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El legado internacionalista de Sakine Cansız

Publicado originalmente en el sitio web de Kurdistán América Latina, un artículo de Alberto Colin Huizar describe la lucha y el legado de Sakine Cansız y sus contribuciones a la “revolución dentro de la revolución”.

El pasado 9 de enero de 2024, se cumplieron once años del cobarde asesinato de las tres activistas kurdas: Sakine Cansiz, Fidan Dogan y Leyla Sylemez, a manos de un agente de la inteligencia turca, quien accionó su arma de fuego en el interior del Centro de Información del Kurdistán, ubicado en la zona centro de Paris, Francia. Desde aquel terrible episodio, los nombres de lucha de las tres camaradas masacradas se inscriben como acto de memoria en una consigna que los y las internacionalistas suelen gritar cuando marchan por las calles: Sarah, Rojbin, Ronahi. Jin, Jiyan, Azadi. Este homicidio, aún impune, tiene una relevancia histórica para el Movimiento por la Libertad en Kurdistán, pero particularmente para el Movimiento de Mujeres, por ser un ataque específico contra mujeres que integraban estructuras en el Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK); principalmente Sakine, quien fue una de las fundadoras del partido y pionera en la organización femenina en la revolución kurda.

En vida, Sakine escribió una obra autobiográfica de tres volúmenes publicada en turco bajo el título de Hep Kavgaydı Yaşamım (en la versión en castellano es Toda mi vida fue una lucha, Descontrol Editorial, Barcelona, 2018). En el primer volumen de poco más de 400 páginas, “Nacida en invierno”, Sakine narra varias etapas de su trayectoria militante, desde su niñez en el pueblo de Dersim, donde nació en 1958, hasta su encarcelamiento en Amed por la represión turca en 1979. El libro se destaca por mostrar con extremo detalle una compleja historia del surgimiento de una revolución: la del pueblo kurdo. Los relatos de la vida de Sakine son expuestos con una magnífica habilidad discursiva. Describe con palabras el contexto social y político donde se desenvuelven las relaciones familiares y militantes, atravesadas por reflexiones y valoraciones críticas de la propia autora. En este sentido, es una memoria de la lucha kurda. Así también, es impresionante el nivel de descripción y la fidelidad de los recuerdos, dado que el libro fue hecho con las notas que Sakine escribió en la década de 1990, las cuales cargaba en la mochila cuando recorría las montañas de Bahsur (Kurdistán iraquí, norte de Irak) con su unidad militar, en pleno tiempo de guerra de guerrillas.

Para los ojos de un antropólogo, la obra constituye un valioso registro etnográfico del proceso emancipatorio de un pueblo, narrado desde los propios códigos de la cultura kurda. En la primera parte, Sakine nos introduce en tres dimensiones clave de su formación: Dersim, la familia y las mujeres. Para entender su locus de enunciación, la autora nos presenta a cada una de las personas que marcaron etapas de su vida, su padre y su madre que fueron sobrevivientes del genocidio por parte del Estado fascista turco (1), la vida comunitaria y su comprensión a través de la lengua zaza que adquirió en el seno familiar. Sakine aprendió turco y alemán en la escuela, pero acepta que fue “simplemente una tortura”. Como en muchos países donde el colonialismo se instaló en las estructuras sociales, la niñez kurda también fue castigada por hablar su lengua materna en la escuela. Así como en el caso de América Latina, el nacionalismo entró con fuerza en las aulas por medio de la escritura y la homogeneidad lingüística y los maestros, muchos de ellos fascistas, eran los vehículos para su transmisión.

Sakine narra que su madre, proveniente de una familia tradicional acomodada, tuvo una influencia crucial en su reconocimiento identitario como mujer kurda, en la defensa de lo propio a pesar de la asimilación del Estado turco que se profundizó en esos años en la provincia de Dersim. Su padre, por otro lado, era parte de la comunidad aleví (2) y trabajó como funcionario para el gobierno local, lo que tuvo como consecuencia cierta solvencia económica familiar, pero también cierta adaptabilidad a la socialización con personas turcas. Esta influencia religiosa y la disciplina de su madre, fueron aprendizajes en la vida de Sakine que le mostraron ambos panoramas: las costumbres propias del contexto cultural en la ciudad y la reafirmación de lo kurdo por su arraigo territorial.

