Abdullah Öcalan es el Mandela de nuestro tiempo
En una época tan oscura, las señales que dan esperanza son más valiosas que nunca. Por Slavoj Žižek.
En una época tan oscura, las señales que dan esperanza son más valiosas que nunca. Por Slavoj Žižek.
Vivimos en medio de una época oscura en la que incluso las palabras que nuestros grandes medios de comunicación usan para describir los horrores actuales mistifican la situación de forma ridícula. Cuando, recientemente, Estados Unidos aceptó a 59 bóers de Sudáfrica, la justificación oficial fue que escapaban de un genocidio que estaba ocurriendo allí contra ellos, mientras que el genocidio a gran escala en Gaza se califica de (quizás excesivo) autodefensa de Israel. En una época tan oscura, las señales que dan esperanza son más valiosas que nunca.
Uno de estos eventos fue la decisión unánime del PKK (Partido de los Trabajadores de Kurdistán), el 12 de mayo, de seguir el consejo de su líder, Abdullah Öcalan (encarcelado durante más de dos décadas), de proceder a la disolución total de la organización. El PKK es una organización política militante y un grupo guerrillero armado con base principalmente en las regiones montañosas de mayoría kurda del sudeste de Turquía, el norte de Irak y el noreste de Siria. Fue fundado en 1978 y participó en una guerra asimétrica en el conflicto kurdo-turco (con varios ceses del fuego entre 1993 y 2013-2015). Aunque inicialmente el PKK buscó un Estado kurdo independiente, en la década de 1990 su plataforma oficial cambió a la búsqueda de autonomía y mayores derechos políticos y culturales para los kurdos dentro de Turquía. En las últimas décadas, el PKK no solo se ha acercado a una solución pacífica; el propio Öcalan, estudiando en prisión, también ha participado en profundas reflexiones sobre temas como el feminismo y la filosofía. En resumen, el PKK se convirtió en un movimiento que formaba parte plenamente de la izquierda moderna.
Los efectos de esta reorientación se sintieron también entre los kurdos fuera de Turquía. Lo ocurrido en Irán en 2022 —las protestas por el asesinato de Mahsa Amini— tuvo una trascendencia histórica mundial. Las protestas, que se extendieron a decenas de ciudades, comenzaron en Teherán el 16 de septiembre de 2022 como reacción a la muerte de Amini, una joven de 22 años de origen kurdo que falleció bajo custodia policial. Fue golpeada hasta la muerte por la Patrulla de Orientación, conocida como la “policía de la moral” islámica, tras ser arrestada por llevar un hiyab “indebido”. Las protestas combinaron diferentes luchas (contra la opresión de las mujeres, contra la opresión religiosa, por la libertad política y contra el terrorismo de Estado) en una unidad orgánica.
Irán no forma parte del Occidente desarrollado, por lo que “Zan, Zendegi, Azadi” (“Mujer, Vida, Libertad”, el lema de las protestas) es muy diferente del movimiento “MeToo” en los países occidentales. Las protestas de Irán movilizaron a millones de mujeres comunes y están directamente vinculadas a la lucha de todos, incluidos los hombres; no hay una tendencia antimasculina, como suele ocurrir con el feminismo occidental. Mujeres y hombres estaban juntos en ella; el enemigo era el fundamentalismo religioso apoyado por el terrorismo de Estado. Los hombres que participaron en “Zan, Zendegi, Azadi” sabían que la lucha por los derechos de las mujeres era también la lucha por su propia libertad. Los manifestantes que no eran kurdos también vieron que la opresión de los kurdos limitaba su propia libertad: la solidaridad con los kurdos es el único camino hacia la libertad en Irán. Las protestas iraníes hicieron realidad lo que la izquierda occidental sólo puede soñar. Evitaron las trampas del feminismo de clase media occidental al vincular directamente la lucha por la libertad de las mujeres con la lucha de las propias mujeres y los hombres contra la opresión étnica, el fundamentalismo religioso y el terrorismo de Estado.
¿Qué hay entonces del reproche de que el PKK, no obstante, comenzó como agente de la lucha violenta? El PKK simplemente siguió la regla general de la resistencia: para ser tomado en serio, hay que empezar con la amenaza de la resistencia violenta. Cuando una negociación pacífica triunfa sobre la resistencia armada, esta se inscribe en el resultado. Nuestros medios suelen mencionar como las dos soluciones negociadas exitosas el ascenso del Consejo Nacional Africano (CNA) al poder en Sudáfrica y las protestas pacíficas lideradas por Martin Luther King en Estados Unidos. En ambos casos, es obvio que la victoria (relativa) de las negociaciones pacíficas se produjo porque el establishment temía la resistencia violenta (tanto del ala más radical del CNA como de los negros estadounidenses). En resumen, las negociaciones triunfaron porque estuvieron acompañadas de una amenaza superpuesta y ominosa de lucha armada.
