“La tregua significa que Israel pospone nuestro asesinato cuatro días”
Familiares de gazatíes en España aseguran que el pesimismo recorre la Franja, aún más si cabe, después del acuerdo entre Israel y Hamás.
Familiares de gazatíes en España aseguran que el pesimismo recorre la Franja, aún más si cabe, después del acuerdo entre Israel y Hamás.
Después de 47 días de bombardeos israelíes sobre las ciudades y campos de refugiados de la Franja de Gaza, Israel y Hamás llegaron a un acuerdo, el pasado miércoles 22 de noviembre, por el que Hamás se comprometió a liberar a 50, de los 240 israelíes retenidos en su ataque del 7 de octubre. Israel, por su parte, se comprometió a liberar a 150 presos palestinos y permitir la entrada, por el paso de Rafah, desde Egipto, de unos 300 camiones de ayuda humanitaria diarios mientras dure el alto el fuego.
Sin embargo, la voluntad declarada de Benjamin Netanyahu de continuar la guerra tras la pausa no ha inyectado nada de optimismo en una población diezmada por los bombardeos y la escasez de agua, alimentos y combustible, un castigo colectivo que dura ya más de 46 días. Así lo explica Suha Abughazala Elnajjar, integrante del Movimiento de Mujeres Palestinas Alkarama e ingeniera de edificaciones de profesión. Suha vive en Sevilla desde que pidió protección internacional en 2019 y tiene a toda su familia y amigos en la Franja.
La tregua no sirve para solucionar problemas como la escasez de agua potable, alimentos, combustible, gas y electricidad, ni vamos a poder volver a nuestras casas, ni buscar a nuestros muertos entre los escombros.
“La tregua significa que Israel pospone nuestro asesinato cuatro días”. Suha asegura que este comentario es el más extendido entre su círculo más próximo, en las redes sociales y en las entrevistas que los medios de la zona hacen a la población gazatí. “Al principio pensaban que las familias desplazadas podrían volver a sus casas en la pausa de los bombardeos, al menos para ver como están. Pero ya saben que Israel ha prohibido volver al norte de la Franja y que el ejército israelí permanecerá en las calles con sus tanques. Están todos muy decepcionados con la tregua”. Y precisa que en las redes sociales reflejan su tristeza: “Qué pena, qué vergüenza, la tregua no sirve para nada”. Y lo que más les preocupa es el día a día: “La tregua no sirve para solucionar problemas como la escasez de agua potable, alimentos, combustible, gas y electricidad, ni vamos a poder volver a nuestras casas, ni buscar a nuestros muertos entre los escombros”.
Pero Suha, que tiene a sus tres hermanos, sus sobrinas, sus padres, a sus compañeros de trabajo y a sus amigos de toda la vida en la Franja, con los que habla cada vez que las comunicaciones se lo permiten, no pierde la esperanza de que la tregua sirva para negociar un alto el fuego duradero. “Ahora solo pedimos que pare el genocidio de nuestro pueblo, no importa quién venza o qué destruyeron en la Franja, ni si salen los presos palestinos de las cárceles israelíes, salvar la vida de los que quedan es más importante que todo”, explica Suha.
Esta mujer palestina, que vive en España con sus tres hijos de 20, 15 y 9 años, ha vivido varias guerras en Gaza hasta que decidió pedir asilo. En 2008, su vivienda fue destruida en un bombardeo israelí con fósforo blanco, material prohibido por las convenciones internacionales cuando se usa contra la población civil. Su vivienda actual ha vuelto a ser destruida en los primeros días de bombardeo en la ciudad de Gaza.
Al principio pensaban que las familias desplazadas podrían volver a sus casas en la pausa de los bombardeos, al menos para ver como están. Pero ya saben que Israel ha prohibido volver al norte de la Franja y que el ejército israelí permanecerá en las calles con sus tanques.
