Ya en 1832, Carl von Clausewitz esbozó en su obra inacabada “Sobre la guerra” que la guerra es la continuación de la política por otros medios. Observando la política actual de Erdogan, uno tiene la sensación de que este planteamiento es más aplicable que nunca. Erdogan está librando una guerra (híbrida) contra el Kurdistán. La Administración Autónoma del Norte y Este de Siria (Rojava) y la Región Autónoma del Kurdistán (Bashur), en el norte de Irak, se ven especialmente afectadas. La población civil está sufriendo en primer lugar, pero también las aspiraciones democráticas de un orden social no estatal como el que se practica en Rojava. Erdogan está utilizando esta guerra para su propia supervivencia política.
En la investigación sobre la paz y los conflictos, hay desacuerdo sobre lo que define una guerra. En el caso de las acciones de Erdogan, también hay que replantearse la noción de una guerra clásicamente tradicional y convencional entre dos Estados-nación (como la guerra de Rusia contra Ucrania). Erdogan está librando una guerra híbrida. Y esto no debe entenderse como una versión menos mala de la guerra convencional, como podría sugerir el término “híbrida”. Todo lo contrario: como Erdogan se abstiene deliberadamente de utilizar la totalidad de sus fuerzas militares, evita hábilmente la atención de los medios de comunicación internacionales. Desde el 24 de febrero del año pasado, esta atención se ha centrado principalmente en Ucrania.
En Rojava, Erdogan está utilizando todo lo que tiene para ofrecer
Por ejemplo, Turquía está librando una guerra de drones en Rojava, que apenas ha suscitado críticas internacionales. Y ello mientras sigue aumentando la intensidad de los ataques. Desde hace mucho tiempo, no solo los objetivos militares de las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS) son blanco de asesinatos, sino también las personas que participan socialmente en el autogobierno. De ello informó detalladamente un ponente del Centro de Información de Rojava en una conferencia internacional celebrada en Francfort el pasado mes de septiembre. Así es como se quiere quebrar la moral de la gente y atizar el miedo permanente. Conocemos esta estrategia del miedo por organizaciones terroristas como el llamado Estado Islámico (ISIS). Durante la última gran ofensiva de noviembre del año pasado, se utilizaron aviones de combate y artillería, además de drones de combate. Las infraestructuras civiles se convirtieron en objetivo. El resultado: además de decenas de muertos, se destruyeron hospitales, silos de grano y centrales eléctricas. El calendario de estos ataques, que violan el derecho internacional, según la clasificación del Servicio Científico del gobierno alemán, es especialmente pérfido. Dado que en noviembre también comienza el invierno en Rojava, las condiciones de vida se hacen más difíciles y el abastecimiento de la población no es más sencillo. Además, la desestabilización selectiva del autogobierno fortalece a Estado Islámico, aún activo, y le permite reorganizarse. Como recordatorio, Turquía también forma parte de la Coalición Internacional contra ISIS, junto con países como Alemania y Estados Unidos. Pero Ankara no se toma muy en serio esta responsabilidad. Esto se debe a que el gobierno turco intenta hacer valer sus propios intereses de poder en la región a través de ISIS. Por ello, en caso de duda, los miembros de la organización pueden contar con el apoyo del gobierno AKP-MHP. Por supuesto, Alemania no comenta esta contradicción: las relaciones económico-políticas no deben tensarse. Además, Erdogan “amenaza” regularmente con enviar a Europa Central a los refugiados de Siria que están atrapados en Turquía.
