La guerra etno-nacionalista del presidente Erdogan contra los kurdos emula las políticas de Hitler
Compartimos este análisis de Ashot Ohanes para el Diario Armenia.
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En la actualidad, los kurdos son considerados la minoría más grande del mundo sin una nación propia. Son cerca de 40 millones individuos (no hay censo) distribuidos entre Iraq, Siria, Irán y Turquía. Poseen también comunidades en Europa (Alemania), en los países ex soviéticos y Estados Unidos. El separatismo kurdo tomó fuerza recién en el siglo XX, cuando países como Turquía, Siria o Iraq recurrieron, tras las guerras mundiales, a elementos panarabistas o nacionalistas para consolidarse.
Los kurdos, pese a sus reclamos, nunca han logrado obtener un Estado independiente. Hoy forman una comunidad distintiva, unidos por la etnia, la cultura y el idioma, a pesar de que no tienen un dialecto unificado. Adhieren a distintos credos y religiones, aunque la mayoría son musulmanes sunitas.
A principios del siglo XX, muchos kurdos comenzaron a considerar la creación de una patria, por lo general llamada “Kurdistán”.
Después de la Primera Guerra Mundial y la derrota del Imperio Otomano, los aliados occidentales victoriosos hicieron una estipulación en el Tratado de Sevres, de 1920, para un Estado kurdo. El mismo no fue ratificado.
Al igual que los armenios, sus esperanzas se vieron frustradas tres años después cuando el Tratado de Lausana, que finalmente estableció los límites de la Turquía moderna, no hizo estipulaciones para un Estado kurdo y dejó a este grupo con un estatus de minoría en sus respectivos países.
Así entonces, los kurdos fueron asimilados a ser turcos a la fuerza. Grandes poblaciones kurdas en Turquía huyeron a la vecina Siria durante las violentas campañas de turquificación en la primera mitad del siglo XX.
Los kurdos comprenden casi una quinta parte de la población de Turquía de setenta y nueve millones. El PKK, establecido por Abdullah Öcalan en 1978, ha liderado una insurgencia desde 1984 contra las autoridades turcas, luchando por mayores derechos culturales y políticos, principalmente con el objetivo de establecer mayor autonomía o un Estado kurdo independiente. El conflicto que continúa en curso ha resultado en casi cuarenta mil muertes.
La persecución en tiempos de Erdogan
Bajo el régimen de Erdogan, el descontento popular general ha aumentado constantemente, como se vio en las protestas del parque Gezi, de junio de 2013, y el intento de golpe de Estado, de julio de 2016, pero también han aumentado las tensiones entre las autoridades turcas y los grupos kurdos. En particular, el PKK, el Partido Democrático de los Pueblos (HDP) -un partido pro-kurdo de izquierda- y las Unidades de Protección del Pueblo (YPG), que Turquía señala como brazo armado del Partido de la Unión Democrática Siria (PYD).
La guerra civil en Siria iniciada en 2011 y la irrupción en Mosul en 2014 del pretendido Califato del Daesh (ISIS o Estado Islámico) aumentó la inestabilidad y complejizó dramáticamente el ya difícil escenario de la región. Los kurdos se vieron involucrados combatiendo en contra la instauración del Califato del Estado Islámico.
En julio de 2015, un alto el fuego de dos años entre el gobierno de Turquía y el PKK colapsó luego de un atentado suicida por parte de presuntos militantes del Estado Islámico autoproclamado, que mató a casi treinta kurdos cerca de la frontera con Siria. Tras el intento de golpe en Turquía en julio de 2016, Erdogan tomó medidas enérgicas contra los presuntos conspiradores del golpe (su ex aliado el clérigo Fethullah Gullen –movimiento Hizmet-), arrestó a unas cincuenta mil personas, y aprovechando la ocasión aumentó los ataques aéreos contra militantes del PKK en el sureste de Turquía. También comenzó a realizar operaciones militares en Siria contra las YPG.
Con la excusa de combatir al Estado Islámico, Erdogan combatía a los kurdos en su propio país y en Siria.
El gobierno turco considera que los grupos kurdos de Siria, como las YPG, son una extensión del PKK y comparte su objetivo de secesión por medio de la lucha armada. Según Erdogan, son organizaciones “terroristas” que deben ser eliminadas. Las YPG y el PPK, por su parte, aseguran que son entidades separadas.
En 2018, soldados turcos y rebeldes sirios aliados expulsaron a los combatientes de las YPG de Afrin, en Siria. Decenas de civiles murieron y decenas de miles fueron desplazados.
En marzo de 2019 fue derrotado el último bastión del Estado Islámico en Siria. No obstante ello, la guerra civil siria continúa. En ese contexto, a Erdogan le preocupa la libertad de acción o autonomía que puedan tener los kurdos de Siria y de Iraq.
