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Jinwar y el origen de las palabras “Jin Jiyan Azadî”

“Hasta que nos volvamos a ver”. Estas fueron las últimas palabras que nos dijimos, y Jiyan y yo nos despedimos. No era la primera vez que nos despedíamos sin saber cuándo volveríamos a vernos.

En septiembre de 2022 comenzaron las protestas en Irán tras la muerte de una joven, Jina Mahsa Amini, después de que la llamada policía de la moralidad de Teherán la detuviera por llevar supuestamente un pañuelo incorrecto en la cabeza. Las manifestaciones se han intensificado desde entonces, al igual que la respuesta de las autoridades iraníes, con miles de detenidos y una aterradora campaña de ejecuciones públicas en curso.

Mientras tanto, expertos de la ONU han señalado nuevas pruebas de violencia continuada contra mujeres y niñas en la región, como el envenenamiento deliberado de más de 1.200 escolares en las principales ciudades de Irán, así como un video difundido en las redes sociales que mostraba a una madre siendo golpeada violentamente frente a la escuela de sus hijos.

“Todo esto es una prueba más del patrón de las autoridades iraníes para silenciar a todos los que intentan denunciar o exigir responsabilidades por violaciones de derechos humanos”, han manifestado los expertos de la ONU. “Las mujeres y las niñas de Irán vuelven a ser objeto de las peores formas de discriminación y violencia sistemáticas”, agregaron.

Aquí, la activista Anuscheh Amir-Khalili relata su experiencia de viajar a Jinwar, un pueblo para mujeres y niños en Rojava, al noreste de Siria. Es un refugio para mujeres árabes y kurdas que aún luchan contra el impacto de la ocupación de gran parte de la zona por parte de ISIS.

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“Hasta que nos volvamos a ver”.

Estas fueron las últimas palabras que nos dijimos, y Jiyan y yo nos despedimos. No era la primera vez que nos despedíamos sin saber cuándo volveríamos a vernos.

Pasarían diez años antes de que pudiéramos reunirnos de nuevo, aquí en Rojava, una región del noreste de Siria. Rojava es la región autónoma de facto dentro de la gran Siria, con subregiones autogobernadas, aunque el gobierno sirio sigue negando su autonomía. Desde su creación en 2012, Rojava se ha convertido en sinónimo de un compromiso radical con la ecología, la democracia y la liberación de la mujer. Dentro de Rojava hay una aldea para mujeres y niños llamada Jinwar.

Aquí es donde vive ahora Jiyan. Es una zona que está bajo la amenaza constante de ataques, pero también es una tierra que Jiyan está dispuesta a defender con su propia vida.

Soy la fundadora de la ONG Flamingo, una comunidad para mujeres y niños refugiados en Berlín (Alemania). En abril de este año, mi colega Zilan y yo viajamos a Jinwar.

Como Zilan es kurda y yo soy de ascendencia germano-iraní, tuvimos que tomar varias precauciones para este viaje, incluida la organización de nuestro viaje para no tener que parar en Turquía. El gobierno turco supone una gran amenaza para nosotras, pues es conocido por extraditar a Irán a ciudadanas con doble nacionalidad, que allí se enfrentarían a la pena de muerte.

Aunque en aquel momento no lo sabíamos, tanto Zilan como yo nos habíamos encontrado antes con Jiyan. Zilan la había conocido de adolescente en las montañas del Kurdistán, mientras que yo participaba en un grupo de mujeres de autodefensa que ella había organizado.

Después de despedirnos hace 10 años, Jiyan, que es médica, decidió irse a Rojava. Desde entonces ha dedicado su vida a la lucha contra ISIS y por la libertad de las mujeres. 

No es posible un mundo libre mientras se oprima a las mujeres

Uno de los logros indiscutibles del movimiento kurdo en Turquía y Siria es el avance de la mujer en los ámbitos social, económico y político de la vida. De hecho, el movimiento kurdo de liberación de la mujer está en el corazón de Rojava, uno de los experimentos revolucionarios más apasionantes del mundo actual.

El movimiento de liberación de la mujer kurda enseña a las mujeres todo lo que necesitan saber para defender su tierra y defender a las marginadas. La formación incluye defensa personal, tiro, pero también tareas cotidianas en beneficio de la comunidad, como aprender a ordeñar vacas, alimentar gallinas, labrar el campo, coser ropa con plantas de algodón cultivadas en casa, hornear pan y cómo utilizar hierbas medicinales con fines sanitarios.

Para luchar por su libertad, las mujeres y los hombres no tienen necesariamente que tomar las armas; también pueden dedicarse a la autosuficiencia y la educación. No todo el mundo elegiría una vida con medidas tan extremas para luchar por la libertad. Pero un mundo libre no es posible mientras se oprima a las mujeres.

En 2012, una revolución feminista rugió en todo el mundo. Pero comenzó aquí, en Rojava, y pasó a recibir reconocimiento internacional tras el espantoso asesinato de Jina Mahsa Amini, en septiembre de 2022. Con ella, llegó el llamamiento de “Jin, Jiyan, Azadî” (Mujer, Vida, Libertad).