“Ahora que la ciudad de Gaza está ocupada, el ejército dispara con drones a las viviendas que aún quedan en pie. Recuerdo el sonido horrible del vuelo de estos aparatos, cuando los detectábamos nos escondíamos en el pasillo de mi casa, el único lugar aislado del exterior, porque las balas traspasan las ventanas y las paredes. Después nos encontrábamos las balas dentro de la casa”, explica Suha. “También recuerdo el sonido de los tanques, era tan fuerte que estaban a 500 metros de la casa, pero parecía que estaban debajo de las ventanas”. Suha comenta la angustia con la que ella y sus hijos están viviendo esta guerra. Teme por la seguridad de su familia y explica que desde el 7 de octubre no puede dormir y escucha los bombardeos en sus pesadillas. La mejor noticia que Suha puede recibir de su familia es que “todos están vivos”.
Seba, la hermana de Suha, de 41 años, tiene tres hijos de 16, 14 y 9 años, es contable de profesión pero no encuentra trabajo en la Franja. Ella escribe un diario que traduce su hermana Suha, para este periódico, desde el 7 de octubre, donde describe la situación que están viviendo:
“Soy Seba, vivo en la ciudad de Gaza en el barrio de Tal al hawa. Cuando comenzó el bombardeo lo más difícil fue ver el miedo en la cara de mis hijos y no poder darles tranquilidad ni promesa de seguridad. Hubo bombardeos cerca de nuestra casa, se rompieron todas las ventanas y puertas. No podíamos dormir por el susto. Desde el primer momento del día 7 sabíamos que eso sería cruel y horrible, yo pensaba que nos iban a matar a todos. No dormíamos, estábamos encerrados en nuestras casas. En la primera semana teníamos luz, agua, internet y combustible para los coches. Pero apenas podíamos salir para comprar pan y alimentos. Cuando los israelíes nos ordenaron irnos al sur —11 de octubre— tuvimos mucho debate en la casa de mis padres. Mi hermano mayor dijo que no quería irse, que estaba dispuesto a morir en su casa, pero finalmente lo convencimos para salir todos juntos. Salimos —día 13— de la ciudad de Gaza mis padres, mis hermanos, mis hijos y mi marido y dejamos atrás nuestras casas, nuestros muebles, nuestra ropa, nuestro barrio, sus tiendas y, sobre todo, nuestros recuerdos y fuimos a la casa de mi tío, el hermano de mi madre que vive en la ciudad de Deir Elbalah. Somos en total ocho familias viviendo en la casa de mi tío. Menos mal que tenemos la casa de mi tío porque la otra opción era irnos a vivir a las escuelas de la UNRWA con otras familias”.
Ahora solo pedimos que pare el genocidio de nuestro pueblo, no importa quién venza ni si salen los presos palestinos de las cárceles israelíes, salvar la vida de los que quedan es más importante que todo.
Israel lanzó en los primeros días sobre la Franja de Gaza tantas bombas como EE UU en un año en Afganistán. Según el ultimo informe de OCHA (Oficina de la ONU para la Coordinación de Asuntos Humanitarios), más de 1,7 millones de personas, de los 2,3 millones de la población total, se han desplazado de sus hogares, incluidas unas 900.000 personas refugiadas en las instalaciones de la UNRWA. La población se hacina, en la actualidad, en el 35% de un territorio que, antes de la invasión y los desplazamientos forzosos, ya tenía la densidad de población más grande del mundo. Hasta la fecha se cuenta más de 14.800 civiles muertos, 27.000 heridos y más de 3.000 de desaparecidos que están bajo los escombros de los edificios bombardeados según el Ministerio de Salud de Gaza.
