“Desde que vivo en el exilio, mi patria son mi lengua y los escritores a los que leo”
La vida de Asli Erdogan (Estambul, 1967) ha transcurrido en las más duras circunstancias, pero siempre ha encontrado un refugio en la literatura.
La vida de Asli Erdogan (Estambul, 1967) ha transcurrido en las más duras circunstancias, pero siempre ha encontrado un refugio en la literatura.
Trauma, encarcelamiento, exilio, enfermedad… La vida de Asli Erdogan (Estambul, 1967) ha transcurrido en las más duras circunstancias, pero siempre ha encontrado un refugio en la literatura. En 2016, fue una de las víctimas de la ola represora que siguió al intento de golpe de Estado en Turquía para derrocar a Erdogan. Su colaboración con el periódico prokurdo Özgür Gündem la llevó a ser encarcelada, acusada de delitos de terrorismo, puesto que el régimen de Erdogan consideraba que el citado diario era el portavoz del PKK, o Partido de los Trabajadores de Kurdistán. Entre sus obras literarias destaca El edificio de piedra (2021), una metáfora de la represión política. Ingeniera física de formación, también ha sido bailarina de danza clásica.
-¿Qué la llevó a abandonar la física por la literatura?
-Me apasiona la física, pero la vida de una mujer física no es para mí. Trabajé durante casi dos años en el CERN (Centro Europeo para la Investigación Nuclear) y fue muy difícil. Era un ambiente muy masculino, la gente era muy ambiciosa y había mucha discriminación hacia las mujeres. Me di cuenta de que no era capaz de sobrevivir allí. Soy una persona muy introvertida y muy sensible, para mí aquello era un ambiente hostil.
-¿La literatura es un refugio contra la hostilidad del mundo?
-Sí. Aprendí a leer a la edad de cuatro años. Vi que necesitaba leer para sobrevivir. Yo era una niña muy inteligente, pero tenía problemas psicológicos, como el síndrome de Asperger. Toda mi familia padeció mucha violencia. Mis padres se metieron en política y en 1971 hubo un golpe militar en Turquía. En 1972 [ella tenía cinco años], la policía entró en nuestra casa de Estambul y entonces experimenté la violencia ejercida por el Estado.
-¿Cuándo empezó a sentir la necesidad de escribir?
-Sinceramente, nunca quise ser escritora, para mí la literatura era algo sagrado y no me veía en ese mundo. A los 10 años empecé a escribir poesía. Mi abuela, que también era poeta, publicó esos poemas sin mi permiso. Quería darme una sorpresa, pero yo era una niña muy tímida y aquello me traumatizó completamente. En los siguientes diez años no volví a escribir nada más. En mi caso, si publicaba algo, sentía como si me desnudara. Incluso hoy me causa problemas leer mi propia obra, me da muchísima vergüenza. Me resulta traumático el tener que leerme.
-Esa palabra, trauma, ¿es la que ha marcado su vida?
-Sí, pero el mayor trauma de mi vida lo sufrí en 2003. Para mí fue mucho peor que estar en prisión. Un exnovio que quería hacerse famoso escribió un libro muy feo sobre mí. Me describió como una mujer de escasa moral, se refirió a mí como una zorra judía. Mi familia materna es de Tesalónica (Grecia), así que también tengo sangre judía. Imagínate en un país tan machista como Turquía, que a una mujer se le tilde de zorra, de femme fatale, de bisexual… Sentí como si hubiera sufrido una violación por parte de todo el país.
-Hablemos de El edificio de piedra, que sería una metáfora de la represión política. Lo publicó siete años antes de entrar en la cárcel. ¿Fue premonitorio?
-Sí. Siempre supe lo que me iba a llegar, conozco mi destino. Escribí El edificio de piedra a lo largo de unos diez años. Nació como un relato breve, pero luego comenzó a crecer y crecer. Mi historia personal está ahí, también mis lecturas. Por ejemplo, había leído mucho sobre los campos de concentración, a autores como Primo Levi, Robert Antelme, Tadeusz Borowski o Jorge Semprún. Este último es uno de mis escritores favoritos.
