El dolor de la gente yazidí según la experiencia de una psicóloga

Berivan Zinzal ha hablado con ANF sobre su trabajo y sus emotivas visitas a los yazidíes que se marcharon a los campos del Kurdistán.

Han pasado cuatro años desde la masacre llevada a cabo por los mercenarios del Daesh contra el pueblo yazidí en Shengal. Desde entonces, los supervivientes se han establecido en muchos campamentos de Bashur (sur del Kurdistán, en el norte de Irak) tratando de hacer frente al sufrimiento y el trauma que han experimentado.

La psicóloga kurda Berivan Zinzal visitó a los niños y la gente yazidí en estos campos en numerosas ocasiones, y ahora ha hablado con ANF sobre sus sentimientos y experiencia.

Berivan Zinzal ha explicado cómo decidió visitar a la gente yazidí en los campamentos de Bashur y luego ofrecerles terapia y apoyo psicológico.

“Comenzó con una llamada de mi amiga una noche en que me dijo: ‘Berivan, no puedo dormir, vi a un niño en el campamento. Ven aquí por favor’. Mi amiga me envió el vídeo de este niño que había ‘visto’ y ya no pude dormir. El niño tenía 5 años. Había sido secuestrado por el Daesh cuando tenía dos años y medio, y había sido entrenado durante los siguientes dos años y medio. Era agresivo, estaba enojado y no hablaba otro idioma que no fuera el árabe; se había olvidado del kurdo y no podía comunicarse con su madre.

Cuando veía un juguete, una muñeca, gritaba ‘Allah-u Akbar’, y entonces arrancaba la cabeza del cuerpo del juguete.

Nuestro propósito era ver al niño de cerca y tratar de llevarlo a un proceso de sanación y normalización.

Si no hubiera ido, me habría enfrentado a remordimientos de por vida”.

Berivan Zinzal continúa:

“Estaba avergonzada por lo que llevaba puesto cuando entré en el campamento; era invierno, hacía frío, y me avergonzaba del abrigo que llevaba puesto. Así que me lo quité antes de salir del coche porque pensé que tenía que ser uno de ellos si quería desarrollar una relación sana e íntima y ser admitida en su círculo.

Quisieron ver algunos documentos que probaran que era psicóloga. No hablaban con nadie que llegara al campamento, habían perdido la confianza en la gente debido a los traumas que soportaban.

Incluso pensaron que podría ser una terrorista suicida. Logré ganarme su confianza y lo primero que me llamó la atención fue que, aparte de las ropas negras y marrones, las chicas jóvenes no usaban ningún otro color. Era imposible ver su cabello.

Pregunté a qué se debía y obtuve esta respuesta: “Berivan, este es nuestro luto. Cuando perdemos a un pariente cercano, cubrimos nuestro cabello, usamos ropa oscura. Por favor, no percibáis esto como un legado que tenemos del Daesh, así es como nos lamentamos”.

Además de esto, casi todos los niños tenían una foto colgada al cuello a modo de collar. Eran fotos de hombres. Eran las fotos de sus padres, de sus hermanos.

Otra cosa que me sorprendió y la que más me afectó fue que la mayoría de las mujeres tenían cortes en las muñecas. Algunos de los cortes seguían abiertos e inflamados; lamento tener que decir que algunas de estas mujeres habían probado este método de suicidio en varias ocasiones. Porque fueron vendidas repetidamente en los mercados de esclavos y sometidas a violaciones colectivas''.

Berivan Zinzal también ha comentado:

“Había unas 17.000 personas en el campamento y la mayoría eran mujeres y niños. El sitio donde pasé la mayor parte de mi tiempo consistía en una pequeña ciudad de unas 16 o 17 carpas, justo al lado del campamento donde había un hombre solo, sin contar a los niños.

Él era un luchador peshmerga que vivía en el pueblo de Solax en Shengal. Dos días antes del genocidio, había ido a Zakho. Estaba casado con la hija de su tío. La pareja había tenido tres hijas. Se reencontraron dos años más tarde, pero su esposa no podía aceptar la magnitud de lo que le había sucedido. Había sido vendida en numerosas ocasiones. No importaba cómo intentara lidiar con aquellos acontecimientos, ni siquiera hablaba. Hicimos un duro trabajo y finalmente obtuvimos algunos resultados después de nuestra cuarta sesión. Me conmovió mucho descubrir que tenía bebés gemelos en mi segundo viaje al campamento. Amo a estos mellizos como mis mellizos Zin y Zal.

Las almas de estas personas han sido profundamente dañadas. Sienten inseguridad, miedo, tienen problemas para dormir y se muestran escépticas. Necesitan recibir atención por parte expertos.

