En memoria de Nagihan Akarsel
Quería empezar con un poema. Entonces vi que el poema eras tú.
Quería empezar con un poema. Entonces vi que el poema eras tú.
Las sonrisas se desbordaban mientras hablabas, tus palabras parecían ramas florecidas. Gracias a ti, sé lo que se siente al vivir la vida poéticamente. Resulta que no es tan abstracto después de todo. Tus palabras fueron un viaje que hace temblar el corazón, te pone la piel de gallina, acelera los latidos y te lleva lejos del dolor, la injusticia y la fealdad. Ahora desearía haber grabado esas conversaciones. ¿Es el humano un ser ingrato? ¡La de veces que salí de pozos aparentemente sin fondo aferrándome a tus palabras! Tus palabras llanas y sencillas me hicieron comprender una y otra vez el sentido, la filosofía y la belleza de la lucha. Qué bonito fue respirar la vida en el sabor de la poesía.
¡Nuestra querida hortensia!
Ahora tomo prestadas tus palabras para describirte como eres. Perder es algo tan eterno. Es tan sin espacio y sin hogar. Tan interminable y sin límites. Es una verdad que nunca se puede capturar, aunque te encuentres con ella mil veces, un millón de veces. Los días, los meses, las horas, es decir, la medida superficial del tiempo se suspende cuando se trata de la pérdida. Recordando tu creencia en la energía del universo, intento captar tu ausencia. Y tu existencia… No puedo medir lo ocurrido en la escala del tiempo. Este es el final y el principio del tiempo.
Me pregunto: ¿puede el mal detener el flujo del agua? No pueden. Tú eras un flujo de agua. Un flujo que se filtra a través de tu lengua, cuerpo, corazón y conciencia. Como los ríos que fluyen en primavera, destruías las fronteras colocadas entre tu mente, emoción y conciencia. Eras un arroyo silencioso que se aferraba a su suelo cada vez que prevalecían el dolor y la pérdida. Suavemente, sin herir el suelo, eras un flujo, tan delgado que estaba a punto de secarse y, sin embargo, tan decidido a sobrevivir. Cuando tu objetivo era renovar, crear, empezar algo, construir, te convertías en una cascada que se abre paso partiendo montañas en primavera. Y cuando se trataba de enseñar, eras una suave llovizna de lluvia primaveral. Cada vez que el anhelo se volvía insufrible, cada vez que las ciudades te parecían demasiado estrechas, cada vez que la fealdad te sofocaba, cada vez que la soledad parecía insoportable, corrías hacia las montañas. Entonces eras una repentina lluvia de verano.
Siempre fluías. Qué bien te sientan tus dos apellidos. Antes de elegir un apellido en la lucha, era Akarsel (en turco: arroyo que corre/fluye). Cuando te uniste a nuestra lucha, te llamaste Su (en turco: agua). Resumiste tu propósito en dos letras, encajaste tu postura en la lucha en dos letras. En dos letras, explicaste que la mentalidad que te asesinó nunca tendrá éxito. Fluyes y te mantienes como el agua.
Dijiste: “Ninguna labor se pierde en el universo, yo lo creo”. Estoy aplicando estas palabras a mi herida, palabras que dijiste para reconfortarme hace apenas unos días. Me resulta muy difícil describirte. Me digo que debo describirte. No quiero que ellos hagan sucumbir al tiempo y al espacio, los recuerdos, las enseñanzas, la belleza que desborda de ti, la bondad que fluye de ti hacia todos. Busco palabras llanas, profundas, filosóficas, conocedoras y significativas como las tuyas. Espero poder mezclar y unir las palabras tan bien como lo haces tú. En cada uno de los artículos que escribiste para la Revista Jineolojî, nos mostraste cómo mezclar magistralmente el conocimiento, la emoción y el pensamiento. Has tocado la vida y nuestras almas con tus conocimientos…
¿Cómo pudiste hacerlo con tanta habilidad? Porque eras una mujer enamorada de su lucha. Tenías unos ojos lo suficientemente agudos como para reconocer, con una sola mirada, los valores creados por las luchas, las posiciones que alcanzábamos. Allá donde ibas, interiorizabas todo lo que veías. En Afrin, consideraste una enseñanza histórica el hawar (lamento) de una anciana madre. En las academias donde enseñabas, convertías la chispa de los ojos de un joven combatiente, la agilidad de su mente, en una fuente de esperanza. Te maravillabas de los y las combatientes cansadas en medio de la brutalidad y la velocidad de la batalla. Hablarías con admiración. Dirías: “Esto es la revolución”. Les tendías otro espejo, convertías a todos en héroes y heroínas, como se merecían. Cada individuo que dio aliento a esta revolución tenía un valor inmenso para ti. Admirabas a todos y todas las revolucionarias. No era envidia. Estabas preparada para cualquier tarea que requiriera la revolución. Dabas un paso al frente sin contemplaciones, despreocupada, sin miedo. Como las mariposas que corren hacia el fuego, irías a donde fuera necesario, para crear algo, para hacer posible lo imposible. Irías sin demora, sin refugiarte en las excusas, sin quejarte. Tampoco te olvidarías de evaluar tus resultados. Ver las distancias recorridas no era un motivo de autocomplacencia; al contrario, era el heraldo de nuevos caminos que recorrer. Ser creadora y testigo de revoluciones dentro de la revolución te sentaba muy bien.
