Durante el terremoto en Kurdistán (Bakur y Rojava), Turquía y Siria, al menos 51.000 personas perdieron la vida, muchas más resultaron heridas y perdieron sus hogares y seres queridos. Con este artículo, con un cordial saludo del Instituto Andrea Wolf, queremos compartir nuestra ternura y fortaleza con todas las personas afectadas por el terremoto. Nuestros corazones y mentes están con todas ellas.
Cuando seguimos las noticias principales, vemos que el terremoto se proyecta como una “tragedia natural”. Transmiten la idea de que la Naturaleza es un ente externo y peligroso. Una entidad que está en nuestra contra y, por lo tanto, de la que debemos protegernos. Si levantamos los ojos y ampliamos la mirada, nos daremos cuenta de que el terremoto no se trata de números fríos e historias individuales desligadas de la realidad política y social. Veremos que las personas más afectadas son las que viven en las grandes ciudades; especialmente en barrios empobrecidos, hacinados en edificios altos e inestables, carentes de recursos e infraestructuras. Nos daríamos cuenta de que muchos de ellos han sido previamente desalojados, obligados a abandonar su tierra, perdiendo la posibilidad de vivir en ella.
Después del terremoto, los Estados pretenden resolver los problemas que ellos mismos crearon inicialmente. Para entender esto, es necesario considerar a los Estados como parte del actual sistema dominante, la Modernidad Capitalista. En este sistema, tal como lo define Abdullah Öcalan, el sistema de mercado capitalista se ha convertido en el sistema dominante en nuestras sociedades. Este sistema se ha extendido por todo el mundo y en casi todas las áreas de la vida, midiendo todo por su valor económico más que por sus valores éticos. Las empresas y los Estados, desde Turquía, Siria y otros Estados de la región, hasta Europa y los EE.UU., están utilizando el terremoto para fortalecer su poder y obtener ganancias. El terremoto ha desmantelado este problema de proyectos y políticas orientadas al dinero. Durante años, la corrupción en la industria de la construcción ha llevado a construcciones rápidas y edificios inestables. Esta corrupción no es anormal, sino una parte integrada del sistema donde el dinero se vuelve más importante que las vidas. Una realidad que se hace explícita con el derrumbe de esos edificios. Otro ejemplo son las nuevas empresas cementeras que se han creado para reconstruir las ciudades.
Con la careta de ayuda humanitaria, los Estados tratan de ocultar sus políticas sangrientas. Bajo estas máscaras reordenan la región según sus propios intereses. El Estado turco ha intensificado el establecimiento de asentamientos en sus áreas ocupadas en Rojava, la parte norte de Siria. Un claro y perverso ejemplo es el acuerdo Turquía-Qatar para crear la llamada “Ciudad de la Dignidad” en el distrito de Jinderes (Afrin). Bajo la excusa de reconstruir las áreas destruidas, utilizan el terremoto como una oportunidad para seguir ampliando su ocupación. Están desarraigando a las poblaciones indígenas kurdas y alevíes y dejando que se asienten allí desplazados de otras zonas. Además, impiden ayudar a las personas en el terreno; ampliando la división y la fragmentación; creando desconfianza y acusaciones de robos; golpeando a los que intentan ayudar y a los que cruzan las fronteras; bloqueando toda ayuda proveniente de la sociedad; impidiendo el apoyo de la Administración Autónoma del Norte y Este de Siria (AANES). Estos son solo algunos ejemplos de cómo se manifiestan las políticas y prácticas racistas y fascistas.
Una vez más, las mujeres y los niños son los que más están sufriendo las devastadoras consecuencias del terremoto. Reconocer que muchos niños han perdido a sus padres es desgarrador. Es aún peor cuando conocemos la intervención del Estado. En muchas ocasiones, el Estado turco se ha aliado con organizaciones islámicas fundamentalistas para hacerse con la custodia de los niños. Siguiendo sus intereses, los envían a orfanatos donde serán criados bajo su control. Un ejemplo son las residencias de la organización Ismael Aga que ha sido denunciada públicamente por insultar y maltratar a los niños. Aparte de las condiciones inhumanas, el adoctrinamiento de la mentalidad fundamentalista islámica también es muy preocupante.
La falta de valores y cuidado también se ve en el descuido de las mujeres y sus necesidades. En las noticias podemos ver muy pocas mujeres tomando decisiones o responsabilidades. Pero cuando pisamos el suelo, las mujeres están más que presentes. Desde la mujer que hornea el pan, la mujer que organiza las donaciones hasta la mujer que ha abierto su casa para dar cobijo a los necesitados. Estas imágenes de personas apoyando -especialmente mujeres- demuestran que no todo ha sido mentira y destrucción. Entre la dramática situación, se han hecho presentes gestos de empatía, cuidado y amor. El apoyo mutuo se ha expandido: desde las familias, los barrios, los amigos de la región a todo el mundo. Los pueblos autoorganizados han demostrado una vez más la fuerza que tenemos los pueblos. Esto demuestra la necesidad de recuperar la confianza en nuestras capacidades; la capacidad de reflexionar, superar y resolver problemas juntos; la conciencia de nuestras interconexiones; las relaciones y acciones que los ponen en práctica; el cuestionamiento de nuestras necesidades reales y objetivos conectados con la vida.
