Un análisis del narco-estado y militarización en Ecuador

La vida —de lxs de abajo— le estorba al capital en todo el mundo.

La guerra contra los pueblos ha sido histórica, sobre todo para los territorios que hemos sido colonizados, una guerra que ahora está declarada de forma más clara o que quizá el encarnar y habitar “lo diferente” nos transforma ya no solo en sospechosxs, sino en objetivos militares. Y sin hacerle juego a la narrativa del narco-estado, creemos que es necesario que nos posicionemos en el lugar que estamos. Claro que es una guerra, no entre nosotrxs, sino de lxs de arriba -lxs de siempre- hacia lxs de abajo; desde ahí hablamos.

Para poder comprender porqués y cómo de lo que se ha visto sobre lo que sucede en este territorio que llaman Ecuador, nos ubicaremos en los años 2002-2003 ―después de la dolarización― para mirar la mafiosidad del Estado, pues es ahí cuando empieza a crecer el lavado de dinero de las economías “ilegales”, al no necesitar cambiar la moneda. Ya que el dinero que se generaba en el negocio de la droga, que era en dólares, fue más fácil de ingresar y así terminar en el sistema financiero ecuatoriano; exportador, importador, agroexportador, quienes son en realidad los beneficiarios de esta guerra porque es donde está el dinero.

A partir de eso, y por motivo de otras diferentes circunstancias, las bandas delincuenciales se van haciendo más y más grandes, aunque siguen siendo bandas delincuenciales periféricas en comparación a lo que eran los cárteles de los años 80, 90, o lo que son hasta ahora en México.

Es importante mencionar que no son cárteles, sino bandas criminales, sobre todo apegadas al transporte de la droga. Es decir, no son productores, no cocinan droga, lo que hacen es transportarla. Por eso, son bandas más o menos periféricas que entre los sectores populares ―que son completamente marginados― con el tiempo van incrementando su base social; adolescentes desde los 13, 14 años que no han tenido otra perspectiva de futuro, a quienes se les ha negado la posibilidad de soñar otros horizontes y que encuentran en las bandas la única forma de incluirse en algo, ser alguien y lograr tener recursos para poder comer y sobrevivir.

A esto se suman los contextos territoriales; los cambios de gobierno, los cambios de estructura de poder, en el fondo propiciadas por disputas entre los grupos económicos, que hacen uso directo (manejo) o indirecto (alianza) de las bandas. Al final resultando esto en el manejo de la violencia como mecanismo político para permitir la construcción de una corporación mafiosa en donde lo legal (estatal) y lo ilegal (paraestatal) funcionan de forma compaginada, permeando todo, creando mafias institucionales, incluidas también las estructuras de la policía y Fuerzas Armadas, ejército, marina, etc.

Entonces, este escenario se ha ido configurando paulatinamente desde antes, y se empieza a manifestar de forma más latente a partir del 2020, 2021, haciendo que vivamos una ola de violencia que sólo sigue creciendo rápidamente en el país. ¿Por qué sale a la superficie de forma tan cruenta?, para intentar descomponer la forma de la brutalidad, no podemos no mirar lo que pasó en Octubre del 2019 ―ese estallido― el levantamiento indígena y popular, que contó con la  presencia de varios sectores del movimiento social como estudiantes, mujeres, las barriadas, entre muchos otros, con una potencia no vista desde hace años ya, en un momento en que se pensaba que las insurrecciones populares no eran posibles gracias al avance neoliberal y represor.

Este evento fue algo que las élites, las oligarquías y los grandes grupos de poder no tenían previsto (y cabe mencionar que tampoco los sectores populares). Y, aunque en un inicio todo iba surgiendo de manera espontánea, en cierto momento ―principalmente por la fuerza del movimiento indígena― pudo tomar un rumbo y más potencia, mostrando que existe la posibilidad de organización popular desde todos estos sectores. Y obviamente, cuando las fuerzas populares empezaron a organizarse, las élites se asustaron.

Sabemos que una forma de control es la violencia y el narcotráfico, las élites mundiales ya han hecho esto en otros territorios donde a medida que la organización popular de base iba tomando forma y avanzando, el fortalecimiento de un narco-estado y la “guerra contra las drogas” también empezaba a surgir como herramienta contrainsurgente; tenemos espejos claros como Colombia y México.

