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Qué es el fascismo según el concepto de modernidad democrática de Abdullah Öcalan

¿Cómo valorar el auge de los partidos populistas y fascistas de derechas? ¿Cómo conceptualizar el fascismo y cuáles son sus raíces? ¿Cómo lograr un antifascismo eficaz? Abordaremos estas cuestiones desde la perspectiva del pensador kurdo Öcalan.

ANÁLISIS

¿Cómo valorar el auge de los partidos populistas y fascistas de derechas? ¿Cómo conceptualizar el fascismo y cuáles son sus raíces? ¿Cómo lograr un antifascismo eficaz? A continuación abordaremos estas cuestiones desde la perspectiva del pensador kurdo Abdullah Öcalan, quien analiza en profundidad la pregunta “¿Qué es el fascismo?” en su paradigma de la modernidad democrática.

“Quien no esté dispuesto a hablar de capitalismo también debería callarse acerca del fascismo”

En vísperas de la Segunda Guerra Mundial, Max Horkheimer, una de las mentes más destacadas de la Escuela de Fráncfort, afirmó que existía una conexión entre el capitalismo como orden económico de la sociedad burguesa y la aparición del fascismo: “Quien no esté dispuesto a hablar de capitalismo también debería callarse acerca del fascismo”. Como reacción a la crisis del capitalismo, el fascismo trató de mantener el capitalismo por medios despóticos.

Öcalan también considera el capitalismo, o la era de la modernidad capitalista, como un régimen y una civilización en crisis. Para él, “no hay que pretender considerar al capitalismo simplemente como un sistema con crisis cíclicas, sino como una fase de crisis estructural sistémica de un sistema de civilización propenso a crisis cíclicas continuas” en el que actualmente se desarrollan tres crisis en paralelo: la crisis de la civilización central, que tiene cinco mil años de antigüedad; la crisis de la civilización capitalista, con una vigencia de quinientos años, y la crisis financiera cíclica. Hasta hoy, las formas habituales de superar las crisis capitalistas ya no ofrecen una solución, sino que solo representan una gestión de crisis en la que “las depresiones y crisis que antes eran excepcionales se han generalizado y estabilizado, mientras que los periodos ‘normales’ se han convertido en la excepción”.

En esta fase de disolución de la modernidad capitalista, también denominada por Öcalan “intérvalo de caos”, existe la posibilidad de desarrollos revolucionarios y contrarrevolucionarios o de ofensivas democrático-liberales y golpes totalitario-fascistas: “Determinar qué formaciones políticas y económicas podrían surgir de la crisis estructural del sistema mundial requiere un trabajo intelectual, político y moral, no una profecía”.

Conexión ontológica entre Estado-nación y fascismo

En sus escritos de defensa (en el juicio en su contra en Turquía), Öcalan subraya que no se puede hablar del fascismo sin el Estado-nación. Uno de los errores fundamentales que se cometen al tratar del fascismo es no considerar ni explicar en absoluto su conexión con el sistema del Estado-nación o, si resulta inevitable, descartarlo con unas pocas cláusulas subordinadas. Según Öcalan, los diversos análisis del fascismo, especialmente los marxistas, pero también los que se hacen desde una perspectiva liberal, conservadora y anarquista, son engañosos porque producen una definición del fascismo como un fenómeno excepcional que afecta al sistema desde fuera del capitalismo. Pero “el fascismo y el Estado-nación son esencialmente la misma cosa” y “el fascismo es norma; lo excepcional es la compatibilidad entre el Estado y las estructuras democráticas”.

Por tanto, un tema central en la filosofía política de Öcalan es aclarar la función y el papel reales del Estado-nación y elaborar la conexión ontológica con el fascismo y el nacionalismo. En este contexto, define el Estado-nación y su conexión con el fascismo de la siguiente manera: “El Estado-nación puede describirse esencialmente como la identificación de la sociedad con el Estado y del Estado con la sociedad, lo que también constituye la definición del fascismo. Es evidente que el Estado no puede convertirse en comunidad, de la misma manera que la sociedad no puede convertirse en Estado. Sólo las ideologías totalitarias pueden afirmar tal cosa. El carácter fascista de tales afirmaciones es obvio. El fascismo, como forma de Estado, ocupa siempre el puesto de honor en la mesa liberal burguesa. Es la forma de gobierno en tiempos de crisis. Puesto que la crisis es estructural, también lo es el régimen: el llamado régimen del Estado-nación. Es el culmen de las crisis de la era del capital financiero. El Estado del monopolio capitalista, que actualmente ha alcanzado su apogeo a nivel mundial, es también generalmente fascista durante su período más reaccionario y despótico. Aunque se habla mucho del colapso del Estado-nación, afirmar que en su lugar se construirá la democracia es mera credulidad. Puede que tanto las formaciones fascistas macro-globales como las micro-locales estén a la orden del día”.

