La Turquía autoritaria se acerca al final del camino

El panorama político en Turquía ha dado giros inesperados desde principios de octubre. Todo comenzó con un gesto sin precedentes del líder ultranacionalista MHP y socio de la coalición de gobierno, que tendió una rama de olivo a los copresidentes del DEM.

El panorama político en Turquía ha dado giros inesperados desde principios de octubre. Todo comenzó con un gesto sin precedentes del líder ultranacionalista del Partido del Movimiento Nacionalista (MHP) y socio de la coalición de gobierno, que tendió una rama de olivo a los copresidentes del Partido prokurdo Igualdad y Democracia de los Pueblos (DEM). Este acto, una rara demostración de reconciliación, se ha convertido desde entonces en espectáculos semanales de retórica y debate. Cada semana parece socavar el arraigado nacionalismo autoritario de Turquía. Las élites gobernantes, históricamente impulsadas por ideologías asimilacionistas y colonialistas, ahora parecen ansiosas por entablar una retórica de democracia pluralista con la población kurda. La declaración más radical y sorprendente se produjo el 22 de octubre, cuando el líder del MHP, Devlet Bahçeli, pidió que el líder del pueblo kurdo, Abdullah Öcalan, detenido bajo una de las penas de prisión más aislantes de la historia moderna durante los últimos 25 años, fuera llevado a la Gran Asamblea Nacional Turca para iniciar una nueva era política.

Mientras el orden establecido, la prensa, la burocracia, la política y los intelectuales están en estado de shock, y los funcionarios del gobierno están en un estado de estrés y pánico sobre cómo adaptarse, el pueblo kurdo y sus amigos, que han hecho de la lucha por la libertad y la democracia su forma de vida, están actuando con mucha cautela, pero también con la confianza en sí mismos y la dulce dignidad de que su resistencia revolucionaria, que sostiene ininterrumpidamente y con un impulso creciente desde décadas, ha alcanzado una nueva etapa. Desde principios de octubre hasta ahora, cada semana ha habido una serie de actuaciones que rompen las metáforas y rutinas del orden familiar, obligando a todos los actores a adoptar nuevas posiciones.

Durante los últimos 26 años, y especialmente durante los últimos 43 meses de aislamiento forzado, el encarcelamiento de Öcalan ha personificado los máximos niveles de represión del Estado turco. Sin embargo, el 23 de octubre esta fase entró en un nuevo capítulo cuando se permitió al sobrino de Öcalan, el diputado del Partido DEM Ömer Öcalan, una visita familiar restringida que duró una hora y cuarenta minutos. Se transmitió un breve mensaje: “El aislamiento continúa. Si las condiciones lo permiten, poseo el poder teórico y práctico para cambiar este proceso de un camino violento y motivado por el conflicto a uno basado en la ley y la política”. Esta declaración, sucinta pero sísmica, resonó en toda la política turca, eclipsando las semanas de retórica verbosa del gobierno.

Este período ha estado marcado por una cascada de acontecimientos que han sacudido no sólo a Turquía, sino también a Medio Oriente y al mundo entero. El 23 de octubre, el Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK) se atribuyó la responsabilidad de un ataque contra una instalación de aviación de defensa turca de última generación, en Ankara. En represalia, el Estado turco lanzó sus ataques aéreos más amplios hasta la fecha contra regiones gobernadas por la Administración Autónoma del Norte y el Este de Siria (AANES). A esto le siguió una ofensiva contra la política democrática kurda, que incluyó la destitución de alcaldes electos y el nombramiento de síndicos (interventores) gubernamentales, lo que llevó las tensiones a su punto álgido. Mientras tanto, los actos de resistencia pública, las aperturas empáticas de los partidos de la oposición hacia la política democrática kurda y las condenas de estas medidas autoritarias por parte de Europa y la comunidad internacional han seguido marcando los acontecimientos diarios.

