Sustam: “Está surgiendo una sociedad kurda con conciencia política”

El sociólogo Engin Sustam afirma en esta entrevista que el posicionamiento geopolítico de los kurdos en diversas áreas ha dado lugar a una nueva interpretación de la cuestión kurda a medida que emerge una sociedad con conciencia política.

ENTREVISTA

Tras el histórico llamamiento de Abdullah Öcalan el 27 de febrero, el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) anunció su decisión de disolver la organización el 12 de mayo durante su último congreso. Esta decisión continúa generando un intenso debate público. Muchos cuestionan ahora los motivos de la disolución, cómo será la siguiente fase y cómo responderá el Estado a estas importantes medidas.

En medio del escepticismo persistente sobre la postura del Estado respecto a este proceso, el PKK ha insistido en la necesidad de reformas legales para poner fin por completo a la lucha armada. También destacó la necesidad de iniciar un proceso de verdad y ajuste de cuentas.

A pesar de las recientes declaraciones del PKK, la inacción del Estado ha generado críticas y debates públicos. Diversos sectores de la sociedad han comenzado a expresar su preocupación por que no se desaproveche esta oportunidad histórica, instando al Estado a actuar sin demora.

El sociólogo Engin Sustam conversó con ANF en una extensa entrevista, de la que a continuación compartimos la primera parte.

El PKK ha puesto fin a su lucha armada por sus derechos, pero considerando el legado tanto del Imperio Otomano como de la República Turca, comienza una nueva fase de lucha. ¿Cómo debe interpretarse este nuevo proceso en términos históricos y contemporáneos? ¿Cuáles podrían ser los nuevos campos de lucha en este período?

Si me lo permite, quisiera responder a su pregunta con una reflexión basada en la memoria colectiva, como científico social. Es evidente que la lucha armada, o en términos académicos, la guerra de guerrillas en las montañas, ya había alcanzado cierto punto. Por lo tanto, la decisión anunciada por el PKK no resulta del todo sorprendente en las circunstancias actuales.

De hecho, desde 1993, el Movimiento Kurdo ha buscado con frecuencia el diálogo mediante decisiones similares, incluso en períodos de intensa guerra. Constantemente planteó la idea de un proceso de paz mediante ceses del fuego unilaterales. Esto ocurrió durante la era del presidente Turgut Özal. En 1993, se inició un proceso de alto el fuego en el valle de la Becá, en el Líbano, en el que también participó el líder de la Unión Patriótica del Kurdistán (PUK), Jalal Talabani.

Tras la muerte de Özal, se reanudó el conflicto armado, desencadenado por la activación del aparato del Estado profundo. El Estado, en particular bajo el gobierno de Tansu Çiller, comenzó a implementar una estrategia de guerra especial. Esta incluyó asesinatos, evacuaciones de aldeas, desapariciones forzadas, tortura y desplazamientos. La región kurda se vio sumida en una espiral de violencia por los gobernadores coloniales del Estado profundo.

Por supuesto, el mayor riesgo en este período reside precisamente en estas experiencias. Si recordamos la espiral de violencia más reciente de 2015 y 2016, el hecho de que dichos procesos fueran unilaterales y que nunca se confiara plenamente en el Estado sigue siendo una barrera psicológica hoy en día. La gran mayoría de los kurdos se toma en serio las decisiones del Movimiento Kurdo y del Sr. Öcalan, pero la falta de confianza en el Estado sigue siendo un serio obstáculo.

En lugar de dar un paso adelante constitucional, el Estado sigue priorizando la militarización de la región y sus alrededores. Continúa empleando un lenguaje militarista, y persisten los conflictos en muchas regiones, incluyendo las Zonas de Defensa de Medya, donde la guerrilla celebró su XII Congreso bajo la presión de las operaciones militares en curso. Este sigue siendo uno de los aspectos más peligrosos del momento actual.

Ambas partes deben asumir sus responsabilidades en pos de la paz. El Movimiento Kurdo ha dado el paso más importante a su alcance y, en consonancia con su responsabilidad, busca avanzar hacia un espacio de no conflicto. Pero, ¿seguirá el Estado, como lo ha hecho en el pasado, atacando a las guerrillas que se han retirado y depuesto las armas? Este tipo de riesgo de conflicto, una vez más, conlleva el potencial de causar graves daños.

Por ejemplo, podemos considerar el caso de las FARC en Colombia. En 1998, y posteriormente durante el mandato del presidente Juan Manuel Santos en 2016 (un gobierno de centro-derecha), se dieron importantes pasos hacia la paz. Sin embargo, en 2019, bajo el nuevo presidente de derecha Iván Duque, el proceso de paz se suspendió y las FARC retornaron a la lucha armada. Esto nos muestra lo frágil que puede ser la paz si una de las partes no cumple con su parte.

¿Cómo podría desarrollarse el proceso de paz, o una nueva fase, en Turquía? ¿Y qué se necesita para garantizar su correcto funcionamiento?

