Entrevista a Alba Sotorra
Alba Sotorra: "No hay voz más poderosa en contra del extremismo violento que la de las arrepentidas"
Alba Sotorra: "No hay voz más poderosa en contra del extremismo violento que la de las arrepentidas"
La revista cultural Las Furias publica la siguiente entrevista a Alba Sotorra, directora de El retorno. La vida después de ISIS, "el necesario documental nominado a los Premios Goya 2022 que nos da algunas de las herramientas necesarias para entender cómo el autodenominado Estado Islámico pudo seducir a tantos jóvenes y mujeres occidentales".
Alba Sotorra, que en su anterior película Comandante Arian estuvo rodando durante la guerra contra el ISIS junto a un grupo de mujeres guerrilleras kurdas, se adentra en esos campos de mujeres para esclarecer qué motivó a esas mujeres occidentales a pertenecer a un grupo terrorista; hacernos reflexionar sobre su arrepentimiento y descubrirnos el desinterés de Occidente en perdonar e integrar a víctimas de la manipulación del ISIS.
Hablamos con ella:
¿Dónde estudiaste?
Estudié Comunicación Audiovisual en la Universidad Complutense de Madrid.
Estás nominada a los Premios Goya por El retorno: la vida después de ISIS, pero desde Miradas desveladas no dejas de romper estereotipos sobre la mujer islámica, ¿de dónde surge esa inquietud?
Miradas desveladas lo grabé justo cuando salí de la universidad. Era la época del “eje del mal”. Venían todas esas noticias del Irak nuclear, de la invasión de Irak… Era una zona donde ocurrían muchas cosas, bueno, aún lo sigue siendo. Una zona donde se libran las batallas del mundo capitalista por el petróleo y los recursos naturales que tienen.
En esa época, como joven naíf, salí de viaje hacia allí con la idea de traer historias humanas de un lugar que sentíamos que sabíamos mucho, pero en realidad no conocíamos quién vivía allí. Solo lo conocíamos a través de las noticias.
Decidí hacer de mi vida como una especie de performance y salí desde Reus a Pakistán haciendo autostop. Así fue como rodé Miradas desveladas, a lo largo de un viaje de más de un año.
En ese viaje y de forma natural, empecé a centrarme en mujeres. Todo fue surgiendo de la gente que conocía en el camino haciendo autostop. Fue todo muy casual. En Bosnia me fascinó el trabajo de una artista y empecé a grabarla. Lo mismo en Kurdistán o en Irán.
Era una época en la que yo sentía que el feminismo había sido una lucha de mi madre y que yo ya lo tenía todo fácil, pero en ese viaje hice toma de conciencia de perspectiva de género.
Esas mujeres, su valentía y su lucha me inspiraron y me siguen inspirando a día de hoy. Las vi como a unas heroínas y así es como las quise retratar.
Fuiste muy valiente al hacer un viaje de esas características siendo tan joven, ¿cuál fue tu impulso?
Tenía unas ganas muy grandes de conocer. De sumergirme en ese mundo. Para filmar y retratarlo siempre he sentido y aún me es imprescindible, la vivencia personal. Necesito conocer muy de cerca, intimar, profundizar desde la vivencia y la convivencia aquello que quiero filmar. No soy una observadora externa, o neutra. Necesito vivir para contar.
Contar sin que esté mi voz dentro, ya que me han interesado mucho más las voces de la gente que conocía. Necesitaba conocer bien a esas personas para captar su voz desde un lugar genuino.
Después de Miradas desveladas rodaste Qatar: The Race.
Sí, estuve casi ocho meses viviendo en Qatar y haciendo la película. Retraté la vida de un qatarí que se dedicaba a las carreras de camellos. Sigo a este personaje en una cuenta atrás, desde que le llega un camello de carreras a su finca y lo entrena, hasta que gana una carrera de camellos internacional muy importante.
