Sueños dentro de las derrotas: la búsqueda kurda de sentido

El Movimiento Kurdo de Liberación ha encontrado formas de incorporar las derrotas, los reveses y las pérdidas a su mitología, ideología y praxis.

Muchos de nosotros estamos familiarizados con la sentencia, atribuida a Antonio Gramsci, de que los socialistas deben estar poseídos por “el pesimismo del intelecto y el optimismo de la voluntad”. En su contexto original, en una carta desde prisión, escrita a un camarada anarquista al que acusa de reivindicar de forma simplista pequeñas victorias, el militante e intelectual italiano llega a opinar: “Mi propio estado de ánimo sintetiza estos dos sentimientos y los trasciende; como nunca me hago ilusiones, rara vez me decepciono. Siempre he estado armado de una paciencia ilimitada; no de una paciencia pasiva e inerte, sino de una paciencia aliada con la perseverancia”.

Como sugiere esta “síntesis” típicamente dialéctica, Gramsci no está trazando un simple contraste ni sugiriendo que los comunistas deban seguir organizándose hacia la revolución en ciega ignorancia de la realidad. Más bien, es su propio pesimismo el que le prepara para la larga lucha que tiene por delante. Del mismo modo, el Movimiento Kurdo de Liberación ha encontrado formas de incorporar las derrotas, los reveses y las pérdidas a su mitología, ideología y praxis. En lugar de ignorar o descartar las derrotas, los representantes del movimiento también las sintetizan en un audaz relato de todo lo que pueden ganar, respaldado por un análisis ciertamente pesimista de las circunstancias materiales en las que se ven obligados a actuar en la actualidad.

La probable victoria del presidente Recep Tayyip Erdogan en la próxima segunda vuelta de las elecciones en Turquía no es, ni mucho menos, el mayor golpe al que se ha enfrentado el movimiento kurdo en su larga historia. No obstante, los organizadores y observadores de la campaña informaban de un ambiente amargo al día siguiente de la primera vuelta de las elecciones. Acosado por las detenciones masivas, la prohibición de su principal partido político legal y un entorno mediático extraordinariamente hostil que les deja a merced de la retórica virulentamente nacionalista de otros candidatos, el bloque pro-kurdo mantuvo su posición como tercera fuerza en el Parlamento, pero no logró los avances esperados. Y lo que es más grave: el único contrincante serio de Erdogan, Kemal Kiliçdaroğlu, no pudo derrotar directamente al presidente a pesar del apoyo del bloque kurdo, lo que dejó a ambos candidatos apelando a la derecha dura, de cara a la segunda vuelta electoral del 28 de mayo, con Erdogan como vencedor casi seguro.

Por un lado, los participantes en la campaña electoral en el Kurdistán septentrional (Bakur, sureste de Turquía) informaron de que las elecciones se entienden como parte de una “lucha a vida o muerte”, y describen “desesperación y angustia” cuando se filtran los resultados y Erdogan obtiene más votos de lo que pronosticaban las encuestas. Por otro lado, el resultado se describe como “no tan sorprendente”, y los organizadores políticos kurdos planean fiestas de victoria y, al mismo tiempo, planes de contingencia. Por supuesto, el movimiento kurdo está bien acostumbrado a reconocer las limitaciones de la política institucional, incluso cuando lucha por la representación y la participación dentro de estas instituciones. Pero la misma contradicción aparente está presente en la respuesta kurda a pérdidas aún más graves.

Al responder a las operaciones militares turcas contra los intentos dirigidos por los kurdos de establecer una autonomía democrática dentro y fuera de las fronteras de Turquía, el movimiento articula deliberadamente las crisis a las que se enfrenta en términos existenciales. En parte, se trata de una estrategia eficaz para organizar una “guerra popular” al estilo guerrillero contra un adversario tecnológicamente superior. Los representantes de la Administración Autónoma del Norte y Este de Siria (AANES), dirigida por los kurdos, utilizan una retórica exacerbada para describir la limpieza étnica no sistemática que ha provocado que la población kurda de Afrin (Efrîn) haya pasado del 97% a menos de un tercio, mientras Turquía instala milicias principalmente árabes y turcomanas en su lugar a lo largo de la frontera turca, y encarcela, acosa y maltrata a la población kurda restante.

