Lejos de los gritos de victoria de la plaza de Kobane (en la gobernación de Alepo, al norte de Siria), Qamar (nombre ficticio) limpia con esmero la imagen de su hijo clavada en la tierra del Cementerio de los Mártires. La ciudad celebra el décimo aniversario de la batalla de Kobane, que decidió el futuro de toda la región. Un símbolo de la resistencia kurda. El comienzo del fin del Estado Islámico (ISIS).
Su hijo ha fallecido mucho tiempo después de todo aquello, en la misma ciudad que sigue constituyendo el epicentro de la resistencia kurda. Cayó entre los restos de aquel enfrentamiento, de las tapias agujereadas, los escombros apartados y los edificios derruidos. El enemigo ahora es otro, menos mediático a los ojos de Occidente: el Estado turco. Mediante bombardeos, drones y la colaboración con el llamado Ejército Nacional Sirio (ENS), Turquía ataca el proyecto revolucionario del norte y el este de Siria, considerándolo una amenaza para su propia soberanía.
La cara que la madre limpia con un pañuelo mojado es ahora la de un mártir. Al igual que las que se entrelazan en una cadena de banderines, de lado a lado, en la plaza de Kobane. Bajo ellas se ha erigido un escenario para la ocasión, adornado con globos de los colores de la bandera de Rojava, el nombre que dan los kurdos a la región siria que ahora se encuentra bajo su control. Con expresiones similares a las de las fotografías, una veintena de soldados guarda a la multitud de nuevos ataques. “Estamos preparados para todo, para la paz, para la guerra”, menciona una de ellas, “Kobane resistirá hasta la última frontera”.
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La guerra
De la presa de Tishrin, cerca de Kobane, regresó Samire con la pierna herida. No lo vio venir, los drones turcos no suenan como los aviones. Solo sintió una gran explosión y, después, un dolor intenso. Lleva tumbada desde entonces en el sofá de su casa en Qamishlo (al norte, en la frontera con Turquía), sin poder caminar. “Fuimos cerca de cien personas en un convoy desde el cantón de Cezîre”, comienza narrando, “debíamos esperar cuatro días allí, hasta la llegada de la siguiente caravana de civiles”. La resistencia civil se ha aunado a los esfuerzos de las milicias, desde el incremento de los ataques, para proteger la infraestructura que provee de bienes básicos a la población.
Tras cinco años de relativa calma en los frentes, Turquía y el ENS han aprovechado el desmoronamiento del régimen de Bashar al Asad. Han lanzado su propia ofensiva sobre la Administración Autónoma del Norte y el Este de Siria (AANES), ocupando localidades como Tel Rifaat y Manbij, donde se encontraban numerosos desplazados internos. Esto ha originado un nuevo movimiento a gran escala de refugiados, que han tenido que reubicarse en otras partes del territorio.
Apoyados por la aviación turca, los últimos ataques del ENS se han centrado en la presa de Tishrin. Conscientes de su interés geoestratégico, los ataques obvian el desastre medioambiental que su destrucción provocaría en toda la región. Los últimos ataques han provocado que la presa deje de generar electricidad.
“Una vez en la presa, encendíamos velas, hacíamos teatro, música, baile”, continúa Samire, “uno no espera que vayan a atacar a civiles”. La presa de Tishrin se ha convertido en el principal frente entre las milicias kurdo-árabes y las tropas apoyadas por Turquía debido a su valor geoestratégico y económico, ya que abastece de electricidad y agua a buena parte del territorio de la AANES. Cuando se produjo la explosión, Samire y el resto de personas estaban bailando en círculo. “Desde hace un año, la estrategia de Turquía es atacar infraestructura de energía, petróleo, agua”, denuncia, “atacan las necesidades básicas de la gente”.
Esta situación deriva en una inestabilidad política y económica difícil de gestionar para la AANES, que precisa de cierta calma para defender sus intereses en las negociaciones con el nuevo gobierno en Siria. Hussein Othman, representante del Consejo de la AANES, señala que estos ataques “ejercen una presión a la economía”. “Los recursos de Tishrin son para toda Siria”, dice y continúa: “Queremos poder enviar convoyes que reparen la presa, pero por los bombardeos es imposible”.