En paralelo, sigo a un directivo de una multinacional que está construyendo una central hidroeléctrica. También hay una cuenta atrás. Todo el mundo está muy estresado porque no llega al deadline, hasta que finalmente inauguran y llega el rey de Qatar a la inauguración.
Básicamente es la historia de dos hombres que están perdidos en esa carrera hacia el progreso de un espacio que está en construcción. Viviendo totalmente alejados de su familia y de quién eran ellos. Es una película sobre la soledad del hombre contemporáneo.
De Qatar viajas a Afganistán a contar la fascinante historia de Game Over, una de tus películas más conocidas.
Así es. Había estado en Afganistán por Miradas desveladas y me atraía la idea de volver allí. Cuando conocí la historia de Djalal, el protagonista, y su conexión con Afganistán, lo vi claro.
Dajlal tenía una cantidad ingente de material de archivo de toda su vida. Tuvo unos padres obsesivos que lo grabaron desde que era un bebé y después él siguió con esa obsesión. Me interesaba mucho esa proyección de sí mismo.
En Game Over, me gustaba mucho la idea de explorar la masculinidad desde esa idea del héroe. Esa obsesión que tenía él a través de sus recreaciones militares de convertirse en un héroe.
Al final consigue ir a la guerra de verdad para también filmarse en ese paisaje y descubrir allí que eso no era lo que quería.
Cuando vuelve, todo entra en crisis. Él, su identidad, su familia, su casa, e incluso la sociedad, porque se une la crisis económica en España…
En Comandante Arian fuiste tú la que te fuiste a la guerra.
Sí. Aquí siempre digo que fue el espíritu de Djalal, el protagonista de Game Over, que me poseyó. Cuando me veía vestida de militar en pleno frente de guerra pensaba “¿Qué hago aquí? ¿Qué me ha pasado?”.
De alguna forma cada película te lleva a la otra de maneras insospechadas y de formas posiblemente irracionales. Hubo algo en ese tiempo persiguiendo a Djalal y su obsesión por la guerra que me afectó profundamente.
Para contar tu nueva historia viajaste hasta Siria.
Sí, fue muy impulsiva la decisión de viajar a Siria.
Por entonces vivía en Berlín y llegaban las noticias de las mujeres combatientes, imágenes de mujeres con pistolas y sentía que desde los medios daban una imagen muy superficial. Además, fui leyendo cosas sobre la revolución de las mujeres. De cómo estaban luchando por su emancipación.
Todo eso me parecía muy interesante y sentía que era necesario contarlo desde un lugar más íntimo y cercano. Desde un proceso de larga duración.
Como tenía amigos en Kurdistán por Miradas desveladas, pude contactar con gente politizada que estaban involucrados o sabían como entrar a la parte kurda de Siria. Me organizaron la entrada, y sin mucha conciencia de dónde me metía, viajé a Turquía hasta la frontera con Siria. En un pueblecillo me esperaban para cruzarme por la noche ilegalmente hasta Siria.
El primer viaje fue de investigación y estuve tres meses. Después volví con la cámara para rodar y fue una locura, la experiencia más bestia que he vivido nunca. Me quedé fascinada de la causa, el espíritu y las personalidades de estas mujeres. De quién eran estas mujeres. Así empezó este viaje que fueron casi tres años de idas y vueltas siguiendo a Arian.
¿De dónde surgen las historias de tus películas? Te llegan a ti, tienes un sexto sentido para encontrarlas…
Son los personajes, de repente conoces a alguien y te fascina. Sientes que ahí hay algo que contar. En el caso de las mujeres kurdas, cualquier mujer que conocí allí tenía una película o varias.
En el caso de Arian, la película empieza cuando le han disparado cinco balas. Cuando empecé dos años antes no tenía ni idea que ella acabaría prácticamente asesinada.
¿Cómo decides cuándo acaba una película?
A veces lo decido por sensación, cuando siento que ya está, pero a veces me equivoco. En Comandante Arian, cuando grabé la historia y estaba en montaje terminando la peli, fue cuando le dispararon. Me di cuenta de que no había terminado y seguí. Acabé dándole una vuelta muy fuerte a lo que yo pensaba que iba a ser la película.