Además, hay otro aspecto geopolítico que pone aún más en peligro el futuro de Rojava. Como se ha mencionado, desde hace casi un año, la mayor parte de la atención mediática se centra en Ucrania, lo que hace que las guerras y conflictos en otras regiones del mundo sean cada vez más tenues. Y mucho más decisivo en este contexto es el papel de Erdogan como supuesto mediador entre Rusia y la “comunidad occidental de Estados”. En el ballet de las relaciones internacionales, Erdogan se ha hecho intocable para la crítica o incluso la intervención. De este modo, puede imponer sus propios intereses políticos sin ser molestado, a costa de los kurdos. Erdogan domina este juego de redes a escala internacional. Durante muchos años, él y Bashar al-Assad, el gobernante en Siria, no sólo no tenían contacto, sino que eran enemigos. Ahora Erdogan mantiene la perspectiva de un primer reencuentro con él y de forjar nuevas alianzas.
Uso de agentes de guerra química en el sur del Kurdistán
La región autónoma del Kurdistán, en el norte de Irak, también se ve afectada por la política bélica de Erdogan. Ya en abril de 2021, el presidente turco lanzó una amplia ofensiva militar en la región, que tuvo que ser pausada una y otra vez o fue repelida en partes por las Fuerzas de Defensa del Pueblo Kurdo (HPG). La guerra turca allí es muy similar a la de Rojava, pero difiere fundamentalmente en un aspecto: desde hace más de un año, las HPG acusan al ejército turco de utilizar agentes de guerra química. El año pasado, una delegación internacional del IPPNW viajó a la región para investigar las acusaciones. Sin embargo, el gobierno autónomo kurdo impidió la investigación. Los vínculos políticos y económicos entre el gobierno de Barzani y el régimen de Erdogan en Ankara son demasiado estrechos. La red de aliados de Erdogan se extiende mucho más allá de las fronteras de la OTAN. En cualquier caso, políticamente está más cerca de los regímenes autocráticos que de sus aliados occidentales. En el siguiente dossier pueden leerse más detalles sobre las acusaciones de uso de armas químicas. Conclusión de la delegación: es necesaria una comisión de investigación internacional e independiente. Hasta ahora, la comunidad internacional ha hecho caso omiso de esta exigencia.
La guerra como herramienta política
La cuestión central es por qué Erdogan lleva años librando esta guerra contra el Kurdistán y por qué sigue intensificándola, como hizo recientemente en noviembre. Como suele ocurrir cuando se trata de seguridad internacional y geopolítica, no hay una única respuesta. La lucha contra los kurdos se ha convertido en la base de la concepción política del régimen nacionalista del AKP-MHP. El racismo anti-kurdo se ha establecido así como un eslabón de la coalición gobernante y también se ha arraigado en la sociedad civil turca. El objetivo a largo plazo es una Turquía islámico-homogénea.
A ello se suman las crisis internas del país, que se ven eclipsadas por el permanente estado de guerra. La economía del país se encuentra en un estado desolador e incluso antes de la invasión rusa de Ucrania, la población sufría una grave inflación. Mucha gente sencillamente no tiene dinero suficiente para comer. El hambre no sólo se extiende por las regiones rurales del país. Además, millones de refugiados sirios siguen varados en Turquía. Se les convierte en el chivo expiatorio de los problemas económicos del país, especialmente por parte de la oposición kemalista, a pesar de que, por supuesto, ellos no tienen la culpa. Es precisamente la política de Erdogan en Siria y su apoyo a organizaciones como ISIS lo que ha profundizado la guerra en Siria durante años, haciendo que la perspectiva de un retorno de los refugiados sirios en un futuro próximo sea una perspectiva lejana. La oposición kemalista, por su parte, se agita contra las víctimas de la política de Erdogan en Siria, alimentando así aún más la tensión en el país.
El propio Erdogan intenta distraer la atención de los problemas internos con su guerra contra el Kurdistán, es decir, el enemigo de Turquía tal como él lo define, para mantenerse en el poder. Además, promete a su población un futuro glorioso prologando, junto con su socio de coalición, el fascista MHP, los intereses de poder imperial de un imperio neo-otomano llamado Turan.
FUENTE: Lukas Spelkus / Civaka Azad / Fecha de publicación original: 1 febrero 2023 / Traducido por Rojava Azadi Madrid / Edición: Kurdistán América Latina