-En 2016 pasó cuatro meses y medio en la cárcel de Bakirköy (Estambul). ¿En qué se apoyó?
-Probablemente me convertí en la primera persona que practicaba ballet clásico en la prisión de Bakirköy. Un día me cogí una neumonía, pero solo había un médico para 1.200 prisioneros. Me encontré sin atención médica, pero me ayudaron las mujeres del PKK. Existe mucha solidaridad entre las mujeres prisioneras.
-Han pasado siete años desde que abandonó Turquía. ¿Cómo afronta la vivencia del exilio, sabiendo que no hay perspectivas de cambio en la situación política?
-Si cambia, no va a ser para mejor, porque cada año es peor. Al principio pensaba que en dos o tres años podría volver a Turquía, pero ahora sé que es imposible. Para mí el exilio es como otra prisión. Es difícil expresarlo con palabras. Si hay un lugar del mundo al que no puedes ir, el resto se convierte en una prisión. Yo nunca tuve unos sentimientos de pertenencia muy fuertes con Turquía, pero ahora que estoy exiliada, echo de menos mi país. Mi padre murió cuando yo estaba en el exilio y ni siquiera pude asistir al funeral. Teníamos una relación horrible, así que me faltó esa última oportunidad de poder perdonarle.
Tragedia en la cárcel
-¿Cuál será su próximo proyecto literario?
-Estoy escribiendo una novela breve, Esmeralda en la prisión de Bakirköy, porque también me gusta Victor Hugo [autor de El jorobado de Notre Dame]. Cuando entré en prisión, me pusieron en cuarentena. Una hora después, me dijeron que alguien más venía y me trasladaron a una celda de aislamiento. Una semana después, me enteré de que una prisionera rusa se había suicidado en la celda en cuarentena. Nunca conocí a esa mujer, pero de alguna manera, su fantasma me acompañaba. Yo me imaginé que ella había sido bailarina, pero en realidad solo sé que era rusa, que tenía 24 años y que le pusieron una pena de 25 años por tráfico de drogas. En prisión he estado en contacto con muchas historias trágicas, especialmente las historias de mujeres. Realmente, ellas no son criminales, sino víctimas.
-¿Cree que el libro podrá ver la luz el próximo año?
-Ahora mi salud es la que manda, se ha convertido en una dictadora. Tengo esclerosis sistémica, una enfermedad rara que afecta a los órganos internos. Ni siquiera puedo escribir correos electrónicos, porque se me abren heridas en los dedos y se me infectan.
-¿Su vida en Alemania tiene algún aliciente?
-Alemania no es un país fácil para nosotros. Hay una comunidad turca muy grande, pero la mayoría de esos turcos apoyan a Erdogan y se pueden mostrar muy agresivos. El periodista turco Can Dündar también está en el exilio en Berlín y lleva años bajo protección policial porque le han golpeado y amenazado muchas veces. Lo mismo pasa con otros periodistas en Berlín. Un día, Dündar me hizo una entrevista. Y el mismo día en que salió la entrevista, a las cuatro de la mañana, alguien empezó a tocar el timbre de mi casa, insistentemente. A mí, por ejemplo, no me golpean como a Dündar, pero me dicen: “Sabemos dónde vives”. Vivir en Alemania es muy tenso.
-Y ahora, ¿a qué mundo pertenece Asli Erdogan? ¿Dónde siente que está su hogar?
-Desde que estoy en el exilio, mi lengua es mi única patria, y también los escritores a los que leo: Dostoievski, Kafka, Ingeborg Bachmann, Paul Celan…
-De todos ellos, ¿hay alguno con el que tenga un vínculo especial?
-Empecé a leer a Dostoievski a los 16 años, y volví a releerlo a mis cuarenta y pocos años. Muchas de las frases que yo manejo proceden de Dostoievski. Por ejemplo, el final de la novela El idiota de Dostoievski me hace llorar. Si ahora volviese a leerlo, volvería a llorar otra vez.
FUENTE: Nerea Alejos / Diario de Navarra /Edición Kurdistán América Latina