Cuando Sakine aún era niña, dos procesos fueron formativos para su conciencia política: la temprana migración de familias kurdas a Alemania y la sistemática represión policial en Kurdistán. Con detalle, en el libro se describen las primeras represiones que atestiguó en su pueblo, con presencia sistemática de la policía y prohibiciones de actos culturales, pero también recuerda a aquellos hombres jóvenes que se oponían al Estado. Los conceptos de revolución, izquierda, comunismo, resonaban en su mente, pero sin encontrar aún un sentido concreto. En general, en Dersim había una sensación compartida de oposición al Estado turco, el cual había sido históricamente violento con la población kurda de esta región. Tal fue la dominación que, por ejemplo, el nombre de la ciudad (Dersim) fue cambiado por el gobierno a Tunceli, que significa “Mano de Hierro” en turco. Desde la década de 1960, ya había indicios también de acciones insurgentes y grupos políticos radicales. Sakine aprendió pronto de estos procesos por medio de sus maestros, con quienes conversaba en la escuela y de interacciones en el barrio, que fue comprendiendo a medida que observaba cómo los jóvenes se organizaban políticamente contra los fascistas. En este sentido, Sakine apunta que: “La rebelión se sembró en el medio de nuestra infancia. Los sucesos que se desarrollaban frente a nuestros ojos, desordenaron nuestro mundo emocional y mental. Aprendimos cosas nuevas. Ya en los primeros tiempos en la escuela media, más precisamente en los primeros días, me encontré, sin esperarlo, en medio de una huelga” (p. 57).

Estas vivencias son narradas por Sakine de manera que nos permite comprender el contexto histórico y los actores políticos que se desarrollaban en ese momento. Existían células armadas y organizaciones clandestinas que confrontaban la política turca, marcada por golpes de Estado e ideologías nacionalistas como el kemalismo. Mientras esto sucedía afuera, al interior del seno familiar, Sakine aprendió muchas actitudes de su madre, entre ellas la rebelión y la lucha todos los días, asumir los cuidados y trabajar con disciplina. Tiempo después, Sakine tuvo que migrar un tiempo con su hermano mayor y su padre a Alemania por motivos de trabajo. Esta experiencia también fue significativa para la formación de su conciencia revolucionaria. La influencia del hermano mayor y sus amistades de izquierda que visitaban la casa y hablaban de política, aunado a las obras de teatro, manifestaciones y reuniones públicas que observó en Berlín con la comunidad kurda, fueron semillas para forjar una conciencia propia sobre su identidad étnica, en un país ajeno, donde las relaciones interculturales eran más latentes y era perceptible la otredad.

Para Sakine, este fue el inicio de su renacer como mujer kurda, con una perspectiva política en plena maduración. Cuando volvió a Dersim al año siguiente, la juventud crítica y de izquierda, entre la que se encontraba Sakine, apostó por convertir las aulas en una arena de lucha para combatir a los fascistas. Se llevaron a cabo varias manifestaciones, huelgas estudiantiles y represiones de las que se enteró casi todo el pueblo. No obstante, a nivel comunitario, Sakine tenía que lidiar con las costumbres del casamiento tradicional a través de acuerdos y compromisos, pues no se podía elegir un noviazgo libremente. Durante la juventud, era común en Dersim que las familias generaran acuerdos de matrimonio entre las hijas e hijos sin su consentimiento. Esta situación desató una disputa que duró largo tiempo entre Sakine y su madre, que quería controlarla y a menudo le recordada “ahora estás comprometida”, para detener su actividad política. Esta fue una lucha que Sakine tuvo que enfrentar durante casi toda su juventud, pues su madre no veía adecuado su involucramiento en la resistencia. Este proceso tuvo como consecuencia que Sakine pensara en irse de Dersim en algún momento para involucrarse en la participación política en otro lugar. No había vuelta atrás, Sakine sería una revolucionaria, tal como afirma en su temprano acercamiento a la resistencia: “No es fácil describir todo esto, y es difícil comprenderlo sin haberlo vivido en carne propia. No alcanza con escribirlo para expresar la sencillez y belleza de aquellos días y de mis sentimientos de antaño. Al escribirlo, vuelvo a sentir de todo corazón y con plena conciencia estos sentimientos que experimentaban en ese entonces. Fue hermoso llegar sin reparos y auténticamente a una convicción, a un ideal, atravesando contradicciones y luchas. Lo viví como una gran dicha y lo vuelvo a repetir en voz alta: soy la persona más feliz de la tierra por estar participando en esta lucha” (p. 120).