“Los soldados israelíes están apostados con sus tanques en Salah Eldein, la carretera que recorre la Franja de norte a sur, a la altura de Elwadi al sur de la ciudad de Gaza. Allí hay un corredor de seis kilómetros por donde continúa desplazándose la población hacia el sur, andando, con las manos en alto, la tarjeta de identificación en la mano bien visible y una bandera blanca por grupo familiar. Mientras la gente pasa, los soldados repiten por megafonía que no pueden usar sus móviles, que no pueden llevar dinero y que si se les cae algo no pueden agacharse a recogerlo porque en ese caso dispararían”. Suha relata que por allí han pasado andando, bajo el sol, niños, mayores y enfermos y que los medios de comunicación no pueden grabar en esa zona de seis kilómetros que, algunas personas enfermas y con discapacidad física, han recorrido en carros tirados por sus propias familias. Es el corredor donde los israelíes han apresado a cientos de gazatíes después del reconocimiento facial por el que pasa todo desplazado. Por ello, decenas de familias intentan contactar con la Cruz Roja Internacional para conocer el paradero de sus familiares apresados.
Al miedo se le une el hambre. Seba, la hermana de Suha, abandonó la casa de su tío hace una semana y se desplazó, con su marido y la familia de este, a una casa abandonada con techo de asbesto a Rafah, al sur de la Franja. Desde allí escribe:
“Ahora hay poca comida en los supermercados, no hay agua potable y poca agua para otros usos. La ducha es un lujo. Echamos mucho de menos volver a vivir nuestra vida normal, sin miedo. Ahora salgo todos los días por la mañana a buscar comida en los supermercados, lo que sea. Tengo que darle de comer a mis hijos. Ellos son niños y no pueden aguantar ni aceptar esta situación. El agua está muy salada y contaminada. Los hombres salen para buscar el agua de gente que tienen un pozo por ejemplo. Estamos cansados del bombardeo continuo, de no poder dormir, de la contaminación del agua, de las enfermedades, de la falta de higiene y, sobre todo, de la preocupación por el futuro. No sabemos qué está pasando en la ciudad de Gaza con la invasión terrestre, ni se sabe si podremos volver algún día”.
Mientras la gente pasa, los soldados repiten por megafonía que no pueden usar sus móviles, que no pueden llevar dinero y que si se les cae algo no pueden agacharse a recogerlo porque en ese caso dispararían.
Suha, su hermana, comenta que le resulta inevitable acordarse de su familia cuando come un trozo de pan o bebe un vaso de agua. Hace tiempo que comenzaron las enfermedades debido a las malas condiciones del agua. “Cada vez que hablo con ellos hay un sobrino enfermo”. Y, en ese caso, no pueden ir a los hospitales porque están saturados y son un foco de infección, “se las arreglan con los farmacéuticos, ellos les venden las medicinas apropiadas”, añade. Para disimular el sabor del agua, explica que les ponen azúcar y limón e intentan beber mucho té. Suha asegura que mueren más mujeres y niños que hombres en los bombardeos, porque los hombres están todo el día en la calle buscando bidones de agua, alimentos y leña para hacer la comida. “Exactamente igual que lo hacían mis abuelos y mis bisabuelos, como si no hubiese pasado el tiempo”. Y añade que es un trabajo muy duro y, por eso, se necesitan muchos adultos en las familias que sean capaces de hacerlo para cuidar a niños y mayores.
“Hoy me comentaba mi hermana Seba que su marido y sus dos hijos mayores llevaban todo el día buscando capas de plástico duro para el techo porque la casa donde viven ahora se llenaba de agua. Los niños venían tan cansados que no tenían ganas ni de hablar”. Mientras tanto, la comida se reduce a arroz, carne enlatada, cuando la encuentran, y escasea la harina para hacer pan. Suha señala que la poca ayuda humanitaria que llega va a las instalaciones de la UNRWA donde se concentran miles de familias.
Un día después de los ataques de Hamás en suelo israelí donde murieron unas 1.300 personas y retuvieron a 240 israelíes, el Gobierno de Israel decretó un asedio total a la Franja de Gaza impidiendo la entrada de productos básicos como alimentos, medicinas, combustible y agua. Con 365 kilómetros cuadrados y 2,4 millones de habitantes, la Franja, cerrada a cal y canto desde 2005, depende totalmente de la ayuda humanitaria del exterior.