“Mientras que Hitler, Mussolini y similares fueron derrotados, sus sistemas salieron victoriosos”

Dado que la cualidad fascista de la existencia del Estado-nación como Estado y poder maximizados se vio más claramente en el fascismo alemán, Öcalan también observa de cerca el proceso del modelo de Estado-nación alemán. El atraso de las burguesías alemana e italiana, y las dificultades que experimentaron en sus esfuerzos por lograr la unidad nacional, trajeron consigo una forma aún más pronunciada de política nacionalista: “La burguesía se vio obligada a adoptar un modelo de Estado nacionalista y chovinista debido a la amenaza externa de ocupación, así como a la continua resistencia interna de la aristocracia y la clase obrera. Derrota y crisis, estas son las dos cosas que llevaron a muchos países, especialmente a Alemania e Italia, a la encrucijada ‘o revolución social o fascismo’, prevaleciendo en este dilema el modelo de Estado fascista. Mientras que Hitler, Mussolini y similares fueron derrotados, sus sistemas salieron victoriosos”.

Öcalan considera una característica especial del modelo alemán el hecho de que la única salida para la burguesía alemana fuera la concentración monopolista como Estado-nación: “La labor más importante de la burguesía y de los ideólogos alemanes a lo largo del siglo XIX fue ‘inventar’ este tipo de Estado tanto desde el punto de vista material como moral”. En segundo lugar, el modelo alemán, a diferencia de otros, se basa en la cultura: “…el modelo alemán se fundamenta en el componente cultural. La identidad cultural alemana es el requisito tanto para la ciudadanía como para el Estado-nación, un factor cuyo desarrollo predispone al fascismo [y está íntimamente relacionado con la línea de desarrollo del estado-nación alemán]”.

El modelo social del fascismo en la era financiera

Öcalan asume que el primer intento de “sociedad del espectáculo”, el fascismo, no fue derrotado en realidad. Sus protagonistas fueron efectivamente liquidados. Pero el sistema impuso la sociedad del espectáculo en todas partes durante la Guerra Fría y después a través del Estado-nación y las empresas financieras globales. El término “sociedad del espectáculo” procede de la obra cumbre del filósofo francés Guy Debord, en la que denuncia la moderna sociedad laboral, el capitalismo, el mundo de las mercancías y la alienación del trabajo. La actual “sociedad del espectáculo” en Occidente es una sociedad que celebra lo superficial, quiere encontrar la plenitud en el consumo, se mira y se admira en los medios de comunicación, considera que todo es medible y adquirible, “en la que la mercancía se mira a sí misma en un mundo que ella misma ha creado”. Öcalan habla también de una conquista mental de las sociedades. La hegemonía del sistema capitalista se mantiene así no sólo mediante la fuerza política y militar, sino también controlando y paralizando la industria cultural. Por ello, Öcalan subraya que la lucha contra la hegemonía cultural requiere la más ardua “lucha intelectual”: “Mientras la lucha no se desarrolle y organice, tanto en forma como en contenido, contra la guerra cultural que el sistema lleva a cabo mediante la conquista, asimilación e industrialización, tampoco tendrá éxito ninguna lucha por la libertad, la igualdad y la democracia”. Por lo tanto, es especialmente importante examinar más de cerca la sociedad de la era financiera: “…las sociedades que han sido tamizadas con el nacionalismo son las más predispuestas a la reproducción del fascismo”. El fascismo como sistema significa la transformación de la sociedad en un rebaño y la extensión del poder hasta la célula más pequeña. El objetivo es construir una “homogeneización total, la sociedad de masas, la sociedad del rebaño”.

El Estado-nación desempeña un papel protagonista

El Estado-nación desempeña aquí un papel central, imponiendo un mundo emocional y una mentalidad uniformes a nivel del individuo y de todas las estructuras sociales: “El Estado-nación no solo crea individuos uniformes, también extiende su poder e inyecta esta mentalidad a toda la sociedad, creando una sociedad uniformizada, la sociedad del Estado-nación. El objetivo es generar una sociedad corporativa, que es el modelo social del fascismo. No se trata de convertir la sociedad en poder sino exactamente de lo contrario. Para el Estado-nación es fundamental imponer su poder a lo largo y ancho de la sociedad, situando a sus agentes e instituciones en los mismísimos poros de esta. La sociedad es dirigida únicamente de esta forma, imponiéndose, desencadenando una guerra contra toda la sociedad, privándola, por lo tanto, de cualquier poder”.