En tal sentido, a modo de ejemplo, el 12 de octubre de 2019, las milicias árabes sirias respaldadas por Turquía, detuvieron a Hevrin Khalaf, una política kurda de 35 años, en un puesto de control en las afueras de la ciudad de Tel Abyad, en el noreste de Siria.
Cuatro días antes, Turquía y grupos que le responden habían invadido el norte de Siria y desestabilizaron la región relativamente pacífica, desplazaron a más de 100.000 personas, lanzaron propaganda racista contra los kurdos y se movilizaron para destruir Rojava, el experimento kurdo de autogobierno democrático.
Khalaf, quien fue secretaria general del Partido Futuro de Siria, desempeñó un papel vital en el fomento de la amistad kurdo-árabe, y trabajó por un futuro conjunto en una Siria de posguerra. Milicianos respaldados por Turquía sacaron a Khalaf de su automóvil y le golpearon la cabeza y las piernas con objetos metálicos. La agarraron del cabello y la arrastraron hasta que le arrancaron la piel del cuero cabelludo. Y luego le dispararon en la cabeza, según el informe de la autopsia. Otras nueve personas fueron asesinadas ese día. Los asesinos fueron filmados gritando insultos mientras disparaban.
Khalaf encarnó el tipo de sociedad que la gente de Rojava, el enclave autónomo en el norte de Siria, imaginó y por la que luchó desde 2012. Con todas sus imperfecciones, el experimento kurdo buscó crear una sociedad basada en la igualdad de género, organización de abajo hacia arriba, participación, deliberación, principios ecológicos y reconciliación de los pueblos. En su intento de autodeterminación, los kurdos en el norte de Siria no buscaron el establecimiento de un Estado-nación étnico.
A la mañana siguiente, Yeni Safak, un periódico cercano al gobierno del presidente Erdogan, celebró el asesinato de Khalaf como una “exitosa operación de neutralización” de un líder político afiliado a la “terrorista” Unión Democrática Popular, o PYD.
La precariedad de la vida de los kurdos en Turquía en tiempos de histeria nacionalista es palpable cotidianamente; por ejemplo, el asesinato de Siren Tosun, un trabajador de 19 años de Diyarbakir, que fue atacado y baleado en la cabeza por hablar kurdo. En otro hecho, la policía turca allanó un concierto del ganador del concurso nacional de talentos, Dodan Ozer, por cantar una canción kurda y le arrebató el micrófono mientras estaba en el escenario. Algunos días después del ataque turco en el norte de Siria, 78 personas fueron investigadas por publicaciones en las redes sociales que criticaban la operación militar, y nueve miembros del HDP fueron arrestados por usar el lema “No a la guerra, paz ahora” durante una reunión política. Un tribunal turco dictaminó que este eslogan constituye “propaganda de una organización terrorista”.
El Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH) ha condenado a Turquía por miles de abusos contra los derechos humanos. Muchas sentencias están relacionadas con ejecuciones sistemáticas de civiles kurdos, tortura, desplazamientos forzados, aldeas destruidas, detenciones arbitrarias, y desaparición forzada o asesinato de periodistas, activistas y políticos kurdos.
Como si todo lo anterior no fuera suficiente, recientemente, la solicitud de ingreso en la OTAN de Suecia y Finlandia se ha topado con la oposición de Turquía, que acusa a ambos países de “proteger a terroristas”, por acoger a activistas de la minoría kurda que Ankara considera criminales. Ankara considera que especialmente Suecia es un santuario (o una “incubadora”, en palabras de Erdogan) para “terroristas”. Seguramente, entre los motivos no expresados, el enojo turco se vincula con que además de Suecia y Finlandia, también Noruega y República Checa, ambos miembros de la OTAN, han restringido exportaciones de armamento a Turquía por su guerra contra las YPG en Siria.
Reflexiones finales
Las próximas elecciones en Turquía traen un futuro incierto para Erdogan. No es de extrañar que intente explotar la dimensión nacionalista y belicista de su población.
Lamentablemente, es esperable que su guerra contra los kurdos en Turquía, en Siria y en Iraq se vea escalada.
Al igual que Hitler contra los judíos, la guerra de Erdogan es un ataque etno-nacionalista contra el pueblo kurdo y sus aspiraciones. El mismo incluye ejecuciones sistemáticas de civiles, tortura, desplazamientos forzados, destrucción de aldeas y un intento de usar el poderío militar turco para generar cambios demográficos en tierras que pertenecen a más de una nación.
Al igual que ocurriera con Hitler, en su inicio las potencias occidentales lo dejan ser y hacer; amparados en supuestos interés estratégicos.
Seguramente, el éxito del Estado turco en su estrategia de negacionismo del primer genocidio del siglo XX perpetrado contra el pueblo armenio, le permite a Erdogan la impunidad de repetir la conducta salvaje de su Estado una y otra vez.
Pese a que ya corre el siglo XXI, cuando se trata de la Turquía de Erdogan la civilización está en deuda.
FUENTE: Ashot Ohanes / Diario Armenia