La formación ideológica se volvió un principio de la lucha desde que otros militantes kurdos le hablaron a la joven Sakine de la importancia de Kurdistán y la lucha de liberación nacional. Comprender la situación de los kurdos se volvió casi una obsesión en la vida de Sakine. Lo hablaba en la escuela, formó círculos de estudio con amigos, lo discutía con sus tíos y vecinos. “La formación fue para nosotros la parte más importante de nuestro trabajo”, escribe Sakine sobre estos primeros años de militancia. Poco a poco el grupo creció cuantitativamente. La juventud se fue uniendo en Dersim y se comenzó a hablar de la existencia de “revolucionarios kurdos”, mientras la represión estatal se profundizaba. Desde este entonces, los valores sociales en torno a la participación de las mujeres en estos grupos políticos fueron cambiando a medida que se notaba la presencia de compañeras como Sakine. Su involucramiento fue una cuestión que captó la atención de otras mujeres, incluso de otros pueblos, que veían en Sakine un compromiso excepcional.

Mientras los grupos kurdos organizados crecían en la región, la situación era cada vez más complicada en la familia de Sakine: “Las familias, en ese entonces, tenían una influencia mayor que las instituciones estatales”. La vigilancia de su madre aumentó, Sakine fue reprimida por acudir a los grupos de formación y le fueron prohibidas las visitas en casa. La única solución que encontró ante esta problemática fue irse. Cumplir con las expectativas familiares de aceptar el matrimonio era una carga para Sakine. No conocía bien a su pretendiente y tampoco tenía una conexión política con él, pues era partidario de la izquierda turca. Para ella, el matrimonio representaba un obstáculo en el trabajo revolucionario. De alguna manera, la formación y convicción política jugaban un papel preponderante en su visión del mundo: “Nuestra ideología cuestionaba el sistema imperante con todas sus formas de vivir y relacionarse”. Por ello, Sakine asumió con entereza que la lucha ideológica hace inevitable la lucha revolucionaria y decidió seguir su camino marchándose de Dersim, a contracorriente de la decisión de su familia. Sakine viajó a Ankara con el apoyo de sus compañeros, que nunca le ordenaron qué decisión tomar, pero siempre la respaldaron. Su estratagema fue casarse con Baki, un compañero del grupo, para evitar ser acosada con la insistencia del matrimonio. En Ankara continuó su trabajo revolucionario en la organización, conoció gente vinculada a Kurdistán y estaba lista para afrontar los retos del porvenir.

Debido a las condiciones precarias del grupo con el que llegó a vivir Sakine, era necesario conseguir un empleo. Con ese sueldo podrían juntar dinero para pagar el alquiler de un espacio que funcionará como vivienda y espacio de organización para las tareas políticas. Sakine admiraba la clase proletaria, por esta razón decidió buscar trabajo en una fábrica de la periferia de la ciudad. Quería vivir como una obrera. Pronto encontró vacantes en una fábrica de chocolates. Rápidamente consiguió su primer empleo. La idea era conocer la cultura laboral y hacer trabajo político con las mujeres. Allí conoció a un par de kurdas que escondían su condición étnica en una ciudad donde usualmente eran estigmatizadas porque la identidad kurda estaba repleta de prejuicios difundidos por la sociedad turca. Sakine se dedicó entonces a trabajos de consigna, propaganda y agitación al interior de la fábrica para forjar una conciencia política entre las trabajadoras que resultara también en la defensa de derechos y la rebelión contra el patrón.