Los líderes políticos regionales describen lo que está ocurriendo en Afrin como “şerê hebûn û nebûnê” (guerra de existencia o no existencia), o a veces más simplemente como “genocidio”. Si se cree que la región no ha sido testigo de un número suficiente de asesinatos sistemáticos de kurdos como para calificarlos de genocidio, entonces quizá bastaría con un término como “limpieza étnica”. Sin embargo, esto no significa que el conflicto no sea vivido por sus víctimas kurdas de una manera existencial, como una lucha no sólo por la tierra o el derecho a la gobernanza, sino por una idea política y una forma de vida inextricablemente ligada a una identidad étnica particular.

Vivir en Afrin no es necesariamente una sentencia de muerte para un kurdo: algunos colaboradores corruptos, además de los ancianos y los indigentes, aguantan. Por el contrario, cualquiera sospechoso de defender sus derechos colaborando con las AANES o sus alas militares en las YPG (Unidades de Protección Popular), las YPJ (Unidades de Protección de las Mujeres) o las FDS (Fuerzas Democráticas Sirias) -ya sea kurdo, árabe o yazidí-, puede esperar desaparecer en uno de los lugares oscuros de la región. El movimiento kurdo tiene toda la razón al afirmar que Turquía no sólo se opone a la autodeterminación kurda, sino al programa político más amplio de federalismo que se está ensayando en su frontera sur. El movimiento debe apelar a este sentido de todo o nada para justificar su creencia profética en su propio destino como respuesta a la violencia totalizadora del Estado, y los correspondientes sacrificios totales que exige a sus leales.

Pero este enfoque, que permite actos de valor extraordinarios, tiene un coste adicional. Si a la gente se le dice que una guerra es por su propia existencia, y luego esa guerra se pierde, surge la pregunta de cómo es posible que puedan soportar la derrota. En campaña, como durante las operaciones militares turcas contra la AANES, es más fácil experimentar embriagadoras sensaciones de camaradería, valiente desafío y noble sacrificio. Pero llega un día después, cuando la guerra está perdida y aún no han caído las ansiadas bombas sobre el propio búnker o casa, y se reanudan las luchas internas y las recriminaciones. Esta energía dinámica, de todo o nada, puede mantenerse durante una batalla, una semana, un año, pero en un momento dado debe desaparecer para ser sustituida por una curiosa sensación de vacío.

Al llegar a Rojava en las semanas posteriores a la invasión y ocupación turca de Afrin, me sorprendió inmediatamente la brecha entre la sensación de derrota existencial que había anticipado y la realidad de una organización continua y frenética, no solo en el frente militar, sino en diversos ámbitos económicos, políticos y culturales. Del mismo modo, tras la posterior ocupación de Serêkaniyê y Girê Sipî, los periodistas occidentales atravesaron la frontera, temiendo una toma del poder por parte del régimen de Bashar Al Assad, deteniéndose únicamente para publicar llorosos artículos de opinión que anunciaban la muerte de la revolución. En realidad, nada cambió sobre el terreno en cuanto al control político y de seguridad de las AANES en el interior del norte de Siria. Y una vez más, a pesar de la “angustia” en Turquía, no se tiene la sensación de que la probable pérdida electoral deba estar marcada por una pérdida de esperanza: “Quizá no fuimos demasiado pragmáticos ni nos fijamos demasiado en los resultados. Y hemos sufrido una pérdida cuantitativa. Pero hemos hecho nuestra parte para el desarrollo de la democracia en Turquía. Todavía hay esperanza y una segunda oportunidad para el cambio de régimen”.

Como en la “síntesis” de Gramsci, esta capacidad de experimentar una esperanza cualitativa a pesar de la derrota cuantitativa está marcada menos por la disonancia cognitiva que por la capacidad negativa: la capacidad de mantener contradicciones mentales, aceptar “incertidumbres, misterios y dudas”, y encontrar así verdades que superan la mera razón. Los ideólogos del movimiento kurdo también valoran la capacidad de pensar y operar políticamente a través y más allá de las “contradicciones”, una palabra que se repite en casi todas las páginas de los escritos del líder kurdo encarcelado Abdullah Öcalan.