Suha Abughazala conoce muy bien la situación. Trabajó para la UNRWA durante dos años como ingeniera en el programa de reconstrucción de viviendas destruidas en los ataques israelíes de 2008, y nueve años como coordinadora de programas de protección internacional para la organización Acción contra el Hambre. Sostiene que la dependencia de la Franja es parte del objetivo de la ocupación: “Las plantas de tratamiento de agua en Gaza son muy simples e Israel no permite a las ONG construir nuevas plantas de tratamientos. No se aprueba ningún proyecto de infraestructura, ni de desarrollo permanente, solo proyectos de ayuda temporal, nada que implique desarrollo con el objeto de hacer depender a la Franja de la ayuda internacional. Por eso no tenemos plan B en una situación de guerra”.
Suha asegura que mueren más mujeres y niños que hombres en los bombardeos, porque los hombres están todo el día en la calle buscando bidones de agua, alimentos y leña para hacer la comida.
Antes del pasado 7 de octubre, más de 500 camiones entraban en Gaza diariamente con ayuda humanitaria para cubrir, a duras penas, las necesidades de la población. A partir de esta fecha, la ayuda dejó de entrar hasta casi dos semanas después cuando Israel permitió la entrada de una ayuda que suponía tan solo el 3% de las necesidades de la Franja. También se impuso el veto al combustible y la cantidad que entró en la Franja solo se podía utilizar para el traslado de la ayuda humanitaria y no para los hospitales ni para las plantas potabilizadoras de agua. Esta situación llevó a las autoridades sanitarias de Gaza a declarar el colapso total del sistema sanitario por falta de combustible para los generadores que producen electricidad, en una situación donde los heridos de los bombardeos se cuentan por decenas de miles.
Catherine Russell, jefa de la UNICEF denunciaba el 22 de noviembre pasado ante el Consejo de Seguridad de la ONU que la capacidad de producción de agua se había desplomado al 5% de su producción normal. Esto significa que, en estos momentos, cada persona vive en Gaza con tres litros de agua al día para beber, cocinar e higiene. Al mismo tiempo, el bombeo de agua, la desalinización y el tratamiento de aguas residuales han dejado de funcionar por falta de combustible y los servicios de saneamiento han colapsado. En esta situación, Suha se pregunta, en el mejor de los casos en que la guerra termine y la población pueda volver a sus casas, por dónde tendrían que empezar para rehacer sus vidas.
Abughazala se queja de la tibieza de la comunidad internacional ante los trágicos sucesos de Gaza. “Siempre pensamos que lo que ocurrió en el 48 era debido a la falta de testigos, pero en 2023 todo el mundo sabe lo que está ocurriendo en Gaza con la difusión de imágenes en los medios de comunicación y en las redes sociales”. Y termina explicando que para los gazatíes, que están viviendo un castigo colectivo ante los ojos de todo el mundo, resulta muy doloroso comprobar la discriminación que practican los medios de comunicación consumiendo horas dedicadas a los niños tomados como rehenes por Hamás y a sus familias, mientras el tratamiento de la tragedia de los gazatíes no está a la altura de los acontecimientos. Por eso, afirma con rotundidad que cualquier gesto de empatía con el pueblo palestino es muy importante. “Sabemos que ni las manifestaciones de la sociedad en la calle, ni los post en las redes sociales de apoyo a la lucha, ni los signos visibles como los pañuelos palestinos van a parar la guerra, pero ese calor llega a Gaza y se agradece mucho”.
Foto de portada por Pepa Suárez: Suha Abughazala habla por teléfono con su familia en Gaza.
Artículo publicado originalmente en El Salto bajo licencia CC BY-SA 3.0.
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