En el libro, Sakine discute constantemente sobre la dimensión personal porque es eminentemente algo político. Por ello, intercala entre relatos de su militancia pública y su vida diaria con los camaradas en el espacio privado. Por ejemplo, relata que las posiciones políticas de los integrantes del grupo con quienes vivía eran diversas y eso la molestaba, particularmente de Baki, que además sentía cierta autoridad sobre ella por su matrimonio. Su relación con él era incómoda, porque huyó de un matrimonio forzado en Dersim y este hombre que había sido su opción de salida ahora quería forzarla a tener una relación tradicional. Esto acentuó las diferencias en el hogar. Cabe señalar que en ese tiempo en Turquía, había una serie de agrupaciones de izquierda radical con fines distintos, pero la cuestión nacional de Kurdistán estaba en duda para muchos militantes. En varias ocasiones, debatían con Sakine si acaso Kurdistán era una colonia o no, cuáles eran los objetivos de la lucha como kurdos, etcétera, aspectos que detonaron discusiones sin conclusión entre los miembros del grupo. Sakine siempre se mantuvo firme en su crítica al colonialismo y a dedicar la lucha a la cuestión kurda. Esta ruptura ideológica fue determinante, porque Sakine pensaba que “los revolucionarios de una nación opresora tenían otras tareas que los de una nación oprimida”, por lo tanto los ideales de la lucha tenían que surgir de la necesidad histórica de su propio pueblo.

Un tiempo después, Sakine encontró el compañerismo que buscaba al asistir por invitación de otro compañero de Dersim a una reunión de UKO, el ejército de liberación nacional que se conformó en 1973 en torno a la figura de Abdullah Öcalan. Sakine recuerda que en la entrada del local donde fue la reunión, se leía un letrero que decía: “Solo se aceptan kurdos”. Sakine supo que esa era una buena señal. Al acudir con una compañera y ser las únicas dos mujeres de Dersim hablantes del zaza, escucharon los debates y coincidieron con los análisis. Pronto participaron en una asamblea y los compañeros notaron la forma de hablar y los argumentos críticos de Sakine, lo que dejó una buena impresión en el grupo. Este fue el primer acercamiento con una asociación kurda radical que reivindicaba la lucha armada. A la vez, estos encuentros le permitieron observar las contradicciones de los grupos turcos de izquierda, que trataban de cooptarla, principalmente Baki, que militaba en una agrupación llamada HK (Liberación Popular). Esta problemática relación con Baki se mantuvo durante varios meses y ocupó buena parte de la juventud de Sakine, entre dilemas, discusiones, peleas y tristezas que transitaron a lo largo de su estancia en Ankara y en Ízmir. No obstante, su objetivo siguió firme: trabajar para la revolución en Kurdistán.

Tras pasar por un par de fábricas de las cuales fue despedida por su activa labor como agitadora de los trabajadores, encontró sitio en una empresa textil. Sakine era consciente de la importancia de la organización de la clase obrera contra los poderosos, pero también de insertar en las discusiones la cuestión kurda, buscar solidaridades y sensibilizar a la población sobre el colonialismo. Esto era lo que podía aportar a la lucha obrera. En pocas semanas logró conformar un grupo. Además, fue bastante crítica con el sindicato textil que no aportaba a mejorar las condiciones de trabajo de los empleados. Cuando fue elegida como representante de las trabajadoras, el patrón trató de rescindir su contrato, razón por la cual organizaron una huelga. “Romperemos las cadenas, venceremos a los fascistas”, cantaban mientras estaban sentadas encima de las máquinas de la fábrica. La resistencia había comenzado, pero la represión no tardó en llegar. Al día siguiente reprimieron la protesta y los policías se llevaron presos a varios obreros, entre ellos a Sakine, quien fue golpeada y encarcelada una noche. Cuando la dejaron libre, al día siguiente, volvieron a la fábrica e impulsaron una huelga de hambre para exigir la devolución del empleo a 75 obreros que habían sido despedidos sin indemnización. La protesta inició y casi de inmediato Sakine fue detenida nuevamente por la policía junto a otras once personas. Sakine fue llevada de inmediato a la prisión junto con otra compañera obrera. Esta fue la primera experiencia carcelaria en la vida de Sakine, aunque estaba satisfecha porque la noticia de su arresto y la huelga de hambre se habían difundido en todo Ízmir.

