Nikol Pashinyan, en un discurso pronunciado en la Asamblea Nacional, el pasado martes 18 de abril, expresó su deseo de que “Azerbaiyán haga lo mismo al reconocer todo el territorio de la República Socialista Soviética de Armenia como la República de Armenia”.
Con esta declaración, el dirigente armenio, que llegó al poder en 2018 liderando la Revolución de Terciopelo, y en el que su pueblo depositó los anhelos de un cambio político que acabara con décadas corrupción, parece estar dispuesto a firmar un acuerdo con su enemigo azerí: “El tratado de paz entre Armenia y Azerbaiyán se volverá realista si los dos países reconocen claramente, sin ambigüedades ni trampas, la integridad territorial del otro y se comprometen a no presentar reclamos territoriales entre sí”. Este discurso ha vuelto a hacer sonar las alarmas de la sufrida población de Nagorno Karabakh, que llevan más de cien días sufriendo un atroz bloqueo por parte de Azerbaiyán.
La respuesta azerí no ha tardado en llegar por boca de su presidente, Ilham Aliyev, cuya dinastía lleva gobernando con mano de hierro el país caucásico desde 1969, al encontrar en el discurso de Pashinyan un reconocimiento implícito de la soberanía de Azerbaiyán sobre todo el territorio de Artsakh, que ya ocupó en tres cuartas partes tras la ofensiva armada de 2020.
Aliyev exige ahora que el gobierno armenio declare “oficialmente que Karabakh es Azerbaiyán”, amenazando a la población del territorio -que en 1923 se convirtió en el Óblast Autónomo del Alto Karabakh, y que en 1991 se declaró como República independiente-, a aceptar la ciudadanía azerí o a tomar el camino del exilio.
“Los separatistas deben entender que tienen dos opciones: o viven bajo la bandera de Azerbaiyán o se van. Hemos perseguido a Serzh Sargsyan, Robert Kocharian y Seyran Ohanyan, las principales figuras de los separatistas, fuera de Karabakh como perros, y los hemos puesto de rodillas. Vinieron durante la segunda guerra de Karabakh supuestamente para luchar contra nosotros. Los tres huyeron de nuestras tierras como conejos. Ninguno de ellos puede meter la nariz en Stepanakert o en cualquier otro lugar ahora”, declaró el dictador azerí.
“La paz es posible si afirmamos claramente en todas nuestras relaciones internacionales, no solo hoy sino también para el futuro, que reconocemos a la República de Armenia por el territorio de 29.800 kilómetros cuadrados, más específicamente, el territorio de la República Socialista Soviética de Armenia, por el que obtuvimos la independencia en 1991, y no solo no tenemos ningún reclamo territorial de otros países, sino que nunca lo tendremos”, dijo también, en su discurso ante la Asamblea Nacional, Pashinyan, en un intento desesperado de conservar las fronteras que, en los últimos años, han sido violadas por el ejército azerí, la última vez tan solo hace un mes, cerca de Goris, la ciudad armenia más cercana al Paso de Lachín, en la que murieron cuatro soldados armenios y tres azerís.
El primer ministro armenio apeló a las fronteras heredadas de la URSS: “Nosotros mismos propusimos que los mapas de las RSS de Armenia y Azerbaiyán, aprobados por la URSS, se adjunten al tratado como base para la integridad territorial de los dos países. Pero aquí es donde llegamos al problema más grande y complejo, Nagorno Karabakh.” Apelando a los principios de “integridad territorial y de libre determinación”, Nikol Pashinyan ha querido desentenderse del futuro de Artsak: “Es extremadamente importante que se forme un mecanismo internacional de negociación y diálogo entre Bakú y Stepanakert, y ese mecanismo garantice la realización de la agenda para garantizar los derechos y la seguridad de los armenios de Nagorno Karabakh”, a sabiendas cuáles son los planes de Aliyev para los karabajís. Lo han visto en Shushi, donde la población armenia ha desaparecido por completo. “Ya dije en 2019 que el negociador del tema de Nagorno Karabaj debe ser un representante del pueblo de Nagorno Karabaj porque el pueblo de Nagorno Karabaj no votó en nuestras elecciones parlamentarias, por lo tanto, no tengo mandato para hacerlo”.
Pashinyan apeló también a la comunidad internacional, habida cuenta de que las fuerzas de paz rusa no han sido garantía suficiente para detener los ataques azerís: “Es de suma importancia que se formen mecanismos internacionales que garanticen la implementación de un posible acuerdo de paz, de lo contrario, puede estallar una guerra o una nueva escalada al día siguiente de la firma del acuerdo”.
Tampoco ha sido garantía ninguna la invocación de ayuda mutua que Ereván hizo a la OTSC (Organización del Tratado de Seguridad Colectiva), alianza militar de la que Armenia forma parte junto con Rusia, Bielorrusia, y otras tres repúblicas ex soviéticas: Tayikistán, Kirguistán y Kazajistán, que sin embargo si intervino en este último país, en las protestas antigubernamentales de enero de 2022.
Mientras el primer ministro armenio apela a una paz en la que pocos creen, y el presidente azerí amenaza con una nueva guerra si no se pliegan a sus ambiciones territoriales, el sufrido pueblo de Artsakh sigue sufriendo un bloqueo brutal, que a la comunidad internacional parece importarle bien poco, y sobre el que hay un silencio mediático más que sospechoso, habida cuenta de los tours de periodistas extranjeros que organiza y financia el gobierno de Azerbaiyán. Sin posibilidad de recibir suministros del exterior, alimentos básicos, medicamentos y productos de primera necesidad, de los que apenas han entrado en algún convoy humanitario de la Cruz Roja en estos cien largos días de bloqueo, con cortes de gas y de comunicaciones, la población de Nagorno Karabakh sigue resistiendo.
Según informa Artsakh Press, la única fuente de energía eléctrica que tienen ahora es el embalse de Sarsang, cuyo caudal ha descendido mucho. Azerbaiyán ha impedido reparara la línea de transmisión de electricidad de alto voltaje, que llega desde Armenia, y ahora, además del embalse de Sarsang, solo les quedan en su territorio cinco pequeñas centrales hidroélectricas, que funcionan por debajo del 20% de su capacidad, y que son insuficientes para abastecer a toda la pequeña república. La disminución del caudal también está causando graves daños a la agricultura, al reducir drásticamente los regadíos, en un momento en que la producción agrícola local es indispensable para la población karabají.
FUENTE: Ángelo Nero / Nueva Revolución