Este año se cumplen diez años del asedio al monte Sinjar, uno de los actos genocidas más devastadores contra la comunidad yazidí, un grupo religioso minoritario y ya muy perseguido.
En agosto de 2014, los yazidíes se vieron sometidos a una brutal y sistemática campaña de exterminio por parte de ISIS, y las atrocidades cometidas durante el asedio han dejado a miles de supervivientes con profundas cicatrices, tanto físicas como psicológicas. El mundo contempló con angustia el destino de la comunidad yazidí atrapada en el monte Sinjar, pero el rápido avance de ISIS ante el colapso del ejército iraquí impidió que los ejércitos occidentales lograran detenerlos.
A medida que ISIS se extendía por la región, miles de yazidíes fueron ejecutados y generaciones de familias quedaron destrozadas al ser asesinados en masa los hombres, cuyos cuerpos a menudo se tiraban en fosas comunes o se abandonaban a la intemperie. Mujeres y niñas, muchas de ellas menores, fueron secuestradas y forzadas a la esclavitud sexual, siendo vendidas, intercambiadas y maltratadas por combatientes de ISIS, la mayoría de las cuales nunca volvieron a ver a sus familias.
Una década después, las familias permanecen en un perpetuo estado de luto y desesperación. Los menores, los más vulnerables de la población yazidí, también sufrieron gravemente durante el asedio. Muchos murieron de hambre y deshidratación al huir a las montañas para escapar del avance de las fuerzas de ISIS.
En 2022, cuando viajé a la región iraquí de Kurdistán (Bashur) para un proyecto documental, conocí a una familia yazidí que seguía desplazada internamente. Aunque se trata de una comunidad cerrada y reservada, nos recibieron en su casa para escuchar sus testimonios. Fui testigo directo del dolor y la pérdida que siguen definiendo sus vidas. Para esta familia, como para muchas otras, la tragedia del monte Sinjar no es un recuerdo lejano, sino una pesadilla permanente, con sus hijas aún desaparecidas tras haber sido forzadas a la esclavitud sexual a manos de ISIS. Nos contaron que la incertidumbre sobre sus hijas es una forma de tortura en sí misma, una herida que nunca cicatriza.
Sin embargo, otra de las heridas de esta familia fue el recuerdo de cómo fueron abandonados por los Peshmerga del KDP (Partido Democrático de Kurdistán) en el momento en que ISIS llegó a la región. Nos explicaron que, cuando llegaron los combatientes de ISIS, esperaban contar con la protección de los Peshmerga del PDK, las fuerzas militares kurdas vinculadas a la élite política de la familia Barzani en el Gobierno Regional de Kurdistán (GRK), que gobiernan la región junto a sus rivales de la UPK (Unión Patriótica de Kurdistán), que también tienen sus propios Peshmerga. Pero, en lugar de plantar cara y luchar, los peshmerga del PDK habrían huido, dejando a la comunidad yazidí sola frente a ISIS. Esta traición percibida es algo que la familia dice que nunca olvidará. Fue un momento de desesperanza absoluta, cuando civiles desarmados, incluidos ancianos, mujeres y niños, tuvieron que defenderse de terroristas de ISIS fuertemente armados que pretendían acabar con toda su comunidad.
Los yazidíes con los que hablé me contaron que, en un principio, los salvó la intervención de los guerrilleros del PKK (Partido de los Trabajadores de Kurdistán) de las montañas de Qandil, con la ayuda posterior de combatientes de las YPG (Unidades de Protección Popular) y las YPJ (Unidades de Protección de las Mujeres) de Rojava (Kurdistán sirio). Describieron este angustioso rescate como poco menos que un milagro. Los dos grupos no sólo hicieron retroceder militarmente a ISIS y rompieron el asedio, permitiendo la creación de un corredor de rescate, sino que llevaron físicamente a los enfermos y heridos de vuelta a un lugar seguro. Las familias yazidíes con las que me reuní afirmaron con rotundidad que, sin el PKK, dudaban que hubiera habido supervivientes.
Sin embargo, a pesar de estos poderosos testimonios de los supervivientes del heroísmo de la guerrilla kurda para salvar vidas, la narrativa global con respecto al PKK no ha cambiado. Una década después, con testimonios claros de supervivientes del asedio sobre el papel crucial que el PKK desempeñó en su libertad, el Partido de los Trabajadores de Kurdistán sigue siendo designado como grupo terrorista por la comunidad occidental, incluida Australia, de donde soy. Y, a pesar de su papel en la defensa de la vida de las minorías étnicas y religiosas de toda la región, la comunidad internacional sigue haciendo la vista gorda ante la persecución que sufren el PKK y sus seguidores a manos de Turquía.
Y ello a pesar del hecho innegable de que, para muchos grupos minoritarios de la región, estos guerrilleros representan la última línea de defensa contra la aniquilación. Sin embargo, gran parte del mundo occidental se contenta con considerarlos meros terroristas para complacer a un gobierno turco que exige que todo el mundo comparta su visión sesgada del asunto. La disonancia entre las experiencias vividas por aquellos que se enfrentan a niveles extremos de persecución, aquellos que fueron salvados durante el apogeo del control de ISIS, y los juegos políticos jugados por los gobiernos occidentales para apaciguar a Turquía, es cruda y decepcionante. Esto se extiende incluso a los continuos e implacables ataques turcos con drones contra las YPG y las YPJ en toda Rojava.
En Australia, durante las dos últimas semanas, mientras el mundo recordaba las vidas perdidas durante el asedio de Sinjar, se celebraron numerosos actos conmemorativos para honrar a las víctimas. Estas ceremonias fueron solemnes, llenas de discursos que condenaban las acciones de ISIS y lamentaban la pérdida de vidas inocentes. Sin embargo, en medio de estos recuerdos, los medios de comunicación apenas reconocieron la compleja realidad sobre el terreno. Hay poca comprensión de la diferencia entre los líderes del PDK, que supuestamente abandonaron a los yazidíes, y el PKK que vino a defenderlos, y esta ignorancia voluntaria permite a los gobiernos occidentales seguir desestimando los desacuerdos de las YBŞ (Unidades de Resistencia de Sinjar) aliadas del PKK con la familia Barzani en el poder, como típicas luchas políticas internas.
La lucha actual por el reconocimiento y la justicia para los yazidíes es emblemática de una cuestión más amplia: la dificultad de conciliar la política internacional con las realidades del conflicto sobre el terreno. Mientras reflexionamos sobre los diez años transcurridos desde el asedio del monte Sinjar, es crucial que escuchemos las voces de quienes lo vivieron y hagamos todo lo que esté en nuestra mano para garantizar que estos hechos no se repitan.
Sus historias nos recuerdan que las etiquetas que asignamos pueden tener profundas consecuencias, no sólo para quienes luchan en el frente, sino también para las comunidades que protegen. El genocidio yazidí es un testimonio de la necesidad de una comprensión más matizada de las fuerzas en juego en estos conflictos y de un enfoque más compasivo hacia quienes lo arriesgan todo por defender a los indefensos, especialmente en el contexto actual, en el que Oriente Medio se ve sacudido de nuevo por altos niveles de violencia.
FUENTE: Katia Lloyd Jones / The Kurdish Center for Studies / Fecha original de publicación: 16 de agosto de 2024 / Traducido y editado por Rojava Azadi Madrid