Desde su sofá, Samire se recoloca la manta por encima de la pierna, para no dejar a la vista sus heridas. Tras el bombardeo la atendieron allí mismo, en la presa, gracias al equipo médico que acompaña a cada convoy. “El pueblo protege su ambiente y su entorno”, sentencia Samire, “es derecho de todos los pueblos el vivir en paz, los gobiernos deberían saber eso”. A su izquierda, una estufa de gasolina tintinea; a su derecha, colocado minuciosamente, destaca el pequeño altar dedicado al ideólogo del sistema autónomo de su territorio: Abdullah Öcalan.
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El desplazamiento
Es el cuarto proceso migratorio de Rawa y Sherine (nombres ficticios) desde la conquista de Afrin. Amontonados entre sus piernas y el equipaje, viajan los tres hijos de cada una, rumbo a Raqqa, desde la ciudad de Qamishlo. Rawa planea llegar hasta Serekaniye, evitando los puestos militares del ENS, quien conquistó el territorio en 2019. Sherine le pregunta si no tiene miedo por sus hijos. “Allí está mi marido”, responde Rawa, “solo salimos de la ciudad para dar un tratamiento a mi hijo más pequeño, que está enfermo”. Sherine no arriesga tanto, se quedará en Raqqa, donde espera poder estabilizarse en alguno de los campamentos de refugiados que se han establecido en parques, edificios públicos y escuelas.
La escuela de Abu Alaa Al-Maarri, en Raqqa, la antigua capital del Estado Islámico, es uno de ellos. Hoy se ha convertido en el hogar de 50 niños y niñas sin escolarizar. Son parte de las infancias que componen los cerca de 100.000 desplazados internos que han debido huir de las áreas conquistadas por Turquía en los dos últimos meses. De entre la multitud que se aglutina en la entrada, destaca la mirada fija de Yazan Hassan, su portavoz. “Dicen que vayamos a Afrin (en la gobernación de Alepo), pero, si no tenemos garantías, no vamos a volver”, afirma. “No vamos a vivir esto otra vez”, dice.
Es la segunda ocasión que Yazan Hassan ha debido desplazarse con su familia. En el campamento de refugiados de Tel Rifaat habían desarrollado nuevamente su casa, disuelta ahora entre las escasas bolsas que pudieron agrupar con el anuncio de huida. Hevin Mohammad no puede evitar recordar sus propias aulas en Afrin, donde era profesora de kurdo, al observar las bandejas de té sobre las tarimas y las cuerdas donde tienden la ropa de esquina a esquina en las aulas de la escuela. “Mi familia sigue en Afrin”, relata, “les han hecho todo muy difícil, les han quitado el dinero, nadie puede viajar allí ni moverse en libertad”.
Los campos de refugiados germinados a lo largo de la AANES en el último mes son un arreglo temporal a los ataques de Turquía. Pero es difícil concluir una solución duradera en el contexto cambiante de Siria. Especialmente tras el cambio de gobierno, que permanece aparentemente impasible ante el incremento de los ataques turcos. “La razón por la que nos atacan es porque no quieren que existamos los kurdos”, analiza Yazan Hassan sin atisbo de duda, “no quieren que nos movamos libres, que tengamos opinión”.
El pueblo kurdo ha sufrido persecución y discriminación durante los últimos cien años en los diversos países en los que tiene presencia: Turquía, Irak, Irán y Siria. En este último, durante el régimen de Al Asad, tenían prohibido hablar su lengua y tener acceso a la nacionalidad, con la imposibilidad de tener garantizados servicios básicos como la educación o la sanidad. Al comienzo de la guerra civil siria, el régimen se retiró de las zonas kurdas, generando un vacío de poder que aprovechó el pueblo kurdo para consolidar su autonomía y poner en prácticas las ideas del Confederalismo Democrático. Este modelo, basado en la democracia participativa, la lucha de la mujer, el cooperativismo y el ecologismo, ha concentrado el interés de gran parte del mundo.
