Hasan Kılıç: "Abdullah Öcalan imagina un futuro democrático para la región"

Hasan Kılıç afirmó que el llamamiento de Abdullah Öcalan del 27 de febrero refleja una visión de largo alcance y lo describió como un esfuerzo por empezar a construir desde ahora un futuro democrático para Oriente Medio.

ENTREVISTA

Tras el llamamiento de Abdullah Öcalan del 27 de febrero por la Paz y una Sociedad Democrática, el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) celebró su XII Congreso los días 5 y 6 de mayo y declaró que la cuestión kurda había llegado a un punto en el que podía resolverse mediante la política democrática. En este sentido, el PKK anunció que había cumplido su misión histórica. Mientras se esperan pasos concretos del Estado turco ante estos acontecimientos, las declaraciones recientes incluyen llamamientos al Parlamento para que asuma su responsabilidad en este proceso.

¿Cuáles son las condiciones que configuran todo este proceso, el llamamiento del 27 de febrero y la declaración del congreso del PKK? En estas circunstancias en evolución, ¿qué tipo de marco político plantea Öcalan? El politólogo Dr. Hasan Kılıç habló con ANF sobre la crisis de la modernidad capitalista y el colapso del antiguo orden, subrayando la importancia del marco esbozado por Öcalan en este contexto de transformación.

Sueles argumentar en tus escritos que “el orden liberal se está desmoronando” y examinas la reestructuración global desde esta perspectiva. A la luz de ello, ¿cómo interpretas el llamamiento del 27 de febrero por la Paz y una Sociedad Democrática, especialmente en lo que respecta a Oriente Medio, que se sitúa en el centro de esta transformación?

Desde hace bastante tiempo, incluso las instituciones centrales de la modernidad capitalista debaten que la forma actual del sistema ya no es sostenible, ni económica, ni geopolítica, ni moralmente, ni en cuanto a las normas que ha generado. El fin del mundo unipolar se discute desde hace décadas. Mientras tanto, durante la fase neoliberal del capitalismo, el sistema dependió cada vez más del capital financiero como forma principal de acumulación. Este camino empezó a quebrarse con la crisis de 2008, lo que indicó la necesidad de una nueva ecuación político-económica. Tras el colapso de la Unión Soviética, la hegemonía occidental impuso y aplicó ‘normas liberales’ por todo el mundo. Sin embargo, el ascenso de líderes populistas, los bloqueos políticos y económicos, y el hecho de que las crisis de clase provocaran un giro político hacia la derecha en amplios sectores de la sociedad, revelaron que esas normas ya no podían resolver los conflictos ni establecer una legitimidad mutua. Al mismo tiempo, expertos del Fondo Monetario Internacional (FMI) declaraban que el orden posterior a la Segunda Guerra Mundial se estaba desmoronando, mientras que el principio de ‘soberanía territorial’, piedra angular de ese orden, perdía rápidamente su relevancia.

En resumen, la modernidad capitalista se enfrenta a una crisis de múltiples capas —económica, política, cultural y ética— en la que cada dimensión se retroalimenta. Esta crisis pone de manifiesto la necesidad de una transformación en el sistema mundial existente. Como reflejo de estas crisis, estamos siendo testigos de niveles de empobrecimiento e inequidad sin precedentes en la distribución de la riqueza, de la grave destrucción de los sistemas ecológicos y de una transformación de las estructuras estatales centrada en la seguridad. Todos estos acontecimientos negativos están afectando la vida de miles de millones de personas. Incluso las instituciones centrales del capitalismo han empezado a reconocer que el modelo actual es insostenible y que está abriendo el camino a una tormenta perfecta, a una rebelión generalizada de millones. Esta situación ha desencadenado una búsqueda global de alternativas. Por ejemplo, en Davos, el templo simbólico del capitalismo, se inició el debate sobre un ‘Gran Reinicio’. La OTAN revisó su perspectiva estratégica. Y en 2018, Estados Unidos (EE. UU.), aún potencia global dominante, declaró públicamente que las guerras del futuro se librarían entre Estados.