¿Cómo queremos vivir? ¿Qué queremos reconstruir? ¿queremos vivir una vida acorde con la naturaleza que nos rodea y recordar que formamos parte de ella? ¿o queremos vivir una vida contra la naturaleza forzando el daño y la alienación? ¿Cómo vivían nuestros antepasados en equilibrio con su entorno? ¿Cuáles son los ejemplos actuales? Por qué se empuja a tanta gente a vivir en grandes ciudades? ¿Son las grandes ciudades una solución? ¿Cómo pueden las ciudades estar en armonía con la naturaleza? ¿Cómo podemos organizarnos de forma realmente democrática?
En lugar de fijarnos sólo en el momento, necesitamos una perspectiva larga, histórica y amplia para responder a estas preguntas. A saber: retroceder miles de años y observar el surgimiento del Estado y su mentalidad. Esto nos permite, por un lado, no verlo como un problema peculiar de algunos hombres solos en posición de poder. Por otro lado, queda más claro que hablar de una «catástrofe natural» que mata a la gente oculta la crueldad del Estado y su mentalidad. Cuando profundizamos, descubrimos que las raíces del problema se encuentran en la distancia entre el ser humano y la naturaleza. Una separación que condujo al establecimiento del poder y de una clase dominante.
Uno de los ejemplos más antiguos se encuentra en la epopeya de Gilgamesh, escrita en el segundo milenio antes de Cristo. En esa época, Gilgamesh era probablemente el gobernante de Uruk, una de las primeras ciudades de Oriente Próximo. En la epopeya, Gilgamesh es descrito como un héroe que ha realizado muchas hazañas. Se le describe como un hombre impetuoso. Los ciudadanos se ven obligados a construir la muralla que rodea la ciudad y a realizar otros trabajos agotadores. En cuanto a las mujeres, Gilgamesh se toma el «derecho señorial» de violar a las novias en su noche de bodas. Finalmente, los habitantes de Uruk invocan a la Madre de todas las Diosas para que cree un rival para Gilgamesh. Al oír el objetivo del pueblo, crea a Enkidu. Este personaje vive libremente en el bosque entre los animales, las plantas y todos los seres vivos. Enkidu es domesticado por una prostituta, Shamat. Pasan seis días y siete noches y al final Enkidu se convierte en un hombre diferente. Ella le enseña a ser «civilizado» y los caminos de la «civilización». Después de esto, los animales salvajes le temen. A partir de ese momento, ya no vivirá como parte de la Naturaleza. Más tarde, Gilgamesh y Enkidu luchan entre sí. Al final, Enkidu reconoce la fuerza superior de Gilgamesh y se hacen amigos. Gilgamesh quiere seguir teniendo más fama y reputación. Por eso propone a su nuevo amigo ir a matar a Chumbaba, el gigante del bosque de cedros. Acaban matando al gigante y a muchos otros dioses del bosque. La diosa Ishtar quiere detenerlos, pero no lo consigue. Al final, Enkidu muere. En su último aliento maldice a la mujer que desencadenó el camino de la destrucción. Está convencido de que más bien debería estar agradecido por todo. Gilgamesh, por su parte, teme más a su propia muerte y continúa su búsqueda de la inmortalidad.
Esta epopeya es algo más que una historia, como las mitologías son algo más que historias. Así como hoy utilizamos la ciencia para explicar el mundo, en la época alrededor del 2.000 a.C., la gente solía dar sentido al mundo a través de la mitología. En la figura de Enkidu vemos cómo la Naturaleza y las personas que vivían como parte de ella eran asimiladas en el sistema gobernante o destruidas. Gilgamesh, por su parte, representa al «superior», al «amo», a la mentalidad de dominación que no sólo se desliga de la Naturaleza sino que se sitúa por encima de ella. La Diosa Madre es también otro personaje importante. Durante toda la historia intenta defender y proteger la Naturaleza y sus criaturas sin gran éxito. Todos los ataques que sufre representan la desvalorización de la crianza y el cuidado.
La historia fue escrita mientras aparecían en Oriente Medio las primeras ciudades, organizadas de forma jerárquica. La armonía de la Naturaleza se había preservado a través de una creencia animista. La consideración del entorno como entidades sagradas y vivas, con alma, estaba en equilibrio con la vida. Con el paso del tiempo, empezaron a surgir las ciudades. No estaban previstas para llevar al poder, pero aún así poco a poco favorecieron una vida desconectada de la Naturaleza. En las ciudades, lo sagrado comenzó a encerrarse y a limitarse a una élite en sus templos. La Naturaleza se convirtió en una entidad separada de los seres humanos. La tierra, los animales, las plantas y los recursos se convirtieron en objetos a conquistar y poseer. Esta fue la base de la destrucción de la Naturaleza.