No es esta la percepción del Estado turco. Desde la prisión de la isla turca de Imrali, Abdullah Öcalan, el autor intelectual del Confederalismo Democrático y el histórico dirigente del Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK), ha vivido desde su aislamiento el alcance que han tenido sus ideas en esta región del norte de Siria. Sus veinticinco años de encierro están motivados por décadas de conflicto entre el Estado turco y el PKK, designado como organización terrorista por Ankara, Estados Unidos y, tras las negociaciones de 2004 para la entrada de Turquía en la Unión, también por la Unión Europea (UE).
Argumentando que las milicias kurdas son una rama del PKK, desde el comienzo de la guerra su vecino del norte ha tratado de socavar el proyecto político kurdo en Siria. El próximo 15 de febrero, el gobierno turco permitirá a Öcalan hacer una declaración pública en la que el pueblo kurdo deposita su esperanza, ya que podría suponer el anuncio de un alto al fuego entre el PKK y el gobierno turco, y la estabilidad para la AANES.
En la escuela de Abu Alaa Al-Maarri, varias mujeres limpian el suelo inundándolo con cubos de agua tras la figura de Hevin Mohammad. Su futuro es especialmente incierto en la nueva Siria. “El nuevo gobierno afirma que instaurará un nuevo Estado islámico, eso significa que las mujeres no tendremos derecho en las instituciones”, denuncia Hevin Mohammad, “aquí estamos acostumbradas a que las mujeres tengamos derechos y representación, queremos garantizar nuestra autonomía”.
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El pacto o el olvido
Qamar, Samire, Rawa y Sherine recorren el noreste de Siria con una imagen común en la memoria: las celebraciones frente a la nueva bandera siria que han recorrido el mundo. Entre ellas se cuelan también las dudas ante el nuevo presidente, Ahmed al Jolani. La AANES enfrenta, por el norte, los ataques de su vecino turco y, hacia el sur, el futuro borroso generado por la instauración de un nuevo gobierno en Siria tras catorce años de conflicto.
Al Jolani fue enviado en 2013 a Siria por Abu Bakr Al-Baghdadi, califa del autoproclamado Estado Islámico, para expandir a Daesh en el territorio. Tras su escisión, conformaría el Frente Al-Nusra, que posteriormente compondría el grupo Hayat Tahrir al-Sham (HTS) junto a otras organizaciones islamistas. Al Jolani habla ahora al mundo lejos de su turbante y su uniforme militar, con la barba recortada, americana y corbata. En los últimos años, la organización ha comenzado a difundir un nuevo discurso que afirma proteger los derechos de las minorías religiosas y las mujeres. Pero algunos actos han levantado recelos en torno a sus verdaderas ideas. Entre ellas, la designación de Shadi Al-Waisi como ministro de Justicia, quien acarrea con el ajusticiamiento de varias mujeres en 2015 bajo la acusación de prostitución.
“En estos dos meses hemos visto que no hay igualdad en los juzgados”, enuncia Bahia Murad, miembro de la Casa de la Mujer (Mala Jin) en la AANES, el órgano de justicia creado en el territorio para las mujeres. “¿Quién va a proteger a las mujeres si no hay siquiera juezas?”, se pregunta. La incertidumbre respecto a la situación de los derechos de las mujeres en Siria, después de las conquistas históricas desarrolladas en la AANES, es una de las principales preocupaciones a la hora de llegar a un acuerdo con el nuevo gobierno central. “Muchas personas tienen reticencias en torno a HTS, saben sus vínculos con Al Qaeda y lo que han hecho antes”, expone Rohilat Efrin, comandante de las Unidades Femeninas de Autodefensa (YPJ), “nosotras también lo tememos, la mayoría de quienes serían oprimidas en Siria serían mujeres”.
En la memoria de Qamar, Samire, Rawa y Serine también están las imágenes de las mujeres kurdas que combatieron y desarticularon al ISIS hace una década. Sus rostros también están sembrados en el Cementerio de los Mártires de Kobane, limpiados por madres e hijas que, por encima de los riesgos del norte y el sur de la región, no darán un paso atrás.
FUENTE: Beatriz Castañeda Aller – Javier Ayala Aizpur / Ctxt