Irun, el cerrojo migratorio de Francia
Los controles policiales en las inmediaciones del río Bidasoa fortifican con inseguridad y muerte la frontera.
Los controles policiales en las inmediaciones del río Bidasoa fortifican con inseguridad y muerte la frontera.
En menos de un año, cuatro personas han muerto ahogadas en el Bidasoa, otra se suicidó en Irun y tres más han fallecido arrolladas por un tren en el lado francés. Todos son migrantes llegados desde países subsaharianos que en su tránsito hacia Francia se topan, de nuevo, con una mortal frontera. Aquellos que recorrieron el continente africano, malvivieron en países que no era el suyo y surcaron el océano en una pequeña patera nunca pensaron que, una vez en Europa, la muerte podría volver a ser una opción.
En la plaza San Juan de Irun, frente al Ayuntamiento y bajo una pequeña estructura que hace de refugio, 15 migrantes se agolpan en torno a una mesa de camping. Frente a ellos, Ion Aranguren, miembro de Irungo Harrera Sarea, les explica los próximos pasos que deberán seguir en su camino a otros países europeos, en su mayoría a Francia. Mamady e Ibrahim son dos jóvenes de poco más de 20 años que hace unos meses llegaron a España en patera. Ahora, les esperan sus familiares en Francia, pero desconocían que, aún dentro de Europa, sería tan complicado avanzar hasta su destino.
Desde el año 2015, las fronteras francesas han sufrido una fuerte militarización derivada de la alerta antiterrorista. Se han aumentado las devoluciones en caliente y las irregularidades policiales, pese a los acuerdos del espacio Schengen, que permiten la libre circulación de personas. Los controles se suceden en el puente Santiago, que une Irun y Hendaia, pero la policía francesa deja pasar sin problemas a las personas de piel más clara, mientras detiene y pide la documentación a quienes tienen la tez más oscura.
Las medidas policiales se endurecieron aún más en la muga a partir de 2018. El 18 de junio de ese mismo año, 46 personas originarias de Guinea, Mali y Camerún se presentaron en la estación de autobuses de Donostia y fueron obligadas a quedarse allí, a escasos 30 kilómetros de la frontera. En las siguientes jornadas, las llegadas de migrantes se sucedieron con el mismo patrón y perfil, obligados a esperar varios días incluso semanas hasta cruzar la frontera.
Se intercepta a los migrantes sin documentación en los fuertes controles que realiza la Police Aux Frontières (PAF) en la muga y se les devuelve inmediatamente a Irun, abandonándolos a su suerte en esta ciudad. Una situación que motivó la rápida intervención de colectivos sociales como Irungo Harrera Sarea, que, solo desde marzo a septiembre de 2019, atendió y cubrió las necesidades más básicas de más de 6.000 personas allí atrapadas.
Ibrahim Yabate llegó a Irun hace unos días. Salió de Costa de Marfil y viajó a Marruecos en avión. “Me considero un privilegiado”, dice este joven mientras mira a algunos de sus compañeros que tuvieron que atravesar a pie el desierto en Mali o Mauritania. Una vez en la costa marroquí, Ibrahim se subió a una zodiac junto a una decena de personas. No recuerda quién les llevó hasta allí, pero sí que les cobraron. Pasaron tres días y tres noches en el mar Mediterráneo, con escasa comida y agua, sin apenas espacio para moverse. “El desierto es muy duro, pero todo el mundo teme al mar. Nunca sabes si llegarás a tierra”, recuerda Yabate. Al tercer día y con la zodiac a la deriva, un barco de la Cruz Roja les rescató en el mar de Alborán.
La comunicación entre los miembros de Irungo Harrera Sarea y los migrantes se hace complicada en ocasiones. A pesar de que normalmente todos hablan francés, hay conceptos que se escapan. Mamady Traore sabe español y puede aclarar posibles confusiones. Nacido en Guinea-Conakry, salió de su país en busca de una vida mejor y con la esperanza de lograr mantener a su familia. Llegó a Marruecos y, “con mucho sufrimiento”, pasó varios meses allí. Al igual que Ibrahim, después también se subió a una patera.
“Pasamos muchas horas sin comida ni agua, la gente se quería morir”, recuerda. Al menos 4.404 personas fallecieron en el Mediterráneo en las rutas de acceso a España durante el año 2021. A Mamady un barco pesquero que avisó a la Cruz Roja le salvó de una muerte casi segura.