En esta historia podemos encontrar claves para entender el problema del terremoto y más allá. No sólo ayuda a comprender el problema, sino también a buscar soluciones. Aunque el dinero y la ayuda material siguen siendo necesarios, no son suficientes. Tampoco basta con cambiar nuestro enfoque de la Naturaleza de forma superficial. Cuando profundizamos, afrontamos y reconocemos las profundas heridas que este terremoto ha abierto. Hay procesos de duelo ante nosotros. Hay rabia y tristeza en todos nosotros: los muertos, la falta de apoyo, las precarias condiciones de vida, la hipocresía y la manipulación…
Aún así, confiamos en la determinación colectiva de transformar este dolor.
También reconocemos y remarcamos que la tragedia no ha sido provocada por casualidad. Y esta situación tampoco cambiará por casualidad. Que haya ayuda para paliar los daños del terremoto es bueno. Y es importante que venga de todo el mundo. Refleja la solidaridad internacional y la humanidad. Pero la pregunta es: ¿a quién y qué vamos a apoyar? ¿adónde están llegando las ayudas y las donaciones? Y en cuanto las noticias no estén centradas en el terremoto, ¿qué nos va a importar? Si no nos planteamos estas preguntas, perpetuaremos lo que ya está sucediendo. Una gran parte de las donaciones son manipuladas. Los Estados turco y sirio han retenido y se han apropiado continuamente del apoyo popular. Han utilizado una gran variedad de mecanismos sucios. Uno de ellos es el intercambio de los nombres de las organizaciones populares en los camiones que transportan mercancías de ayuda por los nombres de los grupos islámicos radicales. No es un acto insignificante ni ingenuo. Intentan dar la imagen de que la autoorganización no existe. A través de ello fortalecen la creencia en el Estado y el fundamentalismo islámico como si fueran ellos los que protegen y ayudan.
Es por eso que estamos dispuestas a conocer y comprender debajo de la superficie. Desmantelar el Estado y la mentalidad dominante que oprime a las personas y su territorio.
A pesar de sus continuos intentos, los Estados no pueden borrar la autoorganización popular. Hemos visto, una vez más, que la autodeterminación de los pueblos funciona mejor que el Estado existente. Que si estamos dispuestas y decididas, podemos crear nuestras propias realidades más allá de los estados. Esto en sí mismo es un gran objetivo. La pregunta es: ¿a quién nos dirigimos para pedir ayuda y a quién estamos ayudando ? No pedimos que un Estado ayude, estamos pidiendo que la gente se autoorganice.
Para dar un paso adelante, llamamos a una profunda reflexión sobre cómo vivimos nuestras vidas. Al recordarnos como parte de la Naturaleza, juntas podemos encontrar soluciones reales y prácticas .
Siempre habrá terremotos, pero podemos asegurarnos de que en el futuro los daños sean menos trágicos. Para esto, no se trata de construir edificios de hormigón cada vez más altos. Al contrario, se trata de construir una vida en la que estemos conectados con nuestro entorno y más allá. No sabemos la forma exacta de este camino. Pero en la historia y el presente, hay ejemplos concretos que representan el horizonte por recorrer.
Efectivamente, estamos escribiendo este texto desde Jinwar, el pueblo de mujeres de la AANES. Un pueblo que es parte de la Revolución de las Mujeres. Se construyó desde abajo siguiendo la forma tradicional de construir las casas y siendo conscientes de los materiales utilizados. Todas las casas están una frente a la otra en un círculo, materializando la vida comunitaria. Junto a las casas hay una panadería, una huerta, árboles y plantas medicinales. También está Shifa Jin, el centro de sanación de mujeres y niños, que garantiza que las y los aldeanos puedan preocuparse por su propio bienestar. Jinwar es un ejemplo de cómo construir una vida autosustentable. Surge en un lugar específico, en un momento específico y se inserta en un proceso revolucionario.
El terremoto convoca a la emergencia para encontrar respuestas a la pregunta en todo el mundo: ¿Cómo y qué queremos construir para caminar por una vida comunitaria y libre? Para responder a esta pregunta y revertir la situación actual, los silenciados y socavados tienen que tomar la iniciativa. Los oprimidos, especialmente las mujeres, que preservan, defienden y crean valores de libertad y comunidad necesitan organizarse y combatir la destrucción y el dominio actuales. Mirando hacia el pasado y mirando hacia el futuro, queremos recordar la valentía colectiva de tomar el liderazgo en nuestras propias manos.
Artículo originalmente publicado en Jineolojî y traducido por Rojava Azadî Madrid.