Sí, lo que sucedió no puede aceptarse, pero debe haber una ventana abierta a la esperanza de que haya otros colores.

Me gustaría subrayar que no es necesario ser médico para ir a visitar estos campamentos. Tu conciencia y tu amor son suficiente ofrecimiento para esos niños y mujeres”.

“Acompañé a algunas familias en las visita a sus familiares y pude conocer varios campamentos diferentes”, ha explicado Zinzal. “Cuando se juntaron, lloraron durante al menos media hora y hablaron sobre lo que habían pasado. Fui testigo de las mismas situaciones y emociones en los diversos campos, una vez más experimenté en persona que el dolor era el mismo en todas partes y que no se aliviaba con el tiempo. El único lugar diferente era Shengal.

Cuando fui a Shengal, experimenté un gran temor y dolor. La gente decía que lo que sucedió en 2014 podría volver a repetirse e incluso mantenían vigilia en el campamento. Nos habían advertido que no fuéramos allí, que no era seguro. Sin embargo, una mujer muy vieja quería ver Shengal una vez más antes de morir, y fue su insistencia lo que nos persuadió”.

Zinzal ha contado lo siguiente sobre su comunicación con los niños y las dificultades a las que se enfrentó:

“A pesar del hecho de que fue un solo niño el que me hizo ir hasta allí, la mayoría de ellos en el campo sufrían el mismo trauma. Todos tenían rastros del Daesh y ninguno era consciente. Según ellos, eran libres de cometer actos de violencia contra cualquier persona, lo que acarreaba violentas peleas e incluso lesiones dentro del propio campamento. Mientras trataba de comunicarme con el niño que había visto en el video, me atacó. Mis esfuerzos por calmarlo permanecieron inconclusos y finalmente me mordió el brazo dejándome una cicatriz.

Al principio, los niños no respondían. Entonces canté canciones y toqué el erbane (un instrumento de percusión tradicional), e hice obras de teatro. En el transcurso del tiempo, comenzaron a acompañarme y finalmente los vi felices de hacerlo. Estábamos haciendo collares y aretes con las cuentas que había llevado allí, estaba cortando sus uñas, peinando sus cabellos. Separé una habitación para que jugaran cuando el clima fuera cálido o frío. Llené el espacio con juguetes que habíamos recogido en un evento en Estambul.

Fue más fácil para mí ponerme en contacto con las chicas, ya que los chicos eran más agresivos. La razón es que las niñas habían sido enviadas a cursos de Corán mientras que los niños habían sido entrenados bárbaramente y esta capacitación, me temo, incluía ignorar y lastimar a las chicas. Los muchachos me tiraban repetidamente del pelo, diciendo que era un pecado no taparme la cabeza. Cuando trataba de contarles cosas, reaccionaban aún más porque la mayoría de ellos no entendía el kurdo. Con el tiempo, resolvimos muchos problemas y obtuvimos buenos resultados.

Antes de ponerme en contacto con los niños, estuve hablando con sus madres para obtener información detallada con la que poder preparar una hoja de ruta en consecuencia. Saber lo que habían pasado y qué problemas estaban viviendo hizo que mi comunicación con ellos fuera más fácil y me ayudó a trabajar mejor”.

La psicóloga kurda Berivan Zinzal ha terminado su relato con estas palabras:

“La segunda vez que fui al campamento, tuve la oportunidad de conocer a un director de Suecia. Después de una conversación, me dijo que quería seguir nuestros trabajos y sugirió colocar cámaras en todas partes para hacer un documental de nuestras sesiones de terapia. En el futuro, tendréis la oportunidad de ver la mayoría de estas cosas de las que os he hablado. Aún así, ver las cosas no es lo mismo que estar allí dentro con ellas. Mi regreso fue bastante difícil. Existe una percepción general de que los psicólogos deben ser fuertes. Sin embargo, ser psicólogo no significa estar desprovisto de sentimientos. Hubo momentos en que no comí ni dormí durante días. Los escuchaba en silencio para mantenerlos en marcha, pero después me iba a menudo a un lado y lloraba a todo pulmón.

Más tarde sentí que éramos una gran familia, cocinando y riendo juntos, confiando los unos en los otros. El día de la madre, me regalaron una de sus prendas tradicionales diciendo que yo era hija suya. Ese fue un momento que no olvidaré en mi vida. Me alegro de haber ido allí, de haberlos visto y haber tocado sus heridas aún abiertas y sangrantes. Por favor, ve allí. Gente con un gran corazón te estará esperando. Ve allí y ve cómo una sonrisa tuya se convierte en una felicidad enorme y única a cambio”.