Explicar estos acontecimientos en el marco de esta breve columna es un desafío, dados los complejos contextos locales, regionales y globales. No obstante, es evidente que la Turquía autoritaria se está acercando al final del camino. En consonancia con su tendencia centenaria hacia el cambio desde arriba, el Estado parece estar adaptándose al nuevo orden global con una estrategia dominante, intentando preservar el status quo y al mismo tiempo dar señales de reforma. Esto refleja las acciones de İsmet İnönü, el líder nacionalista que, entre 1945 y 1950, revirtió sus políticas anteriores, declarando su famosa frase: “Si el país se vuelve comunista, seremos nosotros quienes lo haremos”.

Hoy se está desarrollando una dinámica paralela, en la que el Estado intenta encaminarse hacia un “proceso de normalización”, al tiempo que mantiene su control del poder. La última década ha estado marcada por la “doctrina de la subyugación” aprobada por el Consejo de Seguridad Nacional de Turquía el 30 de octubre de 2014, destinada a aplastar el Movimiento de Liberación Kurdo. Sin embargo, después de diez años de extraordinaria resistencia a nivel local y nacional, junto con dinámicas cambiantes en Medio Oriente y en el mundo, el sistema gobernante de Turquía parece obligado a volver a las condiciones democráticas básicas de Europa.

Como miembro de la OTAN desde la Segunda Guerra Mundial, Turquía ha llevado a cabo en los últimos años acciones que contradicen abiertamente las normas de la alianza. Las colaboraciones con los rivales geopolíticos de la OTAN, los acuerdos comerciales y los intercambios militares (que culminaron con su apoyo a Hamás durante los ataques del año pasado contra Israel) han revelado los límites de la libertad concedida a Ankara. El modelo de gobernanza antiestadounidense establecido después de 2016 ha puesto a prueba la paciencia de Washington y cada vez se lo considera más un obstáculo para las nuevas estrategias de la Casa Blanca en Medio Oriente y Asia.

El contexto más amplio refleja los cambios globales que se están produciendo desde la caída del Muro de Berlín. El crecimiento lento pero constante del capitalismo chino, que ahora plantea la mayor amenaza a la hegemonía occidental, ha llevado a Estados Unidos a fortalecer las regiones fronterizas de Medio Oriente, al tiempo que aplica poder blando y presión financiera sobre Asia. La estrategia estadounidense, evidente desde la administración de Donald Trump, consiste en contener a Irán, fortalecer las alianzas con los Estados árabes y presionar a Turquía para que reconozca políticamente a los kurdos.

La elección de Trump el 5 de noviembre –una de las más notables en la historia de Estados Unidos– ha exacerbado la crisis política y económica de Turquía. Con el anuncio de nombramientos clave en el nuevo gabinete de Trump, incluidas figuras abiertamente opuestas a las maniobras pasadas de Recep Tayyip Erdogan, ha quedado claro que es poco probable que las expectativas del presidente turco de una renovada cooperación con Washington se materialicen.

Figuras clave como el asesor de seguridad nacional Mike Watz, el secretario de Estado Marco Rubio y la jefa de inteligencia Tulsi Gabbard, que anteriormente se opuso a la guerra de Erdogan contra los kurdos, presagian un invierno frío para Turquía. Sus nombramientos subrayan la improbabilidad de que Erdogan consiga las concesiones de las que disfrutó durante el primer mandato de Trump.

La lucha pacífica y popular del movimiento político kurdo y de las fuerzas democráticas de Turquía tiene el potencial de transformar este invierno largamente esperado en una primavera democrática duradera. La liberación de Abdullah Öcalan de su prisión en la isla de Imrali podría marcar no sólo un momento crucial para Turquía, sino también un punto de inflexión para la región y el mundo. Los próximos días y semanas están llamados a traer acontecimientos importantes que podrían cambiar la historia.

FUENTE: Sinan Önal (politólogo e integrante del Congreso Nacional de Kurdistán -KNK-) / Medya News / Traducción y edición: Kurdistán América Latina

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