Un esbozo sobre la extrema derecha islámica

Son muchos los ejemplos que podemos mencionar para demostrar de qué manera las mujeres sufren con más incidencia el extremismo islámico que los hombres, pero por ahora me centraré en uno muy concreto: la cuestión de la vestimenta.

La extrema derecha islámica o islamismo es un movimiento político que intenta trasladar a la vida pública los dictados del Corán, es decir, los fundamentalistas islámicos pretenden imponer la sharía (el derecho islámico) en todas las sociedades en las que consigan tomar el poder. Actualmente son varios los países del mundo que se rigen por este código, como es el caso de Irán, Pakistán, Arabia Saudí, Afganistán, algunas zonas de Nigeria, Indonesia, etc. Estos datos corroboran que, desgraciadamente, en pleno siglo XXI la ley islámica rige la vida de millones de personas. Algunos aspectos de esta ley tienen que ver con el Hadd, un concepto religioso que está emparentado con las ofensas no permitidas dentro de la sharía. Estos “ultrajes” a ojos de la ortodoxia musulmana se castigan, por ejemplo, con penas físicas severas entre las que se encuentran la lapidación, los azotes o la amputación de extremidades. Entre las ofensas más comunes están aquellas relacionadas con las relaciones sexuales (fuera del matrimonio u homosexuales), el consumo de alcohol o el robo.

Si por algo se caracteriza la extrema derecha islámica es por su profundo odio a los homosexuales, no digamos ya a las personas trans. Otra característica que define al integrismo islámico es el patriarcado ortodoxo que somete a las mujeres de manera salvaje. Son muchos los ejemplos que podemos mencionar para demostrar de qué manera las mujeres sufren con más incidencia el extremismo islámico que los hombres, pero por ahora me centraré en uno muy concreto: la cuestión de la vestimenta.

La izquierda mainstream en su descomposición teórica y revolucionaria ha pasado a “respetar” algo tan turbio como es el uso de ropa que tapa de arriba abajo a las mujeres y lo han hecho, además, justificando que las mujeres son “libres” para vestir de esta manera. El problema dentro de esta “elección” es que los hombres musulmanes, ni mucho menos, tienen la misma presión social que las mujeres para vestir de un modo islamista, sobre todo en Europa. A propósito de esto, es importante remarcar que tanto hombres como mujeres están obligados a seguir un código de vestimenta que no sea kafir (infiel), por lo que ni mujeres ni hombres musulmanes deberían utilizar ropa de tipo occidental. Otro aspecto a destacar es que, entre sus diferentes significados, el término hiyab se traduce como ocultar, proteger o esconder y aunque muchas personas únicamente lo relacionan con el pañuelo que se colocan las mujeres musulmanas en la cabeza, este término hace referencia a mucho más, siendo en sí mismo un código de vestimenta que obliga a las mujeres a cubrirse todo el cuerpo a excepción de las manos y la cara. Aunque en interpretaciones del islam aún más ortodoxas, las mujeres también están obligadas a cubrirse la cara con diferentes atuendos como por ejemplo el burka –que las cubre íntegramente– u otros similares como el niqab. En regímenes fascistas como el iraní y más concretamente tras la revolución islámica de 1979, el chador (una túnica larga que cubre todo el cuerpo) se “popularizó” entre las mujeres iraníes. Si bien en la actualidad no es obligatorio su uso en Irán, sí que es cierto que la cabeza debe ir cubierta en todo tipo de espacios públicos incluidos los hoteles y restaurantes. Un arquetipo de la intransigencia del Estado iraní lo hemos visto con el mediático asesinato de Mahsa Amini, de 22 años, que falleció bajo custodia policial después de ser arrestada por la Policía de la Moral en Teherán al no llevar su pelo bien cubierto con el pañuelo.

Algo completamente denunciable en el mundo islámico riguroso que ya he esbozado con anterioridad, es que, pese a que lo hombres también disponen de un código de vestimenta propio que les impone ir estrictamente tapados del ombligo para abajo, no utilizar seda u oro o vestirse con prendas transparentes y ceñidas, es muy común poder ver a hombres jóvenes y no tan jóvenes de credo musulmán con pantalones cortos o incluso en piscinas o playas con el torso desnudo y en bañador. Es en este punto donde me resulta inconcebible que una persona que se considera parte de la izquierda sociológica o del feminismo pueda “respetar” o defender este tipo de doctrinas políticas que atentan contra las mujeres y el mundo laico. Por lo que a mí respecta, no seré para nada equidistante con el islamismo y del mismo modo que me posiciono en contra de la extrema derecha europea lo haré de la extrema derecha islámica.