La prisión no podía detener el trabajo político de Sakine. Las otras presas de la cárcel sabían la historia de Sakine y su compañera, a las que llamaron “las políticas”. Adentro del reclusorio forjaron una rutina de ejercicio, estudio y trabajo ideológico que sorprendía a las demás presas. El 1 de mayo organizaron una huelga de hambre en solidaridad con las acciones de protesta llevadas a cabo por los obreros en Estambul, y el 8 de mayo realizaron un homenaje a Leyla Qasim, una activista kurda que fue asesinada en Irak. Esta mujer fue una fuente de inspiración para Sakine por su valentía y la persistencia de su lucha. En su celda tenía una foto de Leyla portando un arma y una canana. “Mujeres y armas, mujeres y guerra, mujeres y la lucha por la liberación nacional, mujeres y la muerte; todo eso tenía un significado muy especial”, reflexiona Sakine. Después de tres juicios y unos meses de encierro, Sakine salió libre y se enteró de la noticia del asesinato de Haki, uno de los compañeros más destacados dentro de la organización de revolucionaros por Kurdistán. Al parecer, su asesinato fue a manos de militantes del HK, organización donde participaba Baki. Esta traición fue clave para que Sakine rompiera todo vínculo con Baki. Sin pensarlo mucho, Sakine tomó su valija y viajó con otro camarada hacia Ankara. El trámite del divorcio lo haría mucho tiempo después en una de sus visitas a Dersim, cuando le contó a su madre la verdad.

En este momento de la vida, Sakine inició el involucramiento integral a la revolución kurda. En Ankara vivió con Kesire, otra de las compañeras fundamentales del primer círculo de la organización, con quien atravesó momentos inolvidables. Uno de esos momentos fue cuando conoció a Abdullah Öcalan, en el jardín de la Facultad de Ciencias Políticas en la Universidad de Ankara. Sakine recuerda con detalle que Öcalan “era un individuo que representaba principios, revolución, internacionalismo, amor a la patria y una lucha implacable”. En su estancia en Ankara, Sakine ocupó el tiempo para su formación, así que aprovechó las conversaciones donde se encontraba Öcalan en los distintos espacios de la organización y en la Facultad de Derecho. De acuerdo a las tareas que le fueron asignadas, retornó a Kurdistán para cumplir su rol en la organización. Comenzó el trabajo político con las familias kurdas en la región de Elaziğ. La recibieron y le mostraron cómo se organizaban en el barrio. El ambiente era mucho más empático con los revolucionarios kurdos porque ya había antecedentes de lucha antifascista en la zona. Su labor fue establecer grupos de formación o comités para la generación de cuadros que actuaran a nivel local en compañía de las familias. La necesidad de una “concienciación mental” era el propósito de establecer estas relaciones; es decir, fortalecer el trabajo ideológico y bases de apoyo.

Tiempo después, Sakine fue enviada a Bingöl a realizar este mismo tipo de trabajo, pero con la delimitada misión de enfatizar el trabajo con mujeres, aunque todavía no existía un concepto específico para sustentar esta tarea y era concebido como parte de los objetivos generales. A partir de este momento, el énfasis en el trabajo con mujeres tomó mayor presencia, pues “dado que las mujeres eran las más oprimidas, también tenían las mejores condiciones para convertirse en revolucionarias”. El programa de trabajo organizativo fue pensado por Sakine con cierta autonomía, pues dependía de una valoración colectiva sobre qué era mejor hacer, dado el análisis de contexto que realizaban en campo. En Bingöl trataron de realizar acciones en un sentido de apoyo comunitario y formación ideológica con mujeres, pero también utilizaron la violencia revolucionaria para combatir a los fascistas que había en el pueblo. Después de unas semanas, ya eran alrededor de 25 mujeres en dos grupos de formación que estaban dispuestas a llevar los ideales de la lucha tanto en las familias como en las escuelas y barrios. Cuando Öcalan fue a visitarlas en Bingöl, convocaron a una nutrida reunión donde se alegró de escuchar el trabajo realizado.