Desde Irun, Mamady cuenta su historia de forma breve, justo cuando se dispone a dar otro paso clave en su vida. Junto a otros tres jóvenes migrantes camina hacia un taxi que les dejará cerca del puente de Santiago. Al otro lado del río Bidasoa avista un nuevo comienzo, el destino por el que se ha jugado la vida y ha recorrido miles de kilómetros. Frente a ellos, el puesto de la gendarmerie. En unos minutos tratarán de cruzar el puente con la esperanza de entrar en Francia.
Los centros de acogida de la Cruz Roja en Irun atendieron a casi 8.000 migrantes en 2021, la cifra más alta en los últimos cuatro años. Estos son los datos que recoge la Cruz Roja, por lo que si ha habido migrantes que no han acudido a estos dispositivos, los números podrían ser mayores. En 2020, fueron 2.300, y en 2019, 3.700. Un flujo migratorio que logra seguir su camino y no quedarse embotellado en esta ciudad fronteriza en gran parte por la labor que desarrolla el grupo activista Irungo Harrera Sarea. Esta red de más de 100 personas comenzó a autoorganizarse en el verano de 2018.
Los miembros de la red se organizan en dos grupos. Por un lado, los gautxoris son las personas que acuden a la estación de tren o autobús para recoger a los migrantes y trasladarlos al recinto de la Cruz Roja. Reciben los avisos de cuándo llegan a la ciudad y acuden sin importar la hora que sea. Por otra parte, quienes atienden, acompañan e informan a las personas que se agolpan en la plaza San Juan.
Para Josune Mendigutxia, activista de Irungo Harrera Sarea, la labor del grupo es muy exigente: “Acaba a altas horas de la noche y es difícil de compaginar con la vida personal y laboral”. La información que ofrecen a los migrantes pone el foco en el río Bidasoa tras las últimas muertes: “Han estado cuatro o cinco días en una patera sin moverse, sin agua y sin comida, perdidos en el Atlántico y no les parece tan peligroso cruzar nadando”, comenta Mendigutxia. Y explica que a estas personas les llega la información de otros que han logrado cruzar con éxito a Francia por esta vía, ya que “el que muere no avisa”.
Es posible que Ibrahim o Mamady no logren pasar la frontera en su primer intento, ni en el segundo. Por ello, es probable que se tengan que quedar en la ciudad de Irun durante algunos días hasta conseguirlo. La Cruz Roja dispone de un centro en el barrio de Hilanderas, con alrededor de 25 voluntarios, para acoger a los migrantes y que no se queden en la calle. Con espacio para 90 personas, aquí pueden pasar la noche, asearse, recibir comida o asistencia sanitaria básica.
Si bien este dispositivo acoge a un número de personas muy importante, las quejas se han sucedido en algunas ocasiones porque los migrantes se han tenido que quedar en la calle pese a que había camas libres. Así, en noviembre, Irungo Harrera Sarea se movilizó para colocar tiendas de campaña fuera del recurso de Hilanderas para las personas que no cumplían los criterios de estancia. Por su parte, desde la Cruz Roja señalan que los criterios de sus centros son públicos y los establece la Secretaría de Migración. Lo cierto es que en la página web del Ministerio estas reglas no son visibles. “Desde Cruz Roja se ha atendido a todas las personas que cumplen los perfiles de acceso al dispositivo”, sentencian.
Abdul fue recogido por varios activistas de Irungo Harrera Sarea en el puente de Santiago. “Nos encontramos a un chaval sin apenas masa muscular y sin poder andar”, cuenta Josune Mendigutxia. Abdul, migrante subsahariano, entró a Europa tras viajar de Libia a Italia. Allí pidió asilo en Alemania y llegó incluso a embarcarse en un avión, pero no pudo viajar porque sufría una hernia discal y no podía ni sentarse. Tras su paso a Francia, fue retenido y trasladado al Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) de Hendaia, donde permaneció tres meses antes de su expulsión. Ion Aranberri, compañero de Mendigutxia, rememora otro episodio con las devoluciones: “Estábamos de gautxoris en la estación y llegó la Policía Nacional. Oímos un portazo y dejaron a un chaval”. En este caso, se trataba de un migrante albanés y le habían devuelto desde Francia. Una situación que se repite con frecuencia.
Según datos de la policía francesa de fronteras, entre noviembre y marzo de 2021 las autoridades galas han devuelto a España 15.757 inmigrantes en situación irregular. La mayoría, 12.288 personas, cuando intentaban cruzar la frontera y el resto cuando se encontraban ya en localidades francesas cercanas a Irun o la Junquera.