Es la misma historia la que te va llevando.
En El retorno: la vida después del ISIS decides volver a Siria.
El retorno es fruto de Comandante Arian. La experiencia de estar en primera línea y vivir en el frente lo que es el Estado Islámico, te genera un montón de preguntas. ¿Cómo podría ser que un grupo con un discurso tan radical de violencia fuera capaz de seducir a tantos miles de jóvenes de todo el mundo?
Estando con las tropas kurdas, también había jóvenes de todo el mundo que venían a luchar al frente de las feministas, pero eran muy pocos en comparación con el otro lado.
Lo que no me entraba en la cabeza era cómo habían hecho para convencer a mujeres que habían crecido en Occidente.
Cuando terminó la guerra, bueno, antes de que terminara, cuando cayó Raqqa, que lo hizo un año antes de que acabara la guerra, se formaron dos campos de detención porque empezaron a salir miles de mujeres occidentales que habían estado con el ISIS. Se habían quedado en esa especie de limbo porque ya no tenían pasaporte y porque sus países de origen no sabían muy bien cómo resolver su situación.
Estos campos siguen estando controlados por las excombatientes kurdas y empecé a escuchar que se estaban organizando actividades dentro de los campos para ayudar a estas mujeres. Me pareció inspirador y algo muy interesante para ver. Cómo podía ser que las mujeres kurdas, que justo habían sufrido la violencia del Estado Islámico, fueran ahora las primeras en abrir una puerta de diálogo, en tender una mano e ir allí a ayudar.
Entendí que es lógico que justamente ellas, que han vivido tanta violencia, busquen una alternativa para romper ese círculo de violencia.
¿Fue difícil acceder a ese tipo de campos?
Estos campos son de muy difícil acceso. Nadie ha tenido el acceso que hemos tenido nosotras hasta ahora. La comandante que estaba al cargo era una compañera de la comandante Arian, me consideró amiga y una persona de confianza, por ese motivo nos dejaron las puertas abiertas.
Entiendo que el rodaje de la película fue con un equipo reducido.
Sí, al principio fuimos siete y de las siete cinco eran kurdas. Había muchas emociones mezcladas al entrar en ese campo porque todas habían perdido a gente muy cercana en la guerra.
¿Cómo planteaste la historia?
Al principio queríamos centrarnos en la mujer kurda que estaba dando el taller. En ver ese esfuerzo tan revolucionario que estaban haciendo estas mujeres kurdas. No queríamos ni escuchar a las otras.
Teníamos muchos prejuicios. Sentíamos que una mujer occidental que se había marchado al Estado Islámico no podría tener mucho en la cabeza. Pensábamos que serían mujeres con las que nos sería muy difícil conectar y en cambio, luego fue todo lo contrario.
Descubrimos a mujeres muy politizadas que habían vivido historias muy complejas que merecían mucho la pena escuchar y contar.
Quisimos explicar como la era digital ha hecho posible algo que no podría haber existido antes de Facebook o Twitter.
Siento que no hay fuerza más grande para prevenir el extremismo violento que la voz de una persona que lo ha vivido y se arrepiente.
¿Llegaste a sentir en su discurso el arrepentimiento?
Sí. Que algunas de ellas no se sientan culpables, que no entiendan por qué llevan más de tres años encerradas en estos campos de detención, no significa que no se arrepientan. Todas se arrepienten de una forma incuestionable haber tomado la decisión de ir. Si pudieran volver atrás, nunca lo harían.
¿Se arrepienten porque les ha ido mal y no era lo que ellas esperaban?
Se arrepienten porque sienten que les han engañado y no se reconocen en quiénes eran cuando tomaron la decisión de ir.