“La situación de tomar pueblos como enemigos es consecuencia de la cuarta guerra mundial, que busca despojar territorios para repoblarlos y reutilizar dicho territorio en función de ese modo de acumulación por despojo. Pero esta actividad ya nos coloca en otro lugar, el de los nuevos modelos de los Estados del Sur: policiales, mafiosos y criminales”[1]

Modelos que fueron configurados también desde las fuerzas institucionalizadas, sean de izquierda o derecha, progresistas o neoliberales, ya que, al final, siempre han utilizado la fuerza del Estado para fortalecer el despojo y criminalizar al pueblo empobrecido como orden social, porque esto ha garantizado su continuidad en el poder y a su vez, también el de las élites. Esta ola de violencia tiene que ver con una respuesta de esas élites a la organización popular y eso ha permitido que lleguemos hasta este límite; que nos hagan tener tanto miedo hasta que nos inmovilicemos.

Así, una serie de medidas antipopulares como la subida del IVA, la firma del TLC con China, el acuerdo militar con Estados Unidos ―del que poco se habla―, y otras cosas, pueden pasar tranquilamente porque no hay una respuesta popular amplia. Esto no porque no se quiera, sino porque no se sabe cómo hacerlo, frente a un narco-estado que ha aumentado su fuerza de represión, de aislamiento y de criminalización. Seguramente a medida de lo que va pasando, algunas soluciones y perspectivas se verán, pero por el momento la situación está así, parece que no hemos salido del shock todavía, pues ha sido un golpe que nunca nos habían dado ―a esta magnitud― pero que ya lo veíamos venir y eso nos permite no abandonar la organización como la posibilidad de otros mundos.

Es importante mencionar que esto no significa que los sectores populares y sectores del movimiento indígena estemos detenidxs y no hagamos nada. No. Sabemos que el camino es la organización, por ejemplo, es una realidad que en los sectores donde está el movimiento indígena es donde menos violencia hay debido a todo el control territorial y la lógica de organización comunitaria que existe. Lo peligroso ahora es que, con la militarización, estas fuerzas represoras pueden meterse en estos territorios y detener cualquier tipo de organización y movilización ya sea ahora o en el futuro. No las mafias, porque el movimiento indígena ha sabido con organización y control territorial y comunitario detener su entrada, pero a esta forma del Estado es más difícil.

La presencia del Estado siempre ha sido una presencia militar

Esta lógica de militarización ya la hemos estado viviendo, por lo menos en los barrios periféricos de Guayaquil, Quito y Esmeraldas que son los lugares más afectados. ¿Cómo se implanta la militarización? El Estado empobrece y precariza para así darle paso al crecimiento de las bandas; con ello, con su cara ilegal, provoca mucha violencia y terror, con lo cual la población que aún no había sido consumida o cooptada por la lógica de las bandas criminales es desplazada; y con ello, justifica la entrada violenta y con todo el aval de las Fuerzas Armadas o policiales para controlar y sitiar los territorios, con el objetivo de viabilizar que se concreten los objetivos empresariales ―de todo tipo―  de lucro y despojo.  Y finalmente monta un show mediático que pone en el centro la narrativa de “más balas, más seguridad” y bombardea a la población con mensajes que terminan siendo aceptados debido al miedo generalizado.

Por ejemplo, Esmeraldas es una provincia de mayor población negra y es la más afectada por las mafias. No solo por el racismo estructural histórico, sino también por el hecho de tener geográficamente puertos en el Pacífico y ser uno de los territorios limítrofes que tienen conexión con Colombia por la frontera. También es un territorio que tiene minerales y grandes extensiones de tierras, mismas que las élites quieren y necesitan. Por eso, provocan que las personas se desplacen, vendan esa tierra a precio de gallina enferma y al final las grandes empresas terminen haciendo lugares para el monocultivo palmícora principalmente. Además, está la lógica del turismo, porque al ser una zona donde hay presencia de playas costeras, las grandes empresas turísticas quieren apropiarse de ellas para construir sus grandes emporios turísticos con ayuda de los militares, de la policía y del narco-estado; ingresan ahí y se plantan. Esmeraldas siempre ha sido uno de los territorios más golpeados.

En los sectores urbanos ―también marginales― donde la lógica del terror se va sintiendo, mucha gente está de acuerdo con lo que está pasando y eso es lo peligroso: la militarización, la fascistización de la sociedad, el hecho de que se pueda humillar, torturar, disparar o matar al otro sin cargo ni inventario; donde casi siempre los hombres jóvenes racializados son la carne de cañón. Al mismo tiempo, esta violencia estructurada desde arriba, recae principalmente sobre las mujeres y el cuidado de la vida. No es aislado el hecho de que el número de feminicidios haya incrementado, sobre todo cuando más de la mitad de esos asesinatos fueron en contexto de crimen organizado, tampoco es aislada la cantidad de niñxs desaparecidxs. Esta guerra, que claramente tiene un carácter patriarcal, se ensaña con todo lo que consideran inferior, con esas vidas que pueden ser tomadas.