Además de las devoluciones, los controles étnicos también ponen bajo el foco a la policía gala. El investigador de Transiteus —proyecto de la UPV/EHU y SOS Racismo que se enmarca en el ámbito teórico de la migración en tránsito—, Giacomo Donadio, cree que el verdadero motivo de estos controles es la inmigración porque “no se han controlado las fronteras con Alemania o Bélgica, solo las del sur”. Estas vigilancias fronterizas cumplen los requisitos legales pero Iker Barbero, investigador también de Transiteus y profesor de Derecho de la UPV/EHU, recalca las actuaciones de cada policía: “Actúan de manera irregular cuando detienen y engañan a una persona para que renuncie a sus derechos o firme para que se le haga volver, por ser negro o por parecer mayor de edad”.
Los diferentes agentes sociales y políticos que trabajan con los migrantes en la muga denuncian que la policía interviene en estos controles de una forma racista. El hecho de que los Estados respondan con medidas policiales a los problemas humanitarios, como sucede en Irun y Hendaia, supone un grave problema “Amparados en la seguridad nacional hacen un control migratorio descarado, solo paran a negros y árabes”, señala Jon Aranbarri. Por su parte, Jon Iñarritu, diputado de EH Bildu, denuncia que ha presenciado “controles de perfil étnico que están prohibidos por la ley”. Iñarritu ha pasado la frontera junto a personas africanas sin que a él le hayan pedido ni información ni documentación, todo lo contrario que a sus acompañantes.
David Nuño es teniente de alcalde en el Ayuntamiento de Irun y está al frente de uno de los puntos más calientes de una ciudad fronteriza con 64.000 habitantes, la delegación de Bienestar Social. En marzo se ha cumplido uno de los objetivos del Ayuntamiento con la apertura de un nuevo recurso con 150 plazas, a pocos metros del que ya existe, para dar respuesta a la llegada de migrantes en tránsito. Un espacio que el lehendakari Iñigo Urkullu ofreció habilitar recientemente para acoger a los migrantes ucranianos. “Vivimos en una ciudad muy tensionada, a la que llegan miles de personas huyendo de la guerra y de la miseria, y no son capaces de regularizar su situación. Mientras que los ucranianos lo hacen en un mes”, compara Nuño.
La guerra de Ucrania ha invisibilizado las muertes en el Bidasoa y, para el teniente de alcalde de Irun, ha desvelado también la diferencia “abismal y dolorosa” que existe entre los migrantes europeos y los africanos. “Se ha montado una ola de solidaridad para salvar y alojar a los ucranianos mientras a los subsaharianos se les mantienen las líneas rojas. Mali está en guerra, Siria, Sahara… ¿el problema es que son negros?”, se pregunta Josune Mendigutxia, de Irungo Harrera Sarea.
El 95% de las personas que llegan a Irun lo hace con el propósito de seguir su destino al norte de Europa. Son datos del Gobierno Vasco que cuenta con el programa Harrera para atender al resto, a las personas migrantes que piensan quedarse en Euskadi. Aquí reciben desde cursos de euskera a charlas sobre extranjería, donde se les informa sobre autorizaciones de estancia y trabajo, renovaciones, reagrupación familiar, estancia por estudios, regularización por arraigo social y laboral... Este programa se lleva a cabo en convenio con asociaciones como Cruz Roja, CEAR Euskadi y Goiztiri, que propician también recursos para la primera acogida.
Ibrahim Yabate ha logrado pasar la frontera de madrugada y acercarse a la estación de autobuses de Hendaia. Su objetivo ahora es Bayona. No viaja solo, a su lado se ha sentado Wakeel, otro migrante costamarfileño que llegó hace un par de días a Irun. Aparentemente su largo camino está a punto de acabar y un nuevo comienzo les espera. Pero hoy tampoco será el día, o eso parece. Un viajero del autobús ha avisado a la gendarmerie y ambos migrantes tienen que bajarse. Por suerte, la policía no procede a su devolución y los dos jóvenes podrán intentar la misma jugada un par de horas más tarde. Ahora sí, por fin, llegan a Bayona y separan sus caminos. Uno viaja a París, para vivir en un piso con su tío. El otro, hasta Marsella, donde tiene unos amigos.
Noticia publicada originalmente por Ander Balanzategi en El Salto. Fotografía de Nico Rodríguez.