Es muy interesante cómo estos trabajos en el territorio, directamente vinculados a las familias y a su vida cotidiana, permitieron a los cuadros como Sakine tener una comprensión más profunda de los problemas cotidianos de la gente y buscar estrategias para impulsar la conciencia revolucionaria. También es notable el nivel de crítica y autocrítica que ejerció Sakine sobre su propia incursión en las comunidades y barrios para difundir la necesidad de luchar de forma organizada como pueblo kurdo. No obstante, recorrer los pueblos de Kurdistán y hablar con la gente creó un nuevo sentido de pertenencia para Sakine y fortaleció su convicción: “Me llenaba de orgullo y felicidad formar parte de la lucha por este país, cuya pobreza notable algunas veces me llenaba los ojos de lágrimas”. Esto le permitió a Sakine tener una visión más amplia sobre las formas culturales y la religión, pero también sobre cómo operaba la desigualdad en los pueblos y de qué formas se podría potenciar la organización para la liberación. A pesar de que aún no eran comunes nociones como la equidad de género y la liberación de las mujeres, la labor de Sakine con las mujeres, especialmente con aquellas de cierto nivel intelectual, tuvo enormes efectos.

Entre 1977 y 1978, Sakine se dedicó al trabajo en estas regiones de Kurdistán. Formaron buena cantidad de cuadros en los barrios y comités regionales en cada una de las ciudades, con cada vez más aceptación popular. Tanto fue así que en diferentes ocasiones, Öcalan fue directamente a estos sitios para tener reuniones masivas con los grupos organizados y motivarlos a sumarse a la lucha. Hablaban de la historia de Kurdistán y de la composición heterogénea de su sociedad. Leían textos sobre historia sobre los partidos comunistas en el mundo y varios escritos de Lenin. Aunque en varias ocasiones la policía estaba acechando este tipo de reuniones clandestinas, la mayoría de las veces Sakine y sus compañeros lograron esquivar cualquier sospecha. Aplicaron una infinidad de estrategias para evadir la vigilancia y los operativos estatales. A veces cambiaban de domicilio para vivir o reunirse, quemaban evidencia física de panfletos y comunicados, circulaban las armas y municiones en diferentes sitios, y regularmente se hacían pasar por estudiantes cuando llegaban a un nuevo barrio.

Para Sakine, el trabajo político encubierto tuvo buenos resultados en las escuelas, desde aquellas especializadas en artes hasta los colegios en materia de salud. Muchas mujeres jóvenes estudiantes se vincularon al movimiento durante estos años e hicieron contrapeso a la propaganda que realizaban los fascistas. En una ocasión, el grupo encargado de las acciones militares de la organización realizó una operación contra el alcalde fascista de Bingöl. Durante la huida, algunos compañeros fueron heridos. Cuando lograron llegar al departamento y esconderse, Sakine tuvo que curar a uno de ellos de una herida de bala. Sentir el dolor del compañero fue muy duro para ella, que comenzó a llorar. Otros compañeros le recriminaron que era muy sensible, que tenía que ser “fuerte”. Durante este evento, Sakine reflexionó también sobre la dimensión emocional como algo que también es parte de la lucha revolucionaria y, por lo tanto, se tenía que aceptar, pues “cuando se ama, las emociones fuertes son inevitables”. Criticó a sus compañeros por sus comentarios contra ella, pero aceptó que en la lucha revolucionaria hay ciertos costos que se deben considerar.

Con esta base social establecida, se decidió la creación de un órgano con cierta centralidad democrática. Sakine estuvo presente en el congreso fundacional. Allí acudieron todos los cuadros más importantes del movimiento, el “cerebro” del proceso revolucionario. Sakine y Kesire eran las únicas dos mujeres en este evento histórico para el pueblo kurdo. En una primera intervención larga y profunda, Abdullah Öcalan habló sobre las condiciones de la lucha de liberación nacional y qué tipo de estrategias había que forjar para una organización de corte leninista. Se realizó un borrador de programa político y un estatuto. Después se vertieron los informes del trabajo que cada uno coordinaba en cada región, lo que permitía tener un diagnóstico más certero sobre cómo se estaba planteando la lucha en todo Kurdistán. Desde ese momento, Sakine tomó la palabra y habló de lo que habían hecho en Elaziğ, colocó el énfasis en el trabajo con las mujeres y crítico que este objetivo no se había potenciado en ningún lugar donde los varones ni siquiera involucraban a sus esposas o hermanas en el trabajo revolucionario. Una vez que avanzó la reunión, se estableció una estructura mínima del partido. Öcalan fue elegido como secretario general y se eligieron representantes del comité por región, así como el nombre: Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK). Se esbozaron algunas ideas para la bandera y una comisión se encargó de redactar un comunicado. Con este suceso nació el PKK, aunque se mantuvo como un secreto durante un tiempo hasta que se hizo público mediante la difusión del texto.

