituciones quienes mataron, torturaron, persiguieron y desaparecieron a miles de personas?, así como no podemos olvidar que los golpes militares fueron parte de una estrategia geopolítica de dominación; ¿No fueron las mismas quienes realizaron los mismos actos deleznables en los recientes estallidos sociales que se levantaron frente al avance neoliberal?
Asesinan a un mujer en un recinto policial, como asesinaron a cientos en contexto de encierro, como lo hacen con las empobrecidas y racializados, al igual que asesinan a manifestantes-huelguistas, defensores y luchadores sociales; desaparecen y buscan aquietar a todo lo que a los de arriba les parece incómodo; cercan territorios enteros para darles paso a las transnacionales y reprimen como una práctica institucional para fomentar el miedo en la población y todo esto no como una política de institución, sino una política de Estado. Práctica que luego se vuelve social, debido a que la lógica de institución se expande hacia las formas de relacionamiento, de ahí los casos que han surgido. La policía es feminicida porque el Estado es patriarcal, la policía es racista porque el Estado es colonial, la policía es clasista porque el Estado es capitalista.
Por ende, ¿que son ellos si no solo la fuerza mercenaria que el Estado usa para controlar y mantener el sistema patriarcal-colonial-capitalista? No es novedad que además de lo descrito, dentro de lo cotidiano este aparato esté muy presente en la mayoría de los espacios. Si existen problemas interpersonales o actos que vayan en contra de lo convenido en el pacto social-constitución-leyes ¿no es esta institución quién aparece en primera instancia? ¿a quién se supone han estipulado deben recurrir las personas?
En los años recientes se ha venido posicionando un discurso de seguridad frente al agravamiento de las problemáticas sociales que son producto de la cuestión social propia del sistema, con lo cual también se ha puesto todas las condiciones necesarias para que estas instituciones actúen con mayor legitimidad e impunidad. El Estado dota de todo el instrumental, condecora, enaltece y crea todo un mecanismo para hacer de esta institución un mal necesario y así evitar amenazas que lo hagan tambalear; el Estado controla la vida de esa forma.
Por consiguiente, el centro de la discusión no debe estar centrado en la reformación de estos aparatos ni la depuración de sus elementos, sino en la eliminación de estos aparatos; ¿Es posible una vida sin policía? Esto más que una pregunta, representa una necesidad urgente. Como movimiento social debemos tenerlo dentro de nuestro horizonte de lucha, ya que, así como ha habido muy poca interpelación hacia el sistema carcelario, también lo ha habido hacia el sistema policial que va de la mano. ¿Tomar el poder dentro del Estado para qué? ¿Para usar esos mismos aparatos que ahora señalamos como asesinos? ¿Qué cambiaría?
Por ello, debemos arrebatarle al Estado ese poder absoluto que se ha empeñado por tener sobre nuestras vidas, la única manera de hacerlo es prescindiendo de él y de sus instituciones como la policía para desmantelar el monopolio de la violencia. Ya no aguantamos más el genocidio sistemático al que nos han sometido como mujeres, muestra de ello son las manifestaciones y la impronta fuerte de aquellas que le paran la mano al Estado denunciándolo.
“La policía no me cuida, me cuidan mis amigas”, es uno de los gritos que se escuchan en las manifestaciones y más que ello, es una realidad, puesto que el entramado solidario es lo único que nos permite resistir frente al embate del sistema, la cuestión es volver ese entramado una organización para la transformación fuera del Estado como lo han demostrado ampliamente luchas anti patriarcales revolucionarias. Ese horizonte es la única opción posible. El estado no nos cuida, nos cuida la comunidad, por ello debemos apuntarle a otro tipo de organización, orientarnos a la construcción en comunidad; transformar el sentido que tenemos sobre lo que llamamos justicia, paz y seguridad de forma tal que estas no sean pensadas bajo la lógica de la defensa de la propiedad privada, sino de lo comunitario (como lo que hacen revoluciones espejos como la kurda y el zapatismo); recomponer el tejido social construyendo otras formas de vivir sin las lógicas de los sistemas de dominación para frenar la maquinaria de muerte que nos lleva al abismo al que nos quieren empujar. Nuestra lucha es por la vida, por ello nuestra lucha es por un mundo dónde el Estado y su violencia no tenga cabida.
FUENTE: Desde el Margen / Academia de Modernidad Democrática / Edición Kurdistán América Latina