Cuando la alfombra roja te lleva hasta la puerta del cine, los flashes pueden velar el glamur de una gala que sigue manchada por el machismo. “¡Productores a un lado, actrices al centro!”. Al segundo de estar situadas, otra vez: “¡Actrices al centro!”. Este mensaje está dirigido específicamente a Alba Sotorra Clua (Reus, 1980) que incrédula no se mueve ni un solo milímetro de su esquinita para la foto. No es la primera vez que le pasa. La gran pantalla no está acostumbrada a que mujeres dirijan y produzcan en un mundo todavía muy masculinizado.
Y en eso anda, en dirigir y también producir. Empezó en el mundo del documental con Miradas desveladas (2008). Luego hizo Qatar, The Race (2011) y Game Over (2015), por el que recibió el Premio Gaudí a la mejor película documental. También nominada a este premio fue Comandante Arian (2018). Luego llegaron El Retorno, la vida después del ISIS (2021) y por el momento, su último largometraje documental Francesca i l’amor (2022).
Alba Sotorra Clua es la directora que toda cinéfila, o no, quisiera tener. También la amiga. Está al mando de la productora que lleva su nombre. Cree profundamente en el cine como herramienta de transformación social. Tiene muy claro que es importante llegar a un gran público a través de los espacios que cada vez son más convencionales como las plataformas, pero eso sí, “sin caer en un lenguaje mainstream que alimente la narrativa imperante”, señala.
De Oriente Medio a Reus. Ya sea en una punta o en otra lo que hay bajo la firma de Sotorra son historias de mujeres rebeldes. “Son mujeres que viven en entornos muy distintos y, por tanto, sus historias, sus rebeldías y sus luchas nacen y van hacia lugares muy distintos, pero en todas escapan de lo que la sociedad espera de ellas”, afirma la directora.
En Comandante Arian encontramos una mujer rebelde que lucha por cambiar las cosas y “no hace lo que se espera por ser una mujer kurda, nacida en una zona rural”. Mientras, que en El Retorno “son chicas que se rebelan de una forma bastante más compleja; hay una rebelión para formar parte del Estado Islámico y después otra rebelión para dejarlo”, explica Sotorra.
A Alba Sotorra le obsesiona Oriente Medio. Por eso, su primer largometraje lo hizo desde la puerta de su casa hasta Pakistán en autostop. “Al final aprendes mucho sobre ese territorio y es normal que luego quieras volver a contar más cosas porque estás vinculada con las problemáticas, las temáticas y políticas del lugar, pero sobre todo porque tienes vínculos emocionales con la gente y siempre buscas una excusa para volver”.
Con Francesca i l’amor podemos ver otra Alba jugando en casa, con una mirada mucho más íntima y cuidadosa en los procesos vitales. “Es un proyecto que sale de la necesidad de hacer algo luminoso, divertido, más jovial, más ligero, más liviano y también de la necesidad de estar en casa, en Barcelona. Es una película rodada allá. De estar con mis amigas, porque Francesca es una de mis mejores amigas, más directas”, aclara.
El amor, Franscenca y todas
Del amor al conflicto hay solo un paso y viceversa. El amor por una liberación durante un conflicto bélico en Comandante Arian y el conflicto propio con el amor como en Francesca, donde se tratan temas muy profundos como la identidad. “La identidad de una mujer a una edad y con las distintas crisis que puedes estar viviendo, que tu hija se va de casa, de nido vacío. Esto también es una crisis vital: quién soy, donde estoy a mis 65, puedo otra vez encontrar el amor. Cómo y dónde está el amor. Para acabar con la conclusión de que el amor está en mí misma, en mis amigas y mis seres queridos”, puntualiza la cineasta.
En la cinta, que está grabada con una sola cámara bajo la mirada observadora de la directora de fotografía, Lara Vilanova, encandila la naturalidad con la que se expresa y se mueve Francesca, haciéndote partícipe de todos sus pasos. “Hay dos cosas. Una es que hay mucha confianza: ella es mi amiga, entonces se siente muy cómoda conmigo. Por otro lado, la gente joven está mucho más viciada a la idea de lo que es una cámara y tienen mucha más consciencia de su imagen en cámara, pero Francesca, no”, añade.
Francesca es la muestra de que el amor romántico nos atraviesa a todas por muy feministas que seamos, muy alternativa de nuestra época, muy imponente que parezca nuestra presencia y muy directo que sea nuestro carácter. La idea de vivir emparejada, feliz de recibir atención, de cuidar y ser cuidada son dilemas que te hace repensar en qué mundo nos hemos construido.
