Yusuf Demirci ha pasado su vida como pastor moviéndose entre las zonas restringidas en las aldeas que dan vida al Monte Gabar en Kurdistán Norte, concretamente en la provincia de Sirnak. Teniéndose que esconder como si fuese un contrabandista, él, su padre y su esposa Nafise Dermirci, además de sus diez hijos, se mueven hábilmente por las zonas restringidas. Yusuf Demirci describe su profesión como “ser de alguna forma los guardianes de las montañas”.
Este hombre de cincuenta años cuenta que ha sido pastor desde que tiene memoria: “Tengo 500 animales. Pero también llevo 200 ovejas de otros vecinos. Con mi mujer y mis 10 hijos, pasamos la mayor parte del año en las montañas. No podemos decir que seamos ni nómadas ni sedentarios. Pero si que nos pueden considerar como los guardianes de Cudi y de Gabar durante los últimos 50 años”.
La aldea en la que viven se llama Cinneti: “Esta aldea estaba completamente arrasada por el fuego y evacuada desde hace 50 años. Anteriormente, el pueblo siriaco habitaba esta aldea. Pero en esa época estaban siendo asesinados o se veían obligados a emigrar a Europa. No quedan casi aldeas por aquí en Gabar. Una tras otra fueron arrasadas y quemadas y la población expulsada. Solo aquellos que querían incorporarse a los guardias de aldea (paramilitares leales al estado turco) se quedaron. Los kurdos orgullosos de serlo, no lo aceptaron y tuvieron que huir al igual que la población de Cinneti”.
"No cogimos las armas que nos daba el estado”
"No vendimos nuestro honor, ni cogimos las armas que nos daba el estado”, cuenta Demirici, al tiempo que nos informa que él es de la aldea de Dara, cerca de la provincia de Sirnak. Algunas veces vuelve por dinero, otras de forma clandestina, para alimentar a sus animales. “Hay un hombre, Ismail Abdulaziz, que ha tomado la aldea como si fuese suya y ha obtenido los títulos de propiedad del estado. A veces me da permiso para venir. A cambio, le llevo las ovejas a pasturar de forma gratuita. Dentro de algunos años, si ya no me da permiso o no quiere que le alimente a los animales, hemos acordado que le tendré que entregar 7 ovejas”.
Los veranos son suaves y los inviernos duros, dice Demirci, mientras rememora la antigua libertad de la que gozaba: “El precio del pienso para animales nos deja tiritando. El estado ejerce una doble presión sobre nosotros para que no podamos pasturar. Solíamos ser libres. Mis animales también lo eran, como la tierra y como yo. Pero venir aquí a escondidas es duro. Viajando con tantos animales también limita los movimientos. Hace unos años, muchos animales fueron matados por el estado y yo apenas pude salvarme. Hoy, persiste el mismo peligro, pero no puedo hacer otro trabajo. Este trabajo me costará la vida. Pero mis hijos harán lo mismo.”