Desde el colapso de la Unión Soviética, el ‘orden liberal’ ha entrado en una crisis profunda y generalizada. Por tanto, la famosa afirmación de Karl Marx, “la violencia es la partera de toda sociedad vieja encinta de la nueva”, vuelve a estar presente. En su búsqueda de establecer un nuevo orden, el capitalismo ha colocado la violencia en el centro.

Cuando la modernidad capitalista recurre a la violencia para crear lo nuevo, a menudo convierte Oriente Medio en un campo de pruebas. Lo que se está desarrollando en la región desde el 7 de octubre refleja una doble realidad: el colapso de los antiguos órdenes y el inicio de una lucha por moldear lo nuevo. Esta realidad tiene múltiples dimensiones.

¿Cuáles son esas dimensiones?

Primero, el régimen de Assad, cuyos cimientos se remontan a la Guerra Fría, ha sido desmantelado de facto. Esto marca el fin de una lectura de Oriente Medio orientada por la Guerra Fría. Segundo, las fuerzas proxy están siendo eliminadas rápidamente, y a algunos actores no estatales se les ofrece ahora la opción de integrarse en el sistema bajo el nuevo orden. En otras palabras, a medida que la violencia da lugar a lo nuevo, también surgen graves riesgos y amenazas, pero también grandes oportunidades para todos los actores implicados. La tercera dimensión es que la modernidad capitalista pretende reconfigurar económica, política, geopolítica, ética y culturalmente Oriente Medio, utilizándolo como banco de pruebas para un modelo que espera exportar globalmente.

Si miramos hacia atrás en la historia, vemos claramente que Oriente Medio ha sido siempre una región donde el capitalismo no ha logrado echar raíces. Enfrentarse a esta realidad conduce a dos opciones: o los pueblos de Oriente Medio siguen vistiendo un traje confeccionado por las fuerzas de la modernidad capitalista, un traje que nunca les encaja, o cortan su propio camino y rompen el cordón umbilical por sí mismos.

Es precisamente en esta encrucijada donde el llamamiento del 27 de febrero del Sr. Öcalan por la Paz y una Sociedad Democrática cobra todo su significado. El contenido del llamamiento deja claro que dos fases histórico-mundiales, el socialismo real y la Guerra Fría, han llegado a su fin. El Sr. Öcalan vincula la aparición y desarrollo del PKK a estas condiciones históricas globales. Al hacerlo, indica que con la desaparición de las condiciones que dieron lugar al PKK, ha comenzado una nueva fase. Desde su primera frase, el llamamiento capta el espíritu de los tiempos y la profundidad de la transformación global y regional con notable claridad. El Sr. Öcalan reconoce que las condiciones histórico-mundiales han cambiado y que este cambio exige una respuesta audaz. En este contexto, ofrece un nuevo camino y una nueva apertura para Oriente Medio, Turquía y el pueblo kurdo. Volviendo a mi punto anterior, todo el mundo en Oriente Medio navega hoy por el futuro con alguna opción imaginada en la mano. Sin embargo, el Sr. Öcalan propone un futuro comunal democrático para la región. Entre numerosas visiones, como prolongar las tensiones en nombre de la seguridad de Israel, imponer un nuevo orden de explotación y estabilización en beneficio de Israel, o revivir fantasías neo-otomanistas, la suya es una alternativa radicalmente distinta y transformadora. Demuestra tanto la realidad como el coraje de deconstruir radicalmente todo lo que pertenece al antiguo orden. Muestra que, si se construye una sociedad democrática mediante consenso democrático en Turquía y en el conjunto de Oriente Medio, los pueblos de la región pueden romper su propio cordón umbilical y forjar su destino.

