Bihac, en la frontera de Europa – Parte II

Una delegación de Pordenone, encabezada por la cooperativa social Noncello, viajó a Bihac, Bosnia, para monitorear la situación de los refugiados en una ruta alejada del foco mediático.

El movimiento de la gente alrededor de nosotros es incesante, de hombres en su mayor parte. “De 9a 10 nosotros distribuimos el desayuno”.

Sólo hay una mujer, que descubro que es iraní, y está con su marido, su hijo adolescente y otro tan sólo unos pocos años mayor. Son una familia cristiana y por ello han huido.

“Hace dos años dejamos nuestro país y hemos permanecido siete meses aquí. Cruzar la frontera será difícil, con el niño me refiero”.

Mentalmente, mientras nos vamos, recuerdo a todos los que ya han cruzado… Madres con niños, mujeres víctimas de violencia y menores no acompañados, quienes son bienvenidos en el antiguo hotel Sedra del cantón de Cazin, nuevamente en la frontera, entre Bihac y Velika Kladusa.

“El Sadra está administrado por la OIM”, explica Greta Mangiacalli, una joven exponente de Ipsia Acli que vino a Bihac por un proyecto sobre medio ambiente y se encontró involucrada en la emergencia de refugiados.

“Hay un total de 400 plazas y están casi todas ocupadas. Siguen llegando unidades familiares y necesitamos encontrar soluciones habitacionales adecuadas. Sin embargo, algunas mujeres prefieren no separarse de sus maridos y quedarse aquí”.

A través de una escalera vamos hacia la parte superior y giramos alrededor del edificio. En una fila india formada en un terreno resbaladizo en la hierba, siempre escasa, hombres de diferentes nacionalidades se mueven entre el edificio y las tiendas vecinas, colocadas en un terreno en descenso.

“Hay una mayoría de pakistaníes, iraníes, afganos e iraquíes. Hay pocos sirios pero están llegando. Tanto los espacios del edificio como de las tiendas han sido divididos en zonas”. Salam se para en frete de una gran tienda blanca.

“Hubo tensiones y disputas entre los múltiples grupos de distintas nacionalidades. En cambio, no hay problemas con los ciudadanos locales”.

A medida que descendemos, nos movemos entre árboles esparcidos por la colina y pasamos junto a una valla publicitaria que muestra los diferentes caminos para hacer trekking en distintos colores. Les pregunto si saben cuántas personas hay entre las carpas y las que están en el edificio.

“Alrededor de 300 en las tiendas, todo hombres. Entre 800 y 1000 en el edificio. Pero, de acuerdo a nosotros, el número más realista de migrantes moviéndose en la zona hacia la frontera es de 6.000”.

La frontera rodea Bihac

Estamos de vuelta en el aparcamiento. Grupos de refugiados, bufandas o capuchas en sus cabezas, y bolsas en sus hombros, se están alejando del campamento.

Están destinados a la frantera, hoy probarán suerte.

Les seguimos con la mirada, algunos piden confirmación. “Cada día hay entre 100 y 150 personas que se marchan, divididas en distintos grupos”, traduce Hazra.

“Para algunos de ellos será la décima vez. Vi a varios de ellos dolidos, incluso los tratamos”. Sabiendo que volverían a intentarlo. “Por eso es tan difícil tener una estimación exacta, hacer un censo. Muchos han pasado hasta dos años en Serbia, los niños ya hablan el idioma”.

Bihac es una ciudad fronteriza.

Todavía no hay alambre de púas para delimitarlo, pero por el otro lado está la policía croata para hacerlo con métodos agresivos y violentos.

Ellos actúan de vigilantes de Europa, gracias a los fondos proporcionados por el Frontex, la agencia de la Unión Europea de guardias de fronteras y costas. Los fondos llovieron en las arcas de la República croata.

En la tierra de Bosnia y especialmente en esta ciudad, puedes tocar las contradicciones que desgarran a Europa y lo que parece incuestionable es precisamente el tema de las fronteras, que nuestros gobiernos soberanos y cobardes quieren hacer más infranqueables que los muros reales que delimitan otros Estados, como ocurre con Israel frente a Palestina, o con Turquía frente a Rojava.

(La parte I puede leerse aquí)

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