Hay que ser honestas y decir sin tapujos qué es lo que queremos para el futuro de Europa y de qué manera pretendemos recomponer una Europa que se muere desde su interior. Para ello y sin rodeos, debemos oponernos tanto a la extrema derecha europea como a la extrema derecha islámica. Esta oposición nos emplaza a pelear por una sociedad laica donde los integrismos religiosos, vengan de donde vengan, sean combatidos por la sociedad civil. Dicho esto, me gustaría dejar claro que cada persona puede vestir como quiera (faltaría menos); ahora bien, un movimiento político transformador e indulgente no puede tolerar la opresión de las mujeres en ninguna de sus formas, pese a que nos intenten vender que ponerse un hiyab, un burka o niqab pueda suponer una elección libre que se encamine a potenciar la identidad de las mujeres musulmanas. Me gustaría insistir en la idea de que ir tapada de arriba abajo, no poder llevar ropa corta o no tener el derecho a bañarse con las piernas al descubierto, como en cambio sí hacen muchos hombres musulmanes, me parece una barrabasada que no debemos ni podemos tolerar en Europa ni en el resto del mundo.

El islam fundamentalista es tan sumamente patriarcal que permite a los hombres relacionarse con mujeres kafir e incluso fumar porros, pero ni por asomo se acepta en ningún núcleo familiar musulmán ortodoxo que una mujer musulmana salga con un hombre infiel o que pueda realizar acciones tan popularizadas entre los hombres musulmanes como fumar o salir a tomarse algo a una terraza. Lo pueden vestir como quieran y llamar como quieran, pero en mi opinión todas las prendas de ropa que he mencionado antes y las normas de vestimenta que se les imponen, principalmente a las mujeres, me parecen un atentado contra los derechos de las mujeres y una incompatibilidad con los valores de toda sociedad democrática. Unos valores que deben avanzar, más aún si cabe, hacia el respeto pleno por los derechos de las personas que forman parte del colectivo LGTBI, de las mujeres y de la clase trabajadora en general. Es importante enunciar en este punto y por no parecer tibio, que otro de los grandes enemigos que tiene enfrente la sociedad europea lo encarna la extrema derecha europea.

Sea como fuere, el hecho es que en el mundo musulmán se está produciendo una radicalización hacia el islamismo político que podemos ver en diferentes países (incluidos los europeos) y bajo diferentes formas, pero todos con un mismo objetivo: aplicar la sharía. Por ejemplo, una de las principales diferencias que tienen los Hermanos Musulmanes en Egipto respecto a otras organizaciones islamistas contemporáneas, es que estos siempre se han decantado por una postura no violenta para resolver sus intereses; un elemento que les aleja de grupos como Hamás o Hezbolá.

Desgraciadamente todo ha cambiado para Oriente Medio, el Magreb o el mundo musulmán si lo comparamos con la década de los años 70 del pasado siglo, y cuando digo que todo ha cambiado, me refiero a que todo ha ido a peor con un claro avance del islamismo y un retroceso de las ideas socialistas y laicas que se vivían hace no tanto tiempo en estos enclaves. Un ejemplo de esto que menciono lo tenemos en la multitud de documentos gráficos que muestran cómo era la vida en países como Irán o Afganistán en las últimas décadas del siglo XX. Otro hecho relevante que nos indica el extremismo islámico en el que se encuentran inmersos los países musulmanes en la actualidad, es cómo en el Marruecos de después de la II Guerra Mundial residían aproximadamente unas 250.000 personas judías. Con el paso de los años y tras las tensiones entre Israel y el “mundo árabe”, la comunidad judía fue menguando exponencialmente hasta los apenas 1.000 judíos que residen en el presente en la monarquía alauita. En este punto es imprescindible destacar que ser judío no es sinónimo de ser sionista, de hecho, son muchos los judíos que no creen en el Estado de Israel y que consideran que vivir en Tierra Santa no debe ir ligado a la presencia en esta zona del mundo de un Estado judío. También es cierto, por ser rigurosos, que debemos enfocar la idea del sionismo contemporáneo dentro de lo que supuso para los judíos la II Guerra Mundial. Con todo y en lo que se refiere a mi humilde opinión, el Estado judío nunca debió existir. Ahora bien y si somos francos, es difícil imaginarse con las actuales condiciones políticas que se dan en los países musulmanes y donde se aplica o se intenta aplicar la sharía, que los judíos realmente pudieran practicar su fe sin sufrir represión alguna dentro de una República islámica. Además, tenemos que tener en cuenta la confusión recurrente que muchas veces se vive en el “mundo árabe” donde se identifica a todo lo que es judío con aquello ultra sionista, fruto de ello nos encontramos los asesinatos de judíos que se produjeron en Marruecos después de la Guerra de Independencia de Israel.

Europa tiene por delante varios retos futuros con enemigos de un lado y de otro de la extrema derecha (tanto la europea como la islámica), por lo que es nuestra obligación como sociedad civil desenmascarar a estos enemigos y luchar contra ellos a nivel argumentativo. De la destreza de nuestro relato podremos construir una sociedad mejor, donde la laicidad de las administraciones públicas sea la norma y en donde el libre credo no permita la intromisión de ninguna religión en los aspectos públicos y políticos de las sociedades europeas. Uno de los principales problemas con el que nos topamos a la hora de construir esta narración es la posición de la izquierda frente al islamismo que se vive dentro y fuera de Europa, y es que, en muchas ocasiones, la izquierda pretende ser tan tolerante que acaba defendiendo cosas intolerantes como los atuendos ultra patriarcales con los que se visten miles de mujeres musulmanas en los países europeos. Por lo que la reflexión es clara, nos toca atinar el mensaje y ser valientes si no queremos vernos arrastrados por el lodo de la extrema derecha europea. Pese a todo y en el caso de que la izquierda mainstream siga con su particular “huida hacia delante”, lo único que nos queda a las personas críticas con el actual escenario político es reagruparnos ideológicamente para construir un nuevo proyecto en Euskal Herria diferente al que defiende la actual “izquierda” y, por supuesto, antagónico al que propone la extrema derecha y la derecha liberal.