La lógica de la militarización no sólo es un problema ecuatoriano, no somos un caso aislado, es una lógica geopolítica. Nosotrxs creemos que en todos los distintos territorios nos están empujando al camino de sociedades militarizadas para generar control, porque hay mucha gente y pocos recursos, obviamente bajo las lógicas del capital extractivo y patriarcal lo que quieren es acaparamiento de recursos, concentrarlo todo a través de la violencia y brutalidad. Las personas ―de abajo― les estorbamos y obviamente necesitan exterminarnos; ese es su proyecto.

Los únicos beneficiarios de esta guerra son los grandes capitales, el sector banquero, las grandes mineras, las grandes empresas de extractivismo turístico, incluso los grandes centros comerciales para la extracción urbana; lxs de arriba.

Aquí en el Ecuador la presencia militar siempre ha existido. De alguna forma en todas las comunidades ha existido. Ha sido la presencia natural del Estado, no es que haya estado ausente, su presencia siempre ha sido militar. La diferencia ahora es que viene con una presencia de control mucho más fuerte.

El hecho preocupante, como dijimos antes, es que la gente aprueba esto, incluso algunos que dicen pertenecer a la izquierda o al movimiento social. El miedo ante la violencia es real y esta estrategia ―que provocó ese miedo― le funcionó tan bien al mal gobierno y al narco-estado, que ha ganado legitimidad desde este “plan de seguridad”. En uno de los últimos reportes de las Fuerzas Armadas, señalaron que como resultado tenían 5804 detenidos, 237 por “terrorismo”, ¿quiénes son?, ¿alguien los está buscando?, ¿en qué situación están? Este último tiempo hemos visto la brutalidad de los militares, videos grabados por ellos mismos, humillando y torturando a jóvenes racializados. Eso es solo lo que vemos, ¿y lo que no?, ¿a cuántos jóvenes nos están arrancando?...

Sabemos de algunos casos ―desde la narrativa de las familias― que han denunciado tortura dentro de las cárceles, personas a las que se les quitó la comida, agua y cualquier posibilidad de comunicación, incluso han denunciado posibles asesinatos de personas en prisión a punta de tortura. Y a esto se suman las denuncias de los casos de ejecución extrajudicial en las calles y barrios, jóvenes que ante el ojo militar eran “terroristas”. Muchxs muertxs que no están siendo contadxs, pero que funcionan para el negocio. Desde el movimiento social lo que no podemos hacer es distinguir o dividir a uno de los otros, la vida no vale más o menos si una persona lleva o no tatuajes[2]. La vida no vale más o menos si a un joven lo asesinaron por estar preso y a otro por “error” de los militares. El punto es que este narco-estado no puede ni debe quitarnos la vida así, a nadie. Y si llegamos a pensar que hay un pueblo empobrecido bueno (que merece vivir) y un pueblo empobrecido malo (que merece morir) somos exactamente iguales ―en mentalidad― a lxs de arriba y, de hecho, ayudamos en su plan de exterminio.

En ese discurso de un “nuevo Ecuador” en el cual todxs debemos juntarnos y arrimar los hombros para vencer al terrorismo, nosotrxs no entramos. Nos usan, sí, sobre todo cuando se trata de reformas económicas, pero no entramos. En ese “nuevo Ecuador” donde las fuerzas de la derecha más o menos liberales, centro, “izquierda”, progresismos, sí logran encontrar comunes en pro de la seguridad, nuestras vidas no tienen cabida.

“Entonces, pues no se ve que va a mejorar.  Lo sabemos que se va a poner peor.  Y que, como quiera, tenemos que cruzar la tormenta y llegar al otro lado.  Sobrevivir”, esto dijeron lxs compas zapatistas no hace mucho, refiriéndose a su lectura ante el proyecto de muerte en el mundo y es así, este panorama no va a cambiar mucho de aquí en varios años, puede empeorar, y no es una mirada pesimista, sino que necesitamos tener la claridad de lo que ahora para unxs significa un “triunfo del plan de seguridad”, para otrxs en un mediano y largo plazo significa más muerte. Y por eso mismo debemos reforzar la organización comunitaria, en los lugares que estemos ir sembrando, política y conscientemente, vida.


[1] Zibechi, R. & Machado, D. (2022). El Estado realmente existente. Del Estado de bienestar al Estado para el despojo. Editorial Alectrión

[2] Los operativos se han basado en perfilar a las personas bajo la identificación de tatuajes que se aducen como símbolo de las bandas declaradas como terroristas o como objetivo militar. Generando miedo y estigma.

Artículo publicado originalmente en Desde el Margen. Foto de portada: AFP ©.