Las referentes
Cuando Sotorra echa la vista atrás reconoce que “en el cine le hacen falta referentes más grandes” con las que sentirse y verse de mayor bajo la premisa de “voy hacia allá”. “Para mí Francesca también era eso y pienso que mis siguientes historias tienen que seguir por ahí. Como mujer también siento que tengo mucho más que aportar con historias que están protagonizadas por mujeres”, plantea.
En los documentales de Sotorra también ha habido hombres como protagonistas, pero en lo que se ha mantenido fiel es a la perspectiva de género que cuestiona el heteropatriarcado. Por ejemplo, en Game Over presenta una reflexión sobre la crisis del modelo masculino. “Me interesa la mirada feminista. Ahora mismo tampoco me interesa mirar a lo masculino, de momento, pero sí poner el foco en historias que estén protagonizadas por mujeres, porque me siento mucho más identificada con ellas”. Y añade: “Es importante seguir creando historias sobre mujeres. Es importante que haya personajes femeninos que rompan con los estereotipos”.
Al fin y al cabo, para Sotorra, el lenguaje juega un papel clave en la construcción de referentes en el cine y en la vida. “Cómo decides contar una historia es una cuestión política, porque también puedes reforzar una cultura mainstream. Es importante no solo cambiar el contenido, sino también la forma”. Y en este empeño, está la “aspiración de hacer un cine que llegue a más gente, porque cuanta más gente lo ve, más profundos pueden ser los cambios”, cuenta la directora y productora.
Hacer películas desde una mirada divergente y alternativa es la forma de la documentalista de luchar contra la narrativa imperante y patriarcal. “La gente que tenemos la oportunidad de hacer películas tenemos que ser conscientes de esta responsabilidad, de que podemos fomentar el debate y, aunque sea de forma pequeñita, provocar cambios”.
Estos cambios sin duda van hacia una dirección: “Se trata de que no haya una única mirada hacia el mundo que haga que nada cambie: tiene que haber diversidad. Ahora empieza a haber más mujeres detrás de la cámara, pero todavía faltan voces de personas de diferentes contextos socio-culturales, no solo mujeres blancas, sino también mujeres racializadas, mujeres migradas, mujeres de zonas periféricas, identidades disidentes, etc. Cuánto más diversa sea la mirada del cine, más democrática será esta visión que tenemos del mundo. Más real, más diversa y más gente nos podremos identificar en ella”.
La productora
Alba Sotorra Clua empezó ella sola con una cámara. Hoy, tiene su propia productora bajo la marca de su nombre y que ha creado gracias a sus mentoras. Recalca: “mentoras”. “En todos los años que llevo trabajando, ningún solo hombre me ha ayudado a crecer profesionalmente. Mis mentoras, las personas que han confiado en mi talento y me han dado una oportunidad profesional, han sido siempre mujeres: Marta Figueras, Irena Taskovski, Vesna Cudic son solo algunas de ellas. Las que ya estamos dentro de la industria tenemos también que dar oportunidades a otras mujeres”.
En la productora son un equipo de mujeres y solo producen con directoras. “Elegimos trabajar con mujeres de manera natural, porque nos sentimos más cómodas trabajando con mujeres. Pero hay que hacer un esfuerzo para fomentar no solo que haya más mujeres en nuestros equipos de trabajo, sino que estas tengan cargos de decisión creativa y de liderazgo porque eso es lo que provoca un cambio en la mirada, en el punto de vista”.
Vivir de hacer cine es un sueño para cualquier documentalista. En esta productora no se apuesta tanto por la cantidad, como por la calidad. Es decir, no necesariamente hace falta producir y producir trabajos, sino que ponen todo su ser y estar profesional en uno donde tenga cabida también el lado más personal y emocional del equipo.“Ahora, estamos produciendo a Claudia Strada con un proyecto que se llama Salen las lobas. También hemos hecho el largometraje Sica, de Carla Subirana; y con María Trenor, una animación que se llama Rockbotom. Cuando aprendí cómo se producía y vi dónde encontrar los recursos para producir películas vi que era superimportante hacer un esfuerzo para que otras compañeras pudieran hacer sus películas”, cuenta.
Si hay que tiene claro Sotorra es que “lo valemos y nos lo merecemos”. Por eso, trabajadoras del cine, y de cualquier sector: “Hay que pensar a lo grande”.
Fuente: Pikara Magazine