El Estado-nación capitalista está utilizando diversos instrumentos y métodos para crear el perfil de un ciudadano que nunca ha existido antes en la historia, explica Öcalan: “…el objetivo central es convertirse en un consumidor estándar, obtener un coche, una familia (mujer, marido y dos hijos) y un piso. Así es como las pasiones más mezquinas sustituyen a la socialización. Disociado de la historia que, a su vez, ha sido convertida en un conjunto de clichés nacionalistas, el ciudadano se queda sin memoria, carece de sentido filosófico, incluso del que podría llevarle a la felicidad a excepción del pragmatismo más ruin. En apariencia parece moderno, pero en el fondo resulta ser el individuo, mejor dicho, la negación del individuo, más podrido y vacío de contenido, un ‘rebaño de ciudadanos’, una ‘sociedad de masas’ lista para abrazar los anhelos más tenebrosos, es decir, el fascismo”.

Según Öcalan, este tipo de ciudadano desempeñó un papel central en el camino hacia el fascismo y es el tema de muchas novelas famosas. Un ejemplo en este contexto es la novela “El conformista” de Alberto Moravia, que narra la historia de un hombre que se convierte en funcionario obediente bajo el nuevo gobierno fascista en Italia. Öcalan considera que los Estados-nación y las sociedades que producen este tipo de ciudadanos se encuentran entre los mayores obstáculos para la modernidad democrática. Por lo tanto, una tarea central de la democratización y de la práctica antifascista es “analizar el Estado-nación y la sociedad que produce tal falta de individualidad (donde el individuo se considera inexistente) y formar individuos igualitarios, libres y democráticos (ciudadanos libres) que puedan construir la civilización democrática”.

La naturaleza de la clase media es fascista

En sus declaraciones, Öcalan también rechaza la idea dominante de que la clase media es la base de un régimen republicano y democrático. Más bien, esta descripción es una “narrativa de la propaganda liberal”: “La clase media ha desempeñado el papel clave en la negación de la república y la democracia”. Para Öcalan, la clase media es la reserva de la que se nutre el fascismo, no la democracia: “Del mismo modo que la relación del fascismo con el Estado-nación es estructural, también lo es la relación entre el fascismo y la clase media”. En este contexto, la democracia liberal se apoyaba esencialmente en la clase media, y describe el Estado-nación como el “dios moderno de la clase media”: “La clase media sueña en su mentalidad y sus pasiones con alcanzar esa divinidad que asegura su misión y sus intereses. […] Obtener un cargo burocrático o un estatus profesional equivale a la liberación”. El capitalismo utiliza a la burguesía liberal y a la clase media en su lucha contra la democratización y la justicia social haciendo concesiones y creando ilusiones, señalando a las capas más bajas de la sociedad y manteniendo a la clase media en constante temor.

Qué es el antifascismo en la teoría de la modernidad democrática

Öcalan considera que “la mayor debilidad de todos los antifascistas, sobre todo de los socialistas, es no haberse percatado de este vínculo sistemático entre el Estado-nación, los monopolios (estatales y privados) y el fascismo; y de este ontológicamente con la modernidad capitalista”. Para Öcalan, el trío Estado-nación, industrialización y capitalismo es fundamental para entender la modernidad capitalista. La modernidad, que se basa en este trío entrelazado, está en condiciones de librar guerras nacionales, regionales y mundiales tanto internas (fascismo) como interestatales.

Por el contrario, la modernidad democrática como sistema alternativo “responde a la homogeneización (uniformidad), a la sociedad de rebaño y de masas que el Estado-nación moderno se esfuerza por conseguir adoptando un método universalista, de progresión lineal y determinista (método cerrado a probabilidades y alternativas) con métodos pluralistas, probabilísticos, abiertos a alternativas y que hacen visible la sociedad democrática. Desarrolla su alternativa a través de sus características ecológicas y feministas abiertas a diversas estructuras políticas multiculturales y no monopolistas, así como con una estructura económica que satisface las necesidades sociales básicas y está controlada por la comunidad. La alternativa política de la modernidad democrática al Estado-nación de la modernidad capitalista es el confederalismo democrático”.

FUENTE: Academia de la Modernidad Democrática