Pero muchas de ellas llamaban a la violencia. Hay un momento en el que una de las chicas dice que vio la cabeza cercenada de alguien en la basura y que tampoco fue para tanto…
Hay que tener en cuenta que cuando tú estás cuatro años dentro de un grupo armado que está siendo atacado desde fuera… Mira, te pongo un ejemplo desde mi percepción: cuando yo estaba con las kurdas en el frente, Kobane estaba asediada. Nosotras éramos débiles y el Estado Islámico era el grupo fuerte. Ellos eran los malos. Yo no veía caras. Cuando veía a gente de ellos joven después de un combate yo no sentía nada.
Cuando empezó la Coalición Internacional a apoyar al grupo kurdo en su avance hacia Raqqa, los aviones y tanques de la coalición bombardearon la zona. En ese momento estás fuera y sientes que con cada explosión te resuena el pecho. Estás a uno o cinco kilómetros de la explosión, pero empiezas a pensar en la gente que está en Raqqa.
El primer momento en el que yo sentí pena por esos enemigos que yo siempre había visto como una mancha negra, fue ese día. Llegaban civiles que huían de los bombardeos a los puestos kurdos. Llegó una mujer de Raqqa con su hijo en brazos. Cuando soltó al niño, estaba muerto. Para esta mujer si alguien la entrevistase y le preguntase qué piensa de la Coalición Internacional podría decir que son unos terroristas que han matado a su hijo.
En el caso de Shamima, que es la que dices que dijo eso, ella ha perdido dos hijos; han matado a mucha gente que conocía; ha estado dos meses en un sótano bajo tierra, sin agua, sin luz y meándose encima. La percepción de alguien cuando ha salido de una experiencia traumática, de una guerra que ha durado tanto, puede ser muy diferente a lo que imaginamos.
No digo que esté bien lo que ella dijo, pero sí puedo entender de dónde viene. En qué momento se puede decir, y puedo ponerlo en contexto. Poniendo en contexto la vivencia, creo que hay que ser más comprensivos.
No hay voz más poderosa en contra del extremismo violento que la de las arrepentidas. Hay miles de mujeres tan enfadadas, que abiertamente y estando en Siria, en un lugar donde en cualquier momento puede entrar el Estado islámico a por ellas, dicen que el Estado Islámico es una secta; que les han engañado; que todo viene del líder que estaba creando un califato para él mismo. Todo esto es muy poderoso como argumentario para cualquier joven en Europa que pudiera estar pensado en unirse al Estado Islámico.
¿Qué opinión guardaban de los maridos con los que las casaron en el Estado Islámico?
Mira, cuando las conocí quería que todas odiasen a sus maridos, que cuando les preguntase por ellos me dijeran que los odiaban. Pero me sorprendió mucho cuando algunas de ellas me dijeron que sentían que aún estaban enamoradas, fue como un cubo de agua fría en la cabeza.
Lo he hablado con una colega psicóloga y cuando vives un momento traumático, tu vida está en juego, y sobrevives, se crean unos lazos muy fuertes. A mí me ha pasado con mis amigas combatientes. De repente conoces a alguien, solo llevas dos meses de amistad, y lo que sientes es muy fuerte.
Perdí a una amiga que hice allí y durante unos meses estuve muy mal. Habríamos pasado como dos meses juntas, pero un contexto tan extremo te une a esa persona de una forma muy fuerte. Creo que para ellas hay mucho de esto.
Hay una historia que no está contada en el documental, una de las alemanas había llegado con su marido desde Alemania. Ella ni siquiera se unió al Estado Islámico, ella lo hizo a Jabhat Al-Nusra que es otro grupo islámico. Fueron a luchar contra Bashar al-Ásad, después de ese bombardeo de vídeos en los que se veía como al-Ásad torturaba y mataba a niños y adolescentes en las manifestaciones. Cuando en la guerra mataron a su marido, la cogió el Estado Islámico y a los meses se casó con un herido de guerra que no podía combatir. Para ella, él era la opción de poder salir de allí y así se lo hizo saber. Él lo aceptó.
Pasaron los meses, y él era tan bueno con ella y con sus hijas, que se acabó enamorando de él. Tuvo un último hijo con él, su cuarto hijo, ella ya tenía tres hijas.