Después de la fundación del partido y con el ánimo a flor de piel, Sakine realizó un viaje por varias partes de Kurdistán con la firme idea de fortalecer los espacios de organización a través de los cuadros locales y comités ante el creciente clima de represión del Estado turco, que estaba preocupado por la emergencia del movimiento kurdo. Sin embargo, “la lucha por la liberación nacional echó raíces y se siguió desarrollando […] el pueblo de Kurdistán había encontrado el camino de la resurrección. El fuego de la libertad se expandió”. En especial, Sakine tuvo la idea de pedirles a las compañeras de cada pueblo donde trabajaba que escribieran algo sobre las mujeres de su pueblo, sus particularidades y formas de vivir. Este insumo fue muy relevante para poder tener una base de información con la cual comenzar el trabajo organizativo de las mujeres como un objetivo particular del partido, pues tenía el respaldo de Öcalan y del Comité Central para esta tarea. Este fue el inicio del Comité de Mujeres que era coordinado por Sakine, lo que representó la primera conformación de una estructura particular de las mujeres kurdas: “Esa fue una noticia muy grata. Estaba nerviosa y feliz. ¡Levantar el movimiento de mujeres!”, relata con emoción en el libro. La primera tarea era hacer una investigación para recopilar el conocimiento sobre teoría y práctica de los movimientos de mujeres en todo el mundo, desde el pasado hasta la actualidad, para sacar conclusiones para el caso de Kurdistán. La organización revolucionaria de las mujeres tenía ya ciertos elementos concretos en Dersim, Bingöl y Elaziğ. Este fue el inicio del movimiento de mujeres que hoy en día, a más de cuarenta años, es un ejemplo de dignidad a nivel mundial. En 1979, Sakine fue arrestada en su departamento durante una redada de la policía. Fue torturada y enviada a la prisión en la ciudad de Amed, pero su espíritu inquebrantable no podía ser detenido por unos barrotes.

Leer esta obra autobiográfica es un aprendizaje para los internacionalistas del siglo XXI en al menos tres sentidos. En el primero, porque se presentan aspectos muy profundos de la lucha revolucionaria, en este caso del pueblo kurdo, que sólo se pueden explicar a partir de una mirada endógena. Esto es una muestra de la relevancia de que los propios actores sistematicen o produzcan un relato sobre sus experiencias militantes para otorgarle un sentido colectivo a las aportaciones de cada trayectoria personal en la construcción de otros mundos. Hace varias décadas que en América Latina se cuenta con varios registros de este tipo, sobre todo en procesos de lucha armada. Por ejemplo, el libro de Omar Cabezas sobre su experiencia en la guerrilla en Nicaragua con el Frente Sandinista de Liberación Nacional (La montaña es algo más que una estepa verde) o la obra de Roger Blandino en El Salvador con el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (Y seguimos de frente). También existen varios textos no precisamente autobiográficos, escritos por los propios protagonistas de las luchas, pero que colocan un análisis político amplio con el background de la experiencia. Este es el caso ejemplar de los escritos de Fidel Castro y el Che Guevara sobre la revolución cubana o los libros del dirigente campesino quechua Hugo Blanco en Perú (Nosotros los indio”). En sintonía, los textos del Subcomandante Insurgente Marcos, del Ejército Zapatista de Liberación Nacional en México, utilizan diversas herramientas narrativas como el cuento, la metáfora y el sentido del humor. Hay que volver a la escritura como una forma de analizar nuestro tiempo y los desafíos que enfrentamos.