En última instancia, el llamamiento del 27 de febrero no es simplemente una respuesta al caos del momento presente. Es el producto de una mente que ha calculado la trayectoria global y sus implicaciones para la región con gran clarividencia. Es una declaración que no busca únicamente responder a la crisis, sino empezar a construir el futuro aquí y ahora. Por esta razón, describirlo como ‘el Llamamiento del Siglo’ es absolutamente apropiado.

Tras el llamamiento del Sr. Öcalan, el PKK anunció su decisión de disolverse. En muchos comentarios, se enfatiza que los frentes de una Tercera Guerra Mundial se están ampliando. En un momento en el que la guerra continúa y muchos de los derechos democráticos conquistados tras la Segunda Guerra Mundial están siendo revertidos, ¿refleja esta disolución las nuevas condiciones globales?

Si pensamos en si hay una Tercera Guerra Mundial basándonos en la imagen asociada a las dos primeras guerras mundiales, probablemente nos equivoquemos. Interpretar el conflicto mundial actual a través de las representaciones visuales y simbólicas de guerras pasadas no es el enfoque correcto. Esto se debe a que cada guerra mundial tuvo causas económicas, políticas, sociales y culturales concretas.

Hoy en día, estamos experimentando una recesión en las mismas estructuras económico-políticas, geopolíticas, éticas y morales que provocaron las dos primeras guerras mundiales. El desplazamiento del poder hegemónico, las múltiples contradicciones entre fuerzas globales rivales, la suspensión de los valores compartidos que una vez cohesionaron a las sociedades, la expansión de la violencia a casi todas las regiones del mundo, el bloqueo en la acumulación de capital y el aumento dramático de la pobreza y la precariedad. Estos son todos elementos de nuestra realidad actual. Si pensamos en las guerras mundiales no a través de imágenes, sino de condiciones materiales y lógica de causa y efecto, entonces vemos claramente que ya estamos viviendo una Tercera Guerra Mundial.

Esta guerra no es una que se ganará únicamente mediante la violencia o sus instrumentos. La violencia es solo un elemento de la Tercera Guerra Mundial y del orden que se espera que le siga. No es un elemento irreemplazable ni irreversible.

Interpretar la decisión de disolución del PKK únicamente a través del prisma de la violencia sería una grave omisión. Sí, esta guerra tiene dimensiones violentas. Pero la lucha por la configuración del orden posterior a la guerra merece un análisis más amplio y profundo. En este sentido, la declaración que acompaña a la disolución incluye una observación muy acertada: esto no es un final, es un nuevo comienzo.

La evaluación correcta de las condiciones actuales sugiere que la decisión se tomó con la intención de participar en el nuevo orden mundial emergente y, dentro de ese orden, liderar una lucha revolucionaria, democrática y socialista. Lo que estamos presenciando es una respuesta a la coyuntura presente y, al mismo tiempo, un paso hacia adelante que ofrece una perspectiva de futuro.

Turquía ya ha atravesado procesos de paz anteriormente. Sin embargo, las condiciones y el contexto han cambiado. Como ya hemos discutido, las realidades actuales presentan un marco diferente. A la luz de esto, ¿cuál es el panorama actual, al menos a corto plazo, para los kurdos dentro de esta nueva realidad, que en cierto modo trasciende a Turquía misma?

Los procesos de paz anteriores no deben considerarse episodios aislados que «ocurrieron y terminaron». Deben verse como parte de una lucha política a largo plazo, con experiencias y legados que continúan adelante. Las diferencias de contexto simplemente reflejan la evolución de las condiciones globales, regionales y nacionales. La búsqueda global actual de un nuevo orden genera nuevas visiones sobre cómo debe reconfigurarse Oriente Medio. En este sentido, el señor Öcalan aborda la cuestión a través de cuatro capas interrelacionadas. En la primera, el foco está en proteger al pueblo kurdo y garantizar sus derechos. La segunda implica la democratización de Turquía. La tercera aspira a establecer una forma alternativa de vida democrática en Oriente Medio. Y la cuarta contempla una alternativa socialista democrática de resonancia global. Desde la perspectiva kurda, el desarrollo más previsible en el futuro cercano es el fin de un destino impuesto durante un siglo en Oriente Medio. Es un momento para fortalecer y avanzar en los logros kurdos —políticos, culturales y sociales— y para posicionarse como un referente para la alianza democrática en la región (y potencialmente en el mundo), mediante modelos alternativos de gobernanza, económicos, de liberación de género y enfoques ecológicos.