Si bien los procesos de paz y el cese del conflicto armado conllevan inherentemente riesgos políticos y la posibilidad de nuevos enfrentamientos, el posicionamiento geopolítico de los kurdos y las kurdas en diversos ámbitos nos permite comprender la cuestión kurda de una manera completamente nueva. Ya no hablamos de una población rebelde liderada por un grupo reducido de intelectuales, como ocurría a principios del siglo XX. Hoy, hablamos de una sociedad que ha alcanzado un nuevo nivel, con conciencia y práctica política en todos los ámbitos.

Los kurdos deben desempeñar un papel proactivo en este proceso, en particular a través de la diplomacia, exigiendo garantías constitucionales para sus derechos lingüísticos e identitarios. La cuestión no debe presentarse como una amenaza, las tensiones y los conflictos deben resolverse mediante la diplomacia. Para evitar provocaciones, como ataques racistas, que podrían descarrilar el proceso, es esencial que los kurdos soliciten la presencia de observadores internacionales neutrales con mandato constitucional.

No se puede elegir con qué gobierno se hace la paz. Puede ser de derecha o de izquierda. En Colombia, se logró la paz con un gobierno de derecha. Pero se puede y se debe insistir en que el proceso de paz y la cuestión de la libertad de un pueblo estén amparados por la Constitución. Turquía ha estado gobernada durante mucho tiempo por golpes de Estado o por partidos de derecha y ultraderecha. Ya sean kemalistas, conservadores islamistas o ultranacionalistas, estos actores siempre han ostentado un poder real.

Debemos reconocer que lograr la paz con este segmento, moldeado por la ética del nacionalismo turco, no será fácil. Por supuesto, entre los kurdos se han desencadenado traumas subconscientes debido a décadas de violencia y represión colonial. Esto no debe ignorarse. Por lo tanto, el primer paso crucial debe provenir del gobierno: desmilitarizar la región. A continuación, abrir camino a la participación política civil no militar, como el fin de la práctica de los fideicomisarios designados por el gobierno y la liberación de los presos políticos. En todos los sentidos, el Estado debe renunciar al uso de la fuerza militar. Es necesario tomar medidas inmediatas para garantizar un entorno no violento, y creo que una conferencia internacional de paz con la participación de delegaciones, instituciones y actores internacionales podría contribuir enormemente a este proceso.

La derogación de los fideicomisarios designados por el Estado, el desmantelamiento del sistema de guardias de aldea y la abolición de las leyes introducidas tras el intento de golpe de Estado del 15 de julio que se asemejan a un estado de emergencia también son vitales. Y lo que es más importante, una garantía constitucional para la fase posconflicto, que ya ha comenzado con el silenciamiento de las armas, podría convertirse en una de las respuestas democráticas más significativas en la historia de Turquía.

A partir de ahí, el proceso inevitablemente evolucionará hacia demandas más amplias de derechos lingüísticos, identidad, ciudadanía igualitaria y un modelo descentralizado de gobernanza local. Pero la verdadera pregunta sigue siendo: ¿está el Estado turco realmente preparado para la paz?

Este proceso, que aún no tiene un nombre claro, conlleva naturalmente riesgos psicopolíticos. Más allá de la constante inquietud de que la situación pueda revertirse en cualquier momento, un escenario que nadie desea, es un proceso vulnerable a la reanudación del conflicto. Esta conclusión se basa en experiencias pasadas, pero también está profundamente relacionada con el hecho de que el Estado aún no ha tomado ninguna medida política seria o fiable.

Como mencioné antes, los kurdos no pueden depositar su confianza en el Estado, sus leyes, instituciones o mecanismos de forma natural. Esta desconfianza persiste a menos que el proceso demuestre una verdadera funcionalidad en la práctica. Históricamente, no hay fundamento para la confianza en los Estados. Desafortunadamente, la historia mundial ofrece demasiados ejemplos de ello. No digo necesariamente que “debamos confiar en el Estado”. Lo que digo es que esta cuestión debe socializarse y consolidarse dentro de un marco institucional.

Este es un proceso que ha continuado desde el Tratado de Lausana. Quizás el primer paso serio para romper ciertas paranoias arraigadas sea comprender plenamente este hecho. Existen cientos de prácticas violentas y experiencias coloniales que han llevado a los kurdos y a las kurdas a desconfiar del Estado, y dichas prácticas continúan hasta el día de hoy.

A la luz de todo esto, las preguntas "¿Por qué se anunció la disolución?" o "¿Por qué el movimiento kurdo ha puesto fin a su lucha armada?" probablemente seguirán siendo ampliamente debatidas.

Algunos incluso se han opuesto a la posibilidad de que este proceso pueda evolucionar hacia la paz. ¿Cómo deberían abordarse estas posturas?

En mi opinión, en lugar de simplemente adoptar una postura contra dicha oposición, es mucho más importante garantizar que todas las dinámicas kurdas se escuchen de manera democrática. Al mismo tiempo, se deben realizar esfuerzos para abordar la paranoia política que existe en la sociedad turca.

