Siria vive estos días una de sus etapas más peligrosas tras más de una década de guerra, debido al aumento de las tensiones sectarias y étnicas. Los recientes acontecimientos en Jaramana y Ashrafiyat Sahnaya, en la campiña de Damasco, han revivido imágenes sangrientas de los primeros años del conflicto, planteando serias interrogantes sobre el futuro del país y la capacidad del régimen de Damasco para contener la creciente explosión social.
Los drusos bajo fuego en la campiña de Damasco... y la masacre silenciosa
Los últimos eventos en Jaramana y Ashrafiyat Sahnaya comenzaron con tensiones desatadas por un audio filtrado, que rápidamente se convirtió en la chispa de violentos enfrentamientos. El saldo: 47 muertos, entre civiles, combatientes drusos locales y miembros de fuerzas afiliadas al Ministerio de Defensa del régimen.
Pero la violencia escaló más allá: ciudadanos drusos fueron ejecutados sumariamente dentro de una granja avícola —un crimen de guerra atribuible a grupos que operan abiertamente bajo el paraguas de los ministerios de Defensa e Interior—, haciendo al régimen responsable política, legal y moralmente, incluso sin órdenes directas.
La tragedia se repitió en la carretera Damasco-Suwayda, donde una columna de jóvenes drusos que acudían a apoyar a sus correligionarios cayó en una emboscada, dejando seis muertos. A esto se sumó el bombardeo con morteros y armas pesadas contra aldeas drusas en Suwayda, profundizando el trauma y la indignación.
Los alauitas tampoco se salvan: la masacre del 6 de marzo queda impune
El panorama se agrava con el silencio cómplice ante la masacre ocurrida entre el 6 y el 9 de marzo en la costa siria, donde más de 1,500 civiles alauitas fueron asesinados según testimonios. Sin investigaciones ni responsables llevados ante la justicia, el mensaje es claro: estas víctimas son ciudadanos de segunda.
Esta indiferencia del régimen revela su incapacidad para manejar fracturas sectarias y alimenta teorías sobre un cálculo perverso: dejar que las tensiones estallen para justificar medidas autoritarias o reconfigurar alianzas.
¿Puede el régimen eludir responsabilidad?
Los perpetradores de las masacres en Jaramana y Ashrafiyat Sahnaya operan bajo la estructura del Ministerio de Defensa y el Ministerio del Interior. Ante esto, ¿cómo eximir de culpa a Damasco? ¿Puede hablarse de un "Estado soberano" cuando grupos dentro de sus instituciones ejecutan crímenes sectarios al margen de la ley?
La realidad es que Siria ya no es un Estado funcional, sino un entramado de redes de seguridad y milicias que libran batallas por intereses particulares.
El mayor peligro: la fragmentación sectaria
Tras 14 años de guerra, el tejido social sirio está al límite. El sectarismo, convertido en arma política, enciende conflictos en Damasco, la costa y otras regiones, con discursos de odio que incitan abiertamente contra kurdos, alauitas y drusos, incluso desde facciones supuestamente integradas al Ejército oficial.
¿Hay salida? Cinco pasos urgentes
-
Un nuevo contrato social inclusivo: La reforma constitucional de marzo solo perpetuó el autoritarismo. Se necesita una redistribución real del poder.
-
Descentralización democrática: El modelo centralista fracasó. Urge autonomía regional que reconozca la diversidad.
-
Frenar el discurso de odio: Leyes estrictas contra la incitación sectaria y justicia independiente.
-
Justicia transicional: Sin rendición de cuentas por crímenes de guerra, no habrá reconciliación.
-
Fin a las injerencias externas: Las potencias regionales (especialmente Turquía) alimentan el conflicto.
Conclusión: La encrucijada siria
Siria enfrenta una disyuntiva: continuar hacia el abismo sectario o iniciar un diálogo nacional que desmantele el aparato de seguridad, establezca justicia y construya un Estado descentralizado. El tiempo se agota; la sangre no funda naciones. ¿Habrá quien escuche?
Fuente: ANHA