Durante mi estancia en Jinwar, dormí en la misma habitación que Jiyan y pasé casi cada minuto con ella. Pude profundizar en el aspecto colectivo del movimiento y viví de cerca parte de la amenaza de la guerra. La radio está constantemente encendida y, mientras hablaba conmigo, Jiyan a veces se quedaba en silencio, mirando más allá de mí, con la vista y los oídos entrenados para captar el sonido de los drones, que aquí es la principal causa de muerte.

No muy lejos de la frontera, Jiyan y un amigo nos recogieron y nos llevaron a Jinwar, pero tuvimos que conducir varias horas y cambiar de coche con numerosas armas dentro. No nos permitieron abrocharnos el cinturón de seguridad, porque si había un ataque, contaríamos milisegundos para salir del coche.

En el pueblo, nos dijeron que nos podían despertar en cualquier momento con instrucciones de ponernos a salvo lo antes posible. Estábamos en alerta constante porque los ataques pueden venir de Turquía, de las células durmientes de Daesh o del gobierno de Bashar Al Assad en Siria.

Cuando alguien muere, el grupo lleva a sus familiares a los lugares donde los llorados rieron, bailaron, lucharon juntos y donde liberaron a la gente del Estado Islámico. Muchos de los fallecidos (incluidos los que murieron de forma natural) son enterrados bajo montículos de tierra en los que crece la planta harmel. Según un amigo, crece casi exclusivamente en esta región y especialmente en los túmulos funerarios. Como para demostrar que todo va bien, como para decir: “Seguimos aquí. No pueden matarnos. La vida sigue floreciendo”.

“Plantamos nuestra esperanza”

En medio de esta guerra y de esta interminable cinta transportadora de crisis, Jinwar se mantiene firme y no vacila. Incluso, cuando las residentes tienen que huir debido a los ataques y dejan todo atrás, siguen regresando y reconstruyendo la aldea de mujeres. “Plantamos nuestra esperanza”, es el mantra local. Demuestran que el amor y sus vínculos son más fuertes que los bombardeos. Hablan, ríen, beben té, comen dulces y siguen desarrollando este lugar sagrado. Sirve de refugio a las mujeres, ofreciéndoles una vida autónoma.

Hay un jardín de hierbas medicinales en medio del pueblo, anexo a un centro de salud, donde se enseña anatomía femenina y se procesan hierbas.

Basándonos en esto, también creamos un jardín de hierbas medicinales en Berlín, intercambiando semillas con Jinwar. Aunque el clima frío de Alemania deja bastante que desear, las semillas brotan sin problemas en Rojava, porque el suelo es muy fértil. Acababa de llover mucho; todo estaba floreciendo.

Aunque el gobierno turco corte la electricidad, se sequen los ríos o se queme la cosecha, la gente se ayuda mutuamente sin pensar en su propio beneficio y considera la gestión sostenible de los recursos como una forma de vida.

Como ritual de purificación, quemamos el símbolo de Jinwar, la planta harmel. Durante la ceremonia, un helicóptero sobrevoló nuestra pequeña reunión. Volaba muy bajo y con la puerta abierta. Atisbamos a los hombres y ellos pudieron vernos. ¿Sabían lo que deseábamos entre tanto humo?

La tierra, las montañas, los campos… están sanos y gritan primavera con tanta fuerza, como si nada pudiera detenerlos. Ni los incendios, ni los bombardeos, ni los cortes de agua han conseguido desolar esta zona. Y, sin embargo, siguen intentando destruir esta tierra con tanta furia. Admiro la resistencia de la naturaleza reflejada en la gente de Jinwar.

Ya no se me permite entrar en mi propio país

Me paro en lo alto de las montañas y miro las colinas de Irán en la distancia. Observo y sé que no puedo ir allí. No se me ha permitido entrar en mi país desde que hablé en contra del régimen iraní. El peligro es demasiado grande, porque cualquiera que sea crítico probablemente será encerrado.

Sin embargo, Jinwar consigue darme esperanzas: que algún día pueda volver a pisar Irán. El origen de este movimiento es portador de nuestro dolor colectivo, nos hace sentir nuestra tristeza. Pero también nos da fuerzas para seguir adelante.

¿Qué podemos hacer por la gente de allí? No mucho. Su estructura autónoma les ha convertido en maestras de la autosuficiencia. Los paneles solares pueden ayudar, así como el dinero para el riego. Pero, sobre todo, ayuda aprender más sobre Jinwar, apoyar el origen de “Jin, Jiyan, Azadî” y no apartar la vista de las mujeres de Irán, Afganistán y la región kurda de Rojava. Se trata de liderar el movimiento feminista no como separatistas, sino luchando juntas por la libertad.

Me llevo este sentimiento de conexión conmigo a Alemania y seguiré trabajando por la liberación de los oprimidos, por su libertad, por sus vidas. Igual que Jiyan en Rojava.

Hasta que nos volvamos a ver.

FUENTE: Anuscheh Amir-Khalili / Global Citizen / Traducción y edición: Kurdistán América Latina