Por supuesto, vivimos una época extraña e inusual. He observado atentamente que existen dos grupos minoritarios, tanto del lado turco como del kurdo, que curiosamente se oponen a la deposición de las armas y que ahora se encuentran en el mismo bando. Uno es un segmento de la sociedad turca que se beneficia del odio antikurdo y ha adoptado el racismo como un deber ideológico. El otro está formado por quienes no confían en el Estado y se oponen a la decisión del PKK de dejar las armas sin presentar demandas formales, o que simplemente son conocidos por su hostilidad hacia el movimiento kurdo.

Estos mismos grupos, que se opusieron al movimiento kurdo incluso cuando este participaba en la lucha armada, siguen oponiéndose hoy, incluso cuando el propio pueblo apoya la paz y rechaza la guerra. A diario, inundan las redes sociales con comentarios extremistas, haciéndose pasar por expertos. Aun así, creo que esto es un desarrollo natural. Este proceso avanzará inevitablemente a través de debates de diversas dinámicas.

Estos debates nos muestran que nada es estrictamente blanco o negro. Existen innumerables matices intermedios, zonas vibrantes y grises que nos ayudan a comprender mejor nuestra realidad política. Por un lado, tenemos una sociedad criada en el odio antikurdo. Por otro, tenemos una sociedad kurda que intenta respirar bajo ese odio, una sociedad que ha perdido por completo la confianza en el sistema.

Es natural que dentro y entre estos dos grupos se produzcan los debates más intensos. Es similar a lo que vemos en Israel hoy: no todos los israelíes apoyan la guerra. Existe un gran movimiento de oposición visible en las calles, que protesta a diario y alza su voz contra los racistas extremos, expresando su deseo de convivir con los palestinos.

Creo que esto refleja el clima emocional global de nuestro tiempo. Vivimos en una era de regímenes autoritarios con inclinaciones hacia la extrema derecha global. Es un período en el que el fascismo se está institucionalizando de nuevo en todas las sociedades.

Al observar lo que ha sucedido en Turquía durante la última década, es evidente que no vivimos en un país democrático. Por lo tanto, al debatir la cuestión kurda, la prioridad no debería ser evitar dañar la fragilidad política o institucional de alguien. La prioridad debería ser desarrollar prácticas y garantías institucionales y sociales radicales destinadas a sanar un problema que se ha vuelto cancerígeno debido al colonialismo.

Aunque quizá no sea muy visible en el confuso clima político actual, hay muchas personas en Turquía que apoyan la paz y desean dialogar. Sırrı Süreyya Önder fue solo una de ellas. De la misma manera, es probable que la nueva fase de la lucha se desarrolle en consecuencia.

También habrá quienes entre los kurdos no quieran creer que el Movimiento Kurdo vio la posibilidad de una paz social deseada y, por lo tanto, se disolvió unilateralmente. Parece que esta también es una situación política que debe debatirse y afrontarse dentro de la propia sociedad kurda. Por ejemplo, a pesar de las reacciones muy positivas provenientes de todos los frentes, el Partido Demócrata del Kurdistán (KDP), la Unión Patriótica del Kurdistán (PUK), el Partido de la Unión Democrática (PYD), etc., y de las declaraciones de voluntad de contribuir a este proceso, el discurso en redes sociales parece reflejar algo más, probablemente debido a ciertas fracturas psicorrománticas.

Se está desatando la paranoia turca, mientras que los kurdos siguen experimentando una profunda desconfianza hacia el sistema. Segmentos de la sociedad turca moldeados por la fobia y el odio kurdos, en particular aquellos dentro de la extrema derecha, no se inclinan a apoyar un proceso de paz debido a las barreras psicológicas creadas por su mentalidad nacionalista. Digo esto no solo en referencia al Partido de Acción Nacionalista (MHP), sino porque nos enfrentamos a una nueva generación de jóvenes de extrema derecha, un fenómeno emergente que trasciende incluso al MHP.

El negacionismo que surge, especialmente entre los laicos kemalistas, es tan aterrador que evoca la imagen de los sacerdotes que juzgaban en los tribunales de la Inquisición medieval. Muestra, patológicamente, lo enredado que está el problema kurdo. Lo irónico es que, si bien el espacio colonizado es la región kurda, en Turquía se está gestando una extraña paranoia que afirma que es Turquía la que está siendo fragmentada y colonizada por los "imperialistas" (en este caso, refiriéndose únicamente al sentimiento antiamericano), lo que solo agrava la situación.

En este punto, parece que no necesitamos a los autoproclamados historiadores de las redes sociales, sino a científicos que, mediante una reforma del currículo educativo, se comprometan profundamente con la memoria histórica de la cuestión kurda. Porque no se trata solo de un asunto entre dos estructuras institucionales; el camino a seguir solo puede encontrarse mediante la iniciativa compartida de todos los actores políticos y sociales involucrados.