Europa necesita para subsistir una sociedad ecologista, poscapitalista, laica y democrática, y en mi opinión, este paradigma solamente se podrá conquistar de la mano de un nacionalismo comunal o comunero que defienda el patrimonio nacional y la justicia social en los diferentes pueblos de Europa. Un continente, el europeo, que debe criticar con contundencia las derivas de la izquierda sistémica, pero también a los sujetos de la extrema derecha, tanto propios como ajenos, dejando bien claro que en Europa los derechos de las mujeres o de la comunidad LGTBI no se tocan. Uno de los dramas más profundos a los que nos enfrentamos a la hora de combatir al enemigo reaccionario es que, en un escenario tan polarizado como el actual, parece que únicamente pueden criticar las vilezas del islamismo aquellas personas pertenecientes a la extrema derecha. Que les pregunten a los kurdos y kurdas si combatir el fundamentalismo islámico es de derechas. En esta línea argumentativa, me gustaría destacar que con el pueblo “árabe” es difícil realizar un análisis desde una postura decolonial, ya que el pueblo árabe como tal es un sujeto colonial e imperialista que se ubica única y exclusivamente en la Península arábiga. El resto de los territorios que hoy en día consideramos como árabes, no son más que tierra conquistada y asimilada al credo y a la cultura del invasor árabe, por lo que, si realizamos una lectura crítica del mundo desde una perspectiva no etnocéntrica y de igual forma que en Latinoamérica han surgido estudios críticos y decoloniales contra el colonialismo español, en varios lugares de África u Oriente Próximo deberían llevarse a cabo lecturas decoloniales frente a los invasores árabes. Cabe recordar también si hablamos del imperialismo árabe que uno de los casos más graves en la Historia de África que apenas ha tenido repercusión, fue el esclavismo que ejercieron los árabes musulmanes contra los negros subsaharianos en el siglo VII. El antropólogo, economista y escritor franco-senegalés Tidiane N’Diaye lo expresa de la siguiente manera: “Por solidaridad religiosa, la mayoría de los autores africanos han rehusado a escribir sobre la esclavización llevada a cabo por árabes musulmanes. Habiendo 500 millones de musulmanes en África, es preferible echarle toda la culpa a Occidente que hablar sobre los crímenes pasados de los árabes musulmanes”. El avasallamiento sobre los habitantes del continente africano se sistematizó aproximadamente en el siglo VII (d.C), cuando el Islam echó raíces y floreció en todo el norte de África, es decir, siete siglos antes de que los europeos exploraran el continente.

En último término y si somos conscientes del contexto histórico, el uso en el mundo actual de calificativos simplones como el de “racista” o “fascista” para referirse a aquellas personas que se oponen al fascismo islámico o al imperialismo árabe-musulmán, se topan con una dura realidad cuando la Historia nos confirma que fueron los árabes los primeros extranjeros en esclavizar a la población autóctona subsahariana.

La cuenta atrás suena en Europa y esta debe enfrentarse desde una retórica anti-globalista a todos los desafíos que tiene por delante, si es que pretende plantar cara a la decadencia del mundo moderno. Frente a los atentados yihadistas y al radicalismo islámico que campa a sus anchas por Europa, debemos manifestar tolerancia cero, pero con una salvedad: del mismo modo que mostramos animadversión frente al fundamentalismo islámico, tenemos que introducir en nuestro relato argumentativo una enérgica condena a las muertes que produce el colonialismo occidental en los países musulmanes. Todo ello con el objetivo de distanciarnos de la hipocresía de la extrema derecha europea, remarcando en paralelo que la agenda europea del siglo XXI no debe estar en contra de la religión musulmana, pero sí ha de estarlo de las interpretaciones ortodoxas del islam (que desgraciadamente son mayoritarias) que pretenden imponer la sharía y que atentan contra la mujer, los homosexuales, la comunidad LGTBI, etc.

La izquierda tiene que despertar y es a ella a la que va dirigido este texto, ya que creo que urge realizar una exposición precisa del actual contexto europeo sin entrar en buenismos para evitar caer inexorablemente en la residualidad. Para evitar este escenario, más antes que tarde, es imprescindible una ruptura con los moldes de lo políticamente correcto que nos permita abordar desde la mayor de las objetividades y con una visión anticapitalista, decrecentista, nacional y laica los problemas que traen a las sociedades europeas no solamente los discursos de odio de la extrema derecha supremacista europea, sino también, lo que provocan en nuestro continente los discursos de odio de los integristas islámicos que son alimentados por el actual modelo migratorio.

FUENTE: Pedro A. Moreno / Naiz / Edición: Kurdistán América Latina