Aprovechando el vacío creado por la derrota del régimen sirio a manos del grupo Hayat Tahrir el-Sham (HTS) en los primeros días de diciembre, el ENS reanudó la ofensiva contra sus enemigos: las FDS, que desde 2019 administran el tercio oriental de Siria, una enorme franja de terreno al norte del Éufrates.
Un río que en los últimos días se ha convertido en una auténtica línea de frente. Tras la pérdida de la ciudad de Manbij, las fuerzas kurdas se han replegado a su orilla oriental, conservando el control de la presa de Tishreen y el puente de Qara Qowzak. Al otro lado del río, el ENS está intensificando sus asaltos con el apoyo de aviones y drones turcos.
Sobre el terreno, la situación es “extremadamente confusa”, explica Ahmad Azad Mohamed. El 8 de enero, este kurdo de 37 años fue a protestar a la presa, al igual que cientos de personas de toda la región, para exigir el fin de los combates: “Caminábamos junto a nuestros vehículos cuando un dron nos disparó, fue aterrador. En Rojava hemos aprendido a vivir con el miedo constante a ser blanco de ataques, pero no pensé que apuntarían a una manifestación pacífica”. Un ataque atribuido al Ejército turco que, según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos (OSDH), costó la vida a cinco civiles.
Los enfrentamientos no paran desde hace un mes. Las FDS insisten en que hasta ahora han logrado repeler las ofensivas del ENS y mantener el control de Tishreen, compensando la vulnerabilidad causada por los ataques aéreos turcos gracias a una vasta red de túneles subterráneos en los que se concentran sus combatientes.
Según admiten, el control de esta presa es “crucial”, entre otras cosas porque abastece de agua y electricidad a una parte de la región. “Pero también, y sobre todo, porque las milicias vinculadas a Turquía podrían penetrar en el interior de Rojava, intentar enlazar con las zonas ocupadas a lo largo de la frontera desde 2019 y aislar toda la región de Kobane”, confiesa un responsable de las fuerzas kurdas, que desea permanecer en el anonimato.
“Nadie nos hará ningún favor”
Con el ministro turco del Interior, Hakan Fidan, blandiendo constantemente la amenaza de una operación militar para acabar con la presencia a sus puertas de rebeldes kurdos acusados de estar vinculados al Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK), la presión aumenta en la zona, y todas las miradas se vuelven hacia la presa de Tishreen. En las callejuelas de Ênbeta Mezin, un pueblo de apenas unos cientos de habitantes situado a tiro de piedra de la frontera turca, decenas de mujeres se reúnen cada día para contribuir al esfuerzo bélico. Cocinan incansablemente raciones de comida para enviar al frente. “Es para nuestros combatientes, que también son nuestros hijos”, explica Khatoun Mahmoud Khalil, de 50 años. “Recaudamos dinero y cada aldea, por turnos, prepara las provisiones”, relata.
A su alrededor, varios compañeros explican que tienen un hijo o una hija -o a veces varios- en el frente. “Los milicianos terroristas que nos atacan en nombre de Turquía son muy parecidos a Daesh. Tienen orígenes distintos, no se conocen y están conquistando una región que no es la suya. Nuestros hijos defienden nuestra tierra y protegen a sus seres queridos, y esta motivación les da una clara ventaja, aunque temo por ellos”, añade Khatoun Mahmoud Khalil.
Junto a ella, Wahida Mohamed Osman, de 39 años, que tiene tres hijos que se han unido a las FDS. “En cuanto a mi hija de 22 años, no tengo noticias de ella desde hace cuatro años, cuando se alistó. Aunque sea por razones de seguridad, es muy duro para una madre. Me quemo por dentro, pero estoy infinitamente orgullosa de ella. En este país, ni el régimen, ni sus sucesores, nadie, nos hará ningún favor”, dice.
Kobane en pie de guerra
A unas decenas de kilómetros, en Kobane, el ambiente es particularmente angustioso. Esto es debido a la naturaleza geográfica “culpable” de la ciudad: respaldada por la frontera turca, está rodeada en sus flancos occidental y oriental por áreas que han quedado bajo el control del ESN como resultado de las operaciones militares turcas -en 2018 y 2019-.
La ciudad parece haberse convertido en un objetivo prioritario para Ankara, y no solo porque su captura haría añicos la unidad territorial de la AANES (Administración Autónoma del Norte y Este de Siria), sino también, y sobre todo, porque sería un auténtico botín de guerra para Recep Tayyip Erdogan.
Y no sin razón: hace apenas diez años, Kobane se convirtió en el símbolo por excelencia de la resistencia kurda, impulsando al centro de la atención mundial una causa minada por un siglo de represión y olvido.
En pleno corazón del atolladero de la guerra civil siria y tras meses de asedio, al final de una horrenda batalla -al menos 1000 muertos en el bando kurdo y el doble en las filas de los yihadistas-, los y las combatientes consiguieron su liberación del Estado Islámico (ISIS, Daesh), que la tenía tomada por el cuello desde su fulgurante irrupción en Levante. Considerada como el Stalingrado de Daesh, Kobane supuso la primera derrota del grupo yihadista, que desde entonces no ha dejado de perder terreno.
Andy, un antiguo miembro de las Unidades de Protección Popular (YPG, ahora parte de las FDS) de 38 años, participó en esta batalla. Resultó gravemente herido y estuvo a punto de perder la vida. En un edificio aún en ruinas a la sombra del muro de separación con Turquía, comenta: “Kobane fue un punto de inflexión en la guerra. Ganamos en nombre del pueblo kurdo y de todos los oprimidos, quienes protegieron Kobane luchaban por defender su tierra y a sus seres queridos. Este es el espíritu de Kobane y el mensaje que nuestra ciudad ha enviado al mundo entero”.
Por eso, para él y sus compañeros, abandonar la ciudad está fuera de toda discusión. “Si Kobane cae, caerá todo el pueblo kurdo. Así que lucharemos hasta el último aliento para mantener vivo a nuestro pueblo”, concluye.
FUENTE: Laurent Perpigna (texto y foto de portada) / Naiz / Kurdistán América Latina