Nunca se habría enamorado de ese hombre en un contexto de libertad en Europa. Pero en otro contexto, los sentimientos y las emociones son complejos.
Ella sigue enamorada de él. De un hombre feo y tullido con el que la obligaron a casarse.
¿Cómo gestionas el miedo?
Miedo, tengo mucho, pero hay personas a las que el miedo les bloquea y a mí, en cambio, me hace estar más presente. También hay algo de inconsciencia. De entrar en un lugar sin saber que va a ser así.
Con El retorno no hubo miedo porque la guerra ya había terminado.
¿Qué nos puedes contar de Francesca i l’Amor?
Es una película que empecé después de Comandante Arian porque tenía muchas ganas de hacer una película con las mujeres que quiero en Barcelona y Francesca es una de mis mejores amigas. Tenía ganas de hacer un proyecto que me permitiera pasar tiempo con ellas y en Barcelona.
Francesca Llopis y yo compartimos casa durante un tiempo y viví el momento en el que su hija se fue de casa. Me pareció fascinante que una mujer como Francesca, que es la mujer más moderna, más “echá palante” y más rebelde que he conocido nunca, viviera el nido vacío. Me pareció muy interesante su respuesta al vacío que sintió. Que con 65 años decidiera buscar el amor a través del Tinder.
Al principio la empecé a grabar como en risa, y finalmente se convirtió en película.
Creo que es una historia interesante porque nos faltan modelos de mujeres. Cuando piensas, “¿cómo voy a ser a los 65?” yo miraba a Francesca y pensaba, “yo seré como Francesca”.
¿Te planteas un salto a la ficción o seguir en el género documental?
Siento que el documental es una gran escuela para coger y tener una voz propia. Creo que es como escribir un buen libro. Una buena ficción la haces con una madurez, habiendo vivido un montón de cosas, ¿no?
En ese sentido, con tu trayectoria, la calidad y el riesgo del tipo de documentales que has rodado, ¿no crees que ya estás en ese momento de hacer ficción?
(Risas) No sé, de momento todavía, no. Estoy produciendo ficción de otras directoras. Tenemos una productora en Barcelona que monté, en principio, para producir mis documentales. Pero empezamos produciendo proyectos muy locos kurdos y ahora estamos rodando nuestra primera ficción. Ahora mismo estoy en Galicia, en Costa da Morte, en el rodaje de Sica, la primera película de ficción de Carla Subirana que también viene del documental.
Es una película que estamos produciendo junto a Miramemira y tenemos a un equipazo del cine de autor.
Sica es una película del género coming-of-age. Es la historia de una adolescente de 13 años que se pasa los días en el mar esperado que el mar le devuelva el cadáver de su padre que ha desaparecido en un naufragio. Allí conoce a un chico especial. Un caza tormentas que le dice que llegará un día en el que una tormenta devolverá todo lo que el mar le ha robado a la tierra.
Es una película de realismo mágico sobre una niña que se hace mayor al descubrir lo que pasó detrás del naufragio. Es un acercamiento a la madre de la que se había distanciado.
Estamos trabajando con actores naturales. Hemos hecho un casting a muchos adolescentes durante un montón de meses y la estamos rodando en un estilo muy dardeniano, con una cámara siempre en movimiento. Esta rodada en 16mm y plano secuencia, la cámara siempre está al lado de Sica, que es el nombre de nuestra protagonista.
Cuestionario Furioso a Alba Sotorra:
Película favorita: Prefiero decir un director que una película. Me encantan Herzog y Agnès Varda.
Serie favorita: El cuento de la criada. Se parece mucho al mundo del ISIS.
Libro favorito: La isla de las mujeres del mar, de Lisa See.
Cómic favorito: ¡Háblame de amor!, de Robert Crumb y Aline Kominsky.
Cantante, grupo o músico favorito: Love.
Artista plástico favorito: Francesca Llopis.
Miedo tecnológico: Miedo al poder de manipulación de las redes sociales.
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