No sé hasta qué punto has alcanzado el poder del significado y la definición gracias a Jineolojî, ¡pero ser “jineologista” te sentaba muy bien!
Rêber Apo (Abdullah Öcalan) dijo que la valentía en una lucha requiere algo más que tomar las armas. Decía que para desafiar las formas de pensar avanzadas por el Estado, los hombres y el sistema, hace falta mucho más valor. Cuánto coraje se necesita para calentar los corazones congelados, para guiar a un camino diferente a aquellos que quieren aprender la fluidez, la delicadeza y la profundidad de nuestra lucha a través de fórmulas rígidas, para transformar a aquellos que arrancan el conocimiento de su alma, para desafiar las formas en que la academia quiere mantenernos dentro de sus propios límites. Hemos hablado mucho de estos desafíos. Y de los costes que conllevan… Resulta que este coste incluía las balas disparadas en tu cuerpo. Sabíamos que nos enfrentábamos a este sistema misógino que apunta a todos y todas las que se oponen a la mentalidad de la civilización estatista y clasista. Y que utilizaría todos los medios necesarios. Pero, de nuevo, tal vez nos arrepentimos de no haber sido tan hábiles como tú. Tenemos que establecer el vínculo entre el saber, el sentir y el comprender. Tu nos enseñaste cómo hacerlo. Esto es lo que escribiste en el último número de la Revista Jineolojî.
Necesitamos una voz que resuene a través de la cascada de emociones y pensamientos de nuestra época… Una voz que describa el presente tanto como se haga eco del pasado arcaico y antiguo. Una palabra que nos haga sentir que no estamos solos y solas en el universo y que complemente nuestra energía. Necesitamos una sílaba que no separe la emoción del pensamiento, el espíritu de la razón, la intuición del conocimiento, la materia de la energía, la vida de la muerte, la luz de la oscuridad y la filosofía de la sociología. Una voz que lleve el paradigma espiritual e intelectual del tiempo y el espacio…
En este momento, necesitamos desesperadamente esa palabra que nos haga sentir que no estamos solos y solas en el universo. Y mientras viajabas con nosotras, nos susurraste esas palabras al oído de alguna manera. Esto es lo que escuché…
Todo en el universo es parte de un todo. Tu alegría de vivir se enfrenta al dolor que quieren causar los que te asesinaron. Frente a los que quieren romper nuestra esperanza, está la esperanza de esta lucha de la que estabas enamorada y que lideraste añadiendo sentido a cada momento tuyo. Tu bondad, que nunca pudo herir a ningún ser vivo, tiene poder frente a los terribles males infligidos por los colonizadores, el enemigo. En este mundo en el que el desamor, la insensibilidad y el sinsentido quieren establecer una presencia, tú tienes un amor desprejuiciado e incondicional que se crea cada día. Frente a los que ignoran los árboles, las piedras, los lobos, los pájaros o los colores, tu mirada radiante lo atraviesa todo en el universo, desde los ojos hasta el alma. Frente al poder, del que Rêber Apo dice que es “lo suficientemente insidioso como para filtrarse por las grietas sociales”, estaba tu identidad revolucionaria, que hacía hincapié en compartir, repartir equitativamente el trabajo y servir a tus compañeras. En este planeta, tan cansado que se olvida de imaginar, tus sueños hacen que la gente ame imaginar. Para los que caen en las garras de la injusticia y la traición y, por tanto, no pueden dar sentido a su existencia en el universo, hay una mano amiga que les alcanza. Tuviste una fe lo suficientemente profunda como para abrazar todas las diferencias en el mundo incoloro de los que quieren erradicar las diferencias. La verdad clara y llana que tratas de iluminar se alza ante los que quieren oscurecer el futuro de las mujeres. Dice: las mujeres cambiarán el mundo.
FUENTE: Zilan Diyar / Academia de Modernidad Democrática