La sorpresa (para nuestros ojos occidentales) es: ¿cómo pudo suceder esto en Kurdistán? En Occidente, Kurdistán todavía se considera generalmente un lugar de brutal guerra tribal, honestidad ingenua y sentido del honor, pero también de superstición, traición y una guerra cruel y permanente: el Otro bárbaro, casi caricaturesco, de la civilización europea. Si observamos a los kurdos de hoy, no podemos sino sorprendernos por el contraste con este cliché: en Turquía, donde conozco la situación relativamente bien, noté que la minoría kurda es la parte más moderna y secular de la sociedad, alejada de todo fundamentalismo religioso, con un feminismo desarrollado, etc. (Permítanme mencionar un detalle que aprendí en Estambul: los restaurantes propiedad de kurdos no toleran ningún signo de superstición…). En su primer mandato, Donald Trump intentó justificar su traición a los kurdos (aprobó el ataque turco al enclave kurdo en el norte de Siria) señalando que “los kurdos no son ángeles”, por supuesto, ya que, para él, los únicos ángeles en esa región son Israel (especialmente en Cisjordania) y Arabia Saudita (especialmente en Yemen). Sin embargo, en cierto sentido, son los únicos ángeles en esa parte del mundo.
El destino de los kurdos los convierte en víctimas ejemplares de los juegos geopolíticos coloniales: extendidos a lo largo de la frontera entre cuatro Estados vecinos (Turquía, Siria, Irak e Irán), su (más que merecida) autonomía plena no benefició a nadie, y pagaron el precio. ¿Acaso recordamos aún los bombardeos masivos y el envenenamiento con gas de Saddam Hussein contra los kurdos en el norte de Irak a principios de la década de 1990? Más recientemente, cuando ISIS dominaba amplias zonas de Siria e Irak, Turquía aplicó un juego político-militar bien planificado, combatiendo oficialmente a ISIS, pero bombardeando en la práctica a los kurdos que en realidad luchaban contra ISIS. ¿Y debería sorprendernos que una parte importante de las fuerzas kurdas estuviera compuesta por mujeres que alcanzaron un estatus legendario como francotiradoras?
En las últimas décadas, la capacidad de los kurdos para organizar su vida comunitaria se puso a prueba en condiciones prácticamente experimentales: en cuanto se les dio un espacio para respirar libremente al margen de los conflictos de los Estados que los rodeaban, sorprendieron al mundo. Tras la caída de Saddam, el enclave kurdo en el norte de Irak se convirtió en la única zona segura del país con instituciones que funcionaban bien e incluso vuelos regulares a Europa. En el norte de Siria, el enclave kurdo centrado en Rojava fue un lugar único en el caos geopolítico actual: cuando los kurdos se vieron aliviados de sus grandes vecinos, que de otro modo los amenazaban constantemente, construyeron rápidamente una sociedad que no puede sino calificarse de utopía real y funcional. Por mi propio interés profesional, observé la próspera comunidad intelectual de Rojava, donde me invitaron repetidamente a dar conferencias; estos planes se vieron brutalmente interrumpidos por las tensiones militares en la zona.
Pero lo que más me entristeció fue la reacción de algunos de mis colegas “de izquierda”, preocupados por el hecho de que los kurdos también tuvieran que depender de la protección militar estadounidense. ¿Qué deberían haber hecho, atrapados en las tensiones entre Turquía, la guerra civil siria, el caos iraquí e Irán? ¿Tenían otra opción? ¿Deberían sacrificarse en el altar de la solidaridad antiimperialista?
Por eso es nuestro deber apoyar plenamente la resistencia de los kurdos y denunciar con firmeza los juegos sucios que las potencias occidentales practican con ellos. Mientras los Estados soberanos que los rodean se hunden gradualmente en una nueva barbarie, los kurdos son el único rayo de esperanza. Y esta lucha no se trata solo de los kurdos, se trata de nosotros mismos, se trata del nuevo orden global que está emergiendo. Si se abandona a los kurdos, se creará un nuevo orden en el que no habrá cabida para lo más preciado del legado europeo de emancipación. Si Europa aparta la mirada de los kurdos, se traicionará a sí misma. ¡La Europa que traicione a los kurdos será el verdadero Europastán!
Por lo tanto, cabe concluir que Abdullah Öcalan es nada menos que un Nelson Mandela kurdo: su propuesta de que el PKK se disuelva es un acto auténtico y valiente de compromiso con la lucha por la paz. Además de él, cabe mencionar al menos a Marwan Barghouti, el Mandela palestino que también lleva dos décadas en una prisión israelí. El resultado de la autodisolución del PKK depende del gobierno turco: ¿aceptará la oferta con un gesto sincero? Es urgente ejercer una fuerte presión internacional sobre Turquía, y es deber de todos nosotros participar en ella.
FUENTE: Slavoj Žižek / Traducción y edición Kurdistán América Latina