En este aspecto, tanto el análisis de Öcalan de la historia mundial como la comprensión del movimiento de su propia historia política, recuerdan la obra del loco y brillante intelectual marxista Ernst Bloch. Escribiendo como exiliado judío a la sombra de la Segunda Guerra Mundial, Bloch sostiene que el marxismo posee corrientes tanto “cálidas” como “frías”, ya que Karl Marx no sólo instituyó la ciencia del materialismo histórico y demostró así la inevitabilidad lógica del comunismo, sino que también liberó una corriente de esperanza utópica. La tarea de Marx es, por un lado, “desenmascarar las ideologías y desencantar la ilusión metafísica” y, por otro, desatar una “intención liberadora y… un fuerte llamamiento al ser humano degradado, esclavizado, abandonado, menospreciado”, instigando lo que, paradójicamente, puede definirse como la nueva ideología metafísica por excelencia. El río caliente desemboca en el frío y viceversa, la dialéctica fría instiga el calor blanco de la revolución.

El movimiento kurdo habla asimismo de “dos ríos” que corren a través de la historia, con la corriente oculta y potente de una sociedad civil reprimida y democrática cada vez más sumergida bajo la marea del poder estatal. Como ocurre con la teleología de Bloch, este relato sigue siendo ambiguo y abierto a la interpretación: ¿estamos escogiendo breves momentos de esperanza de una historia de derrota y represión continuas, o reconociendo la dialéctica marxista más sutil del progreso a través de estas derrotas, en lugar de a pesar de ellas? Aunque Rojava se representa a veces en términos aislados como la Comuna de París anarquista, o como una irrupción inesperada y fugaz de esperanza, como se ha sugerido anteriormente el proyecto merece la seriedad de las críticas que lo contextualizan como un complejo terreno a largo plazo de “contradicciones”, entre minorías y Estados-nación chovinistas, mujeres y ancianos patriarcales, y pueblos empobrecidos y economías centralizadas.

Aunque su relato es el más radicalmente transformador, Bloch fue sólo uno de los muchos escritores -Albert Camus, Theodor Adorno, Gabriel Marcel- que, escribiendo tras la Segunda Guerra Mundial, fueron capaces de derivar varios llamamientos a la acción política a través de análisis materiales pesimistas. Lo que Bloch tiene en común con el propio enfoque del movimiento kurdo es su capacidad para reconocer el extraordinario potencial liberador de los análisis dialécticos de la política y la historia. Incluso cuando el movimiento describe sus pruebas en términos existenciales, de todo o nada, se está equipando para la trascendencia de estas pruebas.

Este proceso encuentra su máxima expresión en la cultura martirial secular del ala militante del movimiento. A diferencia de la cultura del martirio entre los grupos islamistas, existe una oposición estricta a la búsqueda activa del martirio, y el movimiento kurdo no despliega tácticamente terroristas suicidas en combate. Pero cuando se alcanza ese punto terminal, y un combatiente cae en combate o se sacrifica para salvar a sus camaradas, se le coloca inmediatamente entre un panteón de héroes, liberado del proceso de navegar por contradicciones personales o políticas, al tiempo que se le celebra y conmemora no por su muerte, sino por su vida y su lucha. El movimiento kurdo por la libertad no niega estas muertes más que sus derrotas.

Otro intelectual judío menos utópico, Walter Benjamin, abogó por la “organización política del pesimismo”. En un lenguaje que recuerda la crítica de Gramsci, condena el “optimismo diletante y sin principios” de la socialdemocracia, reconociendo el potencial liberador del surrealismo como crítica y deshaciendo el concepto de un proceso lineal, pero argumentando que esta cualidad transformadora y mercurial debe ajustarse a una “respuesta comunista” organizada. Si el movimiento kurdo tuviera que ser claramente optimista, sugeriría que todo ha ido bien hasta ahora, o que los actuales modos de participación política en Turquía y más allá bastarán para la victoria. Más bien, lo que se espera y se espera es su crítica radical y su liquidación, con pleno conocimiento de lo que ha costado hasta ahora la persecución de este fin. Un movimiento que identifica la vida en el momento de la muerte es muy capaz de “sintetizar” la derrota admitida en las urnas, en las barricadas o en el frente en su propia paciencia dinámica, organizada y militante.

FUENTE: Matt Broomfield / The Kurdish Center for Studies / Traducción y edición: Kurdistán América Latina