Apiñado en condiciones inhumanas con cientos de personas en el lado bielorruso de la frontera con Polonia, Zanyar Ahmad Mohamed Karim decide gastar en contar su historia uno de los bienes más preciados en los desplazamientos migratorios, la batería del móvil, porque lo cree más importante para su suerte. Karim, un kurdo iraní de 26 años, asegura a través de mensajes del servicio de mensajería WhatsApp que huye de la persecución a su minoría étnica con destino a la Unión Europea (UE), a través de la nueva ruta abierta en Bielorrusia por el régimen de Aleksandr Lukashenko. “Creo que en Europa estaré seguro”, escribe.
Cuenta que nació en Paveh, una ciudad de la provincia de Kermansha, en el Kurdistán iraní. Su familia huyó a Irak, también a la zona kurda, cuando él tenía 12 años. Lo hicieron para escapar de una “situación peligrosa”. “Irán odia a los kurdos”, añade este joven.
A esa edad empezó a trabajar con su padre como porteador a través de las montañas que separan ambos países, cargando a la espalda alimentos o equipamientos electrónicos de contrabando. Más tarde, se licenció en Matemáticas. En su perfil de Facebook hay una fotografía de un listado -en el que figura su nombre- de las asignaturas que cursaba en el curso 2014-2015 en Sulaimani, una universidad pública en la ciudad de Sulaimaniya, en el Kurdistán iraquí.
Trabajaba también, añade, para un partido político kurdo de Irán. “Mi vida estaba en peligro por Irán. Si investigas un poco, verás que Irán puede hacer lo que quiera en Irak”, dice. Primero, hace un año, intentó llegar a territorio de la UE a través de Turquía, pero no lo consiguió. La tentativa le costó 1.500 dólares (unos 1.310 euros).
Este año, empezó a ver en internet y en las redes sociales anuncios de agencias turísticas en los que se ofertaban paquetes de viaje para entrar a la UE a través de Bielorrusia. “Muchos kurdos vienen a Europa de esta forma”, precisa Karim.
Pagó 3.750 dólares (3.277 euros) por un vuelo de Bagdad a Minsk, la capital bielorrusa, el visado y cuatro días de hotel en la ciudad. Una parte, con los ahorros de años como porteador. La otra, gracias a un préstamo de su familia.
Aterrizó el 5 de octubre y pasó al final 10 días en Minsk, antes de dirigirse a la frontera en taxi, un trayecto que cuesta 200 dólares. No lleva 27 días en la frontera porque, aunque es “muy complicado”, ha logrado volver alguna vez a la capital bielorrusa y regresar a la frontera, para retomar con más fuerzas su objetivo de colarse en Polonia. Tiene dos destinos finales en mente: Alemania o el Reino Unido, que ya no está en el club comunitario. “Allí hay humanidad y están algunos de mis amigos”, apunta.
Karim ha intentado cruzar a Polonia en cinco ocasiones -Varsovia informó ayer de otros 200 intentos de atravesar la frontera-. En dos de ellos entró, pero apenas pudo avanzar un kilómetro antes de ser arrestado y conducido de vuelta a Bielorrusia -devolución en caliente-, una práctica contraria a la Convención de Ginebra que regula el derecho internacional humanitario y que el gobierno polaco está aplicando en la gran mayoría de los casos, según denuncian los activistas que están en contacto con los refugiados y migrantes en la frontera. “Ahora estamos yendo en grupo”, precisa.
Envía un selfi en el que aparece vestido con una sudadera y un abrigo. Pide que no se difunda. Aparece con ojeras, los ojos vidriosos y una larga barba. “Estoy enfermo por el frío”, explica. Parece haber envejecido prematuramente respecto a las fotos de hace apenas dos años que aparecen en su perfil de Facebook, que permiten vislumbrar retazos de su vida anterior, como una imagen felicitando el Ramadán o la entrega de un reloj como regalo, aparentemente a su pareja.
Karim puntualiza que los soldados bielorrusos han empezado a darles dos exiguas comidas al día. “No les llega a algunas personas”, apostilla, “es difícil cogerla porque todo el mundo tiene hambre”. Y estima que son alrededor de 3.000 las personas que forman el gran grupo apostado frente a la valla del lado bielorruso -Polonia eleva esa cifra a unos 4.000, de un total de 15.000 a 20.000 en toda Bielorrusia-, en las inmediaciones de la aldea polaca de Kuznica, el punto fronterizo caliente de la crisis, cerrado por las autoridades polacas.
Este joven kurdo iraní se topa, sobre todo, con otros kurdos, principalmente iraquíes. “Hay también algunos de Siria y muy pocos de Irán”, escribe en un whatsapp.
En un momento de la conversación, Karim encadena una súplica: “No tenemos esperanza. Algunos han muerto. Estamos en peligro. Y hace mucho frío, vamos a helarnos. Para mí no hay diferencia. Si vuelvo a mi país, moriré. Si me quedo aquí, moriré”.
FUENTE: Antonio Pita / El País