Volviendo la atención a Turquía, observamos que, a diferencia de procesos de paz anteriores, actualmente no existe una oposición significativa por parte de la principal oposición ni de otros sectores de la sociedad. Sin embargo, uno de los puntos de debate más actuales y sensibles se ha convertido en el Tratado de Lausana, que ha sido instrumentalizado por ciertos círculos políticos. ¿Cómo interpreta usted el modo en que se está planteando este debate?

En primer lugar, las normas, los códigos éticos y los valores morales del llamado «orden liberal» han perdido su validez, lo que dificulta entender el Proceso de Sociedad Democrática y Paz a través del prisma de precedentes globales. Algunas personas lo describen como un caso de «primero paz, luego resolución», mientras que otros lo llaman un «proceso atípico». Estas interpretaciones divergentes se originan en esta transformación global.

Dicho esto, hay varios aspectos clave que distinguen este proceso de los anteriores. Primero, debido a los desarrollos globales y regionales, el proceso cuenta con un mayor apoyo internacional que los previos. Esto se debe a que muchos actores están comprometidos en construir un nuevo orden global, y para ello es necesario integrar tanto a los kurdos como a Turquía en sus visiones futuras. Segundo, el Estado parece más consolidado en su enfoque para resolver la cuestión en comparación con intentos anteriores. Aunque todavía existen fuerzas opositoras, tanto a nivel global como dentro del propio Estado, el número de actores disruptivos es significativamente menor. Tercero, la lucha por la libertad kurda ha alcanzado un nuevo nivel. Ya ha desmantelado la narrativa oficial negacionista. En un momento, el discurso dominante cambió a: «Sí, existen kurdos, pero no tienen derechos». Esa resistencia también fue superada. Luego vino la postura: «Los kurdos existen, pero solo pueden concederse derechos individuales, no colectivos». Durante esa fase, se fomentaron tendencias derechistas entre los kurdos, pero incluso ese punto fue superado. Hoy estamos en una fase en la que la identidad colectiva kurda y los derechos colectivos son activamente reconocidos y reivindicados.

Es importante no perder de vista esta realidad acumulada al abordar los debates contemporáneos. El debate sobre Lausana, en este sentido, es un intento de los opositores al proceso por reactivar miedos históricos congelados con el fin de desviar el progreso actual. Su estrategia central consiste en presentar cualquier crítica a Lausana como un ataque a la república o al Estado, y utilizar esta percepción fabricada para difundir la oposición al proceso. Pero en realidad, no hay rechazo al Tratado de Lausana como hecho histórico. Más bien, lo que se cuestiona es la hostilidad antidemocrática y anti-kurda producida por sus consecuencias. El objetivo real es aceptar Lausana como una verdad histórica, pero remodelar sus resultados mediante la democratización de la república y la transformación del Estado en una entidad más democrática.

Y seamos claros: los opositores a este proceso son plenamente conscientes de esta realidad. Su preocupación no es la precisión histórica; su meta es preservar su comodidad dentro del orden vigente, sostener la supremacía turca y mantener las relaciones coloniales tal como están. Así que, mientras que en la superficie el debate pueda parecer sobre Lausana, el asunto más profundo trata de resistir la continuidad del colonialismo y luchar por una vida igualitaria y democrática. Es una lucha entre el mantenimiento de un régimen autoritario y singular, y la realización de una Turquía democrática. Es una confrontación entre la fantasía de recolonizar a los kurdos y la descolonización compartida de kurdos y turcos.