Un segundo sentido que llama notablemente la atención en el caso de Toda mi vida fue una lucha, es que Sakine ofrece una evidencia concreta del valor que tiene la crítica y la autocrítica (tekmil) como esencia de una práctica política radical. A lo largo del libro podemos insertarnos en la subjetividad de la autora, porque constantemente reflexiona sobre su praxis, de forma que nos posiciona respecto a los cuestionamientos que ella misma hace de la revolución y sus contradicciones. De esta manera, los episodios que narra Sakine que abordan la dimensión personal, familiar, comunitaria y de la organización política, son atravesados por un sistemático ejercicio ideológico de crítica que da cuenta del combate cotidiano a las inercias del propio sistema dominante en las relaciones sociales. Este es uno de los grandes aportes del movimiento de liberación kurdo al mundo anticapitalista, el cual fue planteado con excepcional lucidez por Abdullah Öcalan en varios escritos. Al ser una de las fundadoras del PKK, Sakine asumió este ejercicio como parte de su vida diaria y le sirvió como método para descubrir las trampas de la modernidad capitalista y, al mismo tiempo, repensarse a ella misma como producto de la modernidad democrática.      

Otro de los sentidos que aporta el libro tiene que ver con el ejercicio de memoria sobre sucesos históricos que modificaron el devenir de toda una nación oprimida. En la obra de Sakine está muy claro que el punto medular se encuentra en cómo emergieron las mujeres en el movimiento de liberación kurdo. Lo que plantea es el inicio de un largo proceso de reflexión sobre el lugar de vanguardia que ocupan las mujeres en el camino de los movimientos emancipatorios. El libro muestra un fragmento inicial de la historia de la lucha autónoma de las mujeres kurdas que el patriarcado ha intentado borrar. En este sentido, conocer desde adentro este cambio cultural, cómo se gestó el movimiento de mujeres, los retos que tuvieron que enfrentar y las posiciones de los varones respecto a este proceso, son elementos imprescindibles para la comprensión de las luchas actuales de las mujeres en Oriente Medio, así como los diálogos con otras luchas feministas o de mujeres diversas en el mundo. Desde ese momento, han construido sus propias estructuras paralelas al PKK, empezando en 1987 con la fundación de la Unión Patriótica de Mujeres de Kurdistán y la decisión, en 1993, de conformar un ejército formado solamente por mujeres. Desde 2008, el Movimiento de Mujeres Kurdas ha trabajado en la formación de la Jineoloji, una ciencia de la mujer que explora desde una perspectiva propia la dominación patriarcal, el capitalismo y el Estado, para encontrar los fundamentos del poder y la opresión. Con este ejercicio, la Jineoloji intenta ofrecer un punto de vista alternativo a los análisis dominantes, considerando la opresión de las mujeres como punto de partida del patriarcado, pero también mostrando con pruebas el funcionamiento de la sociedad matriarcal para contar “la historia de la libertad”, como apuntó Öcalan. El legado de Sakine avanza en esta dirección y aún tenemos mucho que aprender. Su lucha aportó mucho para esta “revolución dentro de la revolución”, lo que quedó escrito en el corazón de cada una de las kurdas que sueñan con la libertad y de todos aquellos quienes fuimos de alguna manera contagiados por el sueño de cambiarlo todo.

Notas:

(1) Dersim fue la última ciudad sometida después de haberse fundado la nueva república turca. Tras varios intentos por asimilar la región al nuevo Estado, Turquía llevó adelante la campaña militar más sangrienta hasta ese entonces. Entre los años 1937 y 1938 tuvo lugar allí un levantamiento kurdo-aleví. El Estado turco reaccionó con el genocidio de más de 60 mil personas. Miles fueron desplazadas. Turquía practicó una política de tierra quemada. Ahogaba a madres con sus hijos en los ríos y encerraba a la población rural en cuevas quemándolos vivos. El gobierno de Atatürk (Mustafa Kemal) estaba alineado con el fascismo italiano y el nazismo alemán.

(2) Creencia o religión que algunos consideran parte del Islam. Reconocen a Ali como profeta, de allí el nombre de Alevismo. En la región de Dersim, se considera que un 90% de sus habitantes son alevíes, frente a la mayoría sunita de Turquía y países vecinos.

FUENTE: